El hecho de que la propuesta de José Vicente Rangel para que se creen escenarios de diálogo entre el gobierno y la revolución haya sido cuestionada desde los más altos niveles del gobierno y sea vista con desconfianza desde no pocos factores opositores no implica que esa iniciativa carezca de sentido.
Precisamente las reacciones negativas frente a lo planteado por el ex vicepresidente Rangel son el mejor argumento que apuntan hacia su validez. Si algo escasea en Venezuela son espacios para el diálogo. Y no sólo para que el Presidente o quien él designe para tales fines se siente con Leopoldo López, Julio Borges o Manuel Rosales, por citar sólo tres de los más conocidos dirigentes de la oposición.
Aquí, por ejemplo, no hay espacio para que los trabajadores le hagan llegar al alto gobierno sus problemas concretos en materia de permanentes violaciones a la contratación colectiva en la administración pública, o en cuanto a las humillantes condiciones en las cuales numerosos empleados son contratados en diversos entes del Estado, sin estabilidad laboral, y sin siquiera los beneficios que la propia Ley del Trabajo establece. Y carecen además de un espacio real para reclamarle a la nueva burocracia sindical “socialista” o “bolivariana” su comportamiento similar o peor que sus antecesores cetevistas, o para ejercer a plenitud el derecho a sindicalizarse, sin la amenaza del despido.
No tienen espacio donde dialogar las víctimas del retardo procesal. Los presos, sometidos a condiciones infrahumanas en las cárceles, y a procesos judiciales interminables, y los familiares, quienes viven a diario con la angustia de no saber si su hermano, hijo o esposo saldrá con vida de ese infierno. Tampoco las víctimas de la delincuencia y de la corrupción y descomposición policial.
Tampoco hay un diálogo real con las comunidades. Asambleas para “bajar” la línea o imponer proyectos en los consejos comunales son otra cosa muy distinta al diálogo. Estamos muy lejos de realizar en la práctica la democracia participativa y protagónica. Sin ir muy lejos, en San Bernardino, por ejemplo, colocaron “ojos de gato” en algunas vías, pintaron algunos pasos peatonales y no pocos rayados amarillos. Pero dejaron intacta la huecamentazón que le hace la vida de cuadritos a los vecinos.
No hay espacios para que el pueblo llano, principalmente comprometido en el apoyo al Presidente drene su descontento frente a la ineficacia de no pocos funcionarios públicos de distintos niveles y frente a la desidia ante problemas como la basura, la falta de dotación en un hospital o la carencia de útiles o servicios en escuelas o liceos.
Y ni siquiera hay diálogo entre las fuerzas que acompañan al gobierno del presidente Hugo Chávez. El PSUV no consulta ni siquiera por cortesía a sus aliados, y tampoco hay procesos de consulta a su militancia en torno a temas de interés nacional. Su vida interna es fundamentalmente vertical.
Hay que erradicar la alergia al debate, y por ende crear espacios de diálogo diverso. Es verdad que hay mucho por hacer, pero también mucho por hablar. En esta sociedad sobran los monólogos, los soliloquios. Para que nos entendamos mejor, vayamos al diccionario. “Monólogo: Escena dramática en que sòlo habla un personaje. Discurso que se hace uno a sí mismo. En una reunión, discurso de una persona que no deja hablar a los demás”.
CECODAP
Esta laboriosa ONG dedicada a la defensa y promoción de los derechos de niñas, niños y adolescentes nos ha hecho el honor de otorgarnos el premio que lleva el nombre de Rafael Angel García, recordado colega dedicado al periodismo comunitario, y compañero de la Escuela de Comunicación Social de la UCV.
Nuestro agradecimiento a Oscar Misle, Fernando Pereira y demás integrantes de Cecodap por este valioso reconocimiento, y nuestro compromiso de continuar apoyando sus nobles iniciativas para promover los derechos y la formación de la joven generación.