MEDIAS VERDADES, TERRORISMO Y MANIPULACION MEDIATICA:
A PROPOSITO DEL ATENTADO TERRORISTA DE MADRID
Vladimir Acosta,
escritor, profesor universitario
Quisiera en esta ocasión hacer algunas reflexiones sobre el terrible atentado terrorista ocurrido en tem-pranas horas de la mañana del pasado jueves 11 de marzo en Madrid, atentado que tuvo por objetivo varias estaciones ferroviarias, en particular la principal de ellas, la de Atocha, y cuyo balance hasta ahora es de dos-cientos muertos y casi mil quinientos heridos, muchos de ellos en estado de suma gravedad.
Lo primero que quiero expresar es la condena que merece un atentado terrorista como este, criminal, injusto, indiscriminado, un atentado que masacra inocentes, gentes del pueblo, obreros, estudiantes, mujeres, un atentado que además de criminal es absurdo; y contraproducente, si es que pretendía, como parece, denun-ciar una política y una violencia estatales. Se trata de una locura criminal que debe ser condenada en forma rotunda. Pero hasta aquí llega mi coincidencia con la mayor parte de quienes han expresado opiniones al respecto. Y esta es la razón de que escriba estas líneas. Porque creo que quedarse en esta mera condena equivale a reducir la verdad a la mitad, equivale a mentir a medias, o más que a medias; porque hacerlo no sería otra cosa que caer en la manipulación mediática de siempre y encerrarnos en el callejón sin salida de la violencia y de la hipocresía.
Para ser en verdad justa y válida, para no ser mera expresión de hipocresía o de silencios acomodaticios, la condena de un atentado terrorista como este debería ser triple:
1. Condena de este tipo de atentados criminales e injustos que matan inocentes.
2. Pero también condena del terrorismo de Estado, del terrorismo de los grandes Estados, que matan centenares o miles de inocentes, que invaden y destruyen pueblos y países, y que luego salen de fariseos con-denando actos de terrorismo como el de Madrid, pero olvidando el terrorismo que ellos llevan a cabo y tratan-do de evitar toda alusión a las relaciones –complejas pero reales– existentes entre uno y otro.
3. Y también condena o denuncia de esa hipocresía, porque la respuesta de estos gobiernos a atentados terroristas como el de Madrid es siempre más represión, más violencia antiterrorista, la cual –en una espiral perversa que parece indetenible– genera a su vez más terrorismo; y porque hoy nadie se atreve a denunciar la relación existente entre ese terrorismo loco y desesperado, criminal, y fenómenos cotidianos –tenidos por normales o inocuos– como son la explotación, la desproporcionada concentración de riqueza en pocas manos, la pobreza y miseria extremas, el hambre, la injusticia, la exclusión de las mayorías, el racismo y los odios raciales, la invasión y destrucción de pueblos y culturas, y la violencia oficial que se practica a diario contra los más débiles y a los que el poder de las minorías dominantes les cierra totalmente los caminos de la protes-ta y la esperanza.
Olvidar esto, omitirlo, no verlo, no querer verlo, es hacerse cómplice de este cuadro de injusticia, de miseria y de odio, y olvidar que sin denunciarlo y luchar a fondo contra él cualquier lucha contra el terrorismo resulta falsa, hipócrita e inútil; y sólo sirve para generar más odio, más injusticia y más violencia, esto es, más terrorismo.
Lo que hemos visto en estos últimos días en la televisión conforma un verdadero modelo de esas medias verdades y de esa manipulación mediática mundial, constituye una inmejorable expresión de ese mundo hipócrita que se oculta tras las declaraciones de los poderosos, tras ese amasijo de mentiras que es necesario hoy más que nunca denunciar. Con contadas excepciones, como es el caso de los gobiernos de Venezuela y Cuba, gobiernos que no sólo han sido víctimas del terrorismo de Estados Unidos, el principal Estado imperialista y terrorista, sino que también se han atrevido a denunciarlo, y quizá con la excepción también válida de otros gobiernos sinceros de pequeños países, lo que hemos visto estos días es un desfile de personajes oficiales y discursos hipócritas, de responsables o cómplices de terrorismo de Estado, que condenan el terrorismo de grupos que luchan en forma equivocada y no menos criminal contra el poder y la violencia de esos Estados terroristas, pero que jamás dicen una palabra sobre su propio terrorismo.
Allí está Bush, gran genocida imperial, cabeza del principal Estado terrorista de este planeta, condenando el terrorismo. Allí está ¿cuándo no? Sharon, genocida empedernido del pueblo palestino. Allí están esos hipócritas gobernantes europeos: de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia; y con ellos, el corro de gobiernitos menores y serviles, vendidos a los Estados Unidos o impuestos por ellos; todos marcados por actividades terroristas de Estado o complicidades con estas últimas; todos marcados por su condición vasalla o por sus ambiciones petroleras que los colocan a la cola de los Estados Unidos; todos desfilando con caras entre compungidas e indignadas, dando respaldo a Aznar, como si éste fuera la víctima y no el pueblo español; a Aznar, cómplice como ellos, y a veces más que ellos, de la política imperialista y terrorista del gobierno estadounidense; a Aznar, verdadero asesino, responsable de estas muertes; a Aznar, lacayo de Bush, que acaba de convertir a su país y a su pueblo en blancos del terrorismo islámico porque en contra de la opinión expresa y aplastantemente mayoritaria del 91% de los españoles decidió involucrar a España en la invasión y el genocidio de Irak, porque decidió convertir a España en parte de una guerra que nada tenía que ver con los españoles y que éstos rechazaban y rechazan con firmeza.
Igual que los Estados Unidos y sus organismos financieros, militares y políticos, ellos, esos gobiernos europeos, son responsables o cómplices del hambre y la miseria de los pueblos pobres de este planeta, saqueadores de sus riquezas, protagonistas o actores del otro terrorismo, el de Estado, ese que no se llama nunca a sí mismo terrorismo sino ‘lucha contra el terrorismo’, y que es más asesino que el terrorismo de estos locos criminales que el pasado jueves volaron trenes repletos de civiles en Madrid. Todos ellos, gobernantes de países prósperos, aparecen gordos, rozagantes, saludables, bien vestidos, orgullosos de su prosperidad, y todos repiten como loros el mismo discurso, el de Bush: indignación, condena y amenazas. Ninguno habla de explotación, de injusticia, de racismo, de miseria, de destrucción de pueblos invadidos. No, eso nada tiene que ver. Eso no existe. Ese no es el tema. El tema es la condena del terrorismo. Y en ese campo, igual que Bush, todos quieren mostrar que tienen razón, que son valientes, que no se dejarán amedrentar por los terroristas, que seguirán persiguiendo y aplastando al terrorismo con más represión y más violencia. Esto es, que lo que nos espera a todos los que estamos sometidos a su poder es más violencia, más represión, más terrorismo de Esta-do; y en respuesta a ello, más terrorismo antiestatal, más muertos y más muertos; y luego, más terrorismo de Estado; y luego más terrorismo antiestatal; y así hasta el infinito, hasta que alguien, hasta que los propios pueblos de Europa y los Estados Unidos decidan enfrentar y parar esta locura.
¿Es que nadie es capaz de denunciar desde el poder la monstruosidad que hay detrás de todo esto? ¿de qué valor hablan esos gobernantes cómplices o vasallos que repiten como loros lo que el poder imperialista mundial les ordena decir? ¿no hay alguien que denuncie y enfrente esta locura? No, por supuesto que no. La verdad es que resulta muy difícil hacerlo, porque el poder mundial encabezado por el gobierno de los Estados Unidos ha creado un verdadero chantaje y montado un monolítico terrorismo ideológico en lo relativo a denunciar el terrorismo en toda su terrible dimensión y multiplicidad. Nadie, ningún poder, se atreve a disentir, a revelar la otra cara del problema. El que lo intente se convierte al instante en supuesto cómplice del terrorismo. Todos parecemos estar presos del chantaje, del dilema que nos impuso el genocida Bush: o se está con él y con todos los enanos que le siguen, como Aznar, o se está con el terrorismo. Porque se trata de un dilema falso, tramposo, que hay que denunciar y combatir. Es un círculo no sólo vicioso sino criminal que hay que romper, y pronto. Repito: debemos condenar todos, venga de donde venga, ese terrorismo ciego, desesperado, criminal, que golpea y mata a centenares de inocentes y que sólo fortalece a los enemigos de los pueblos. Pero también condenar sin miedo el hipócrita terrorismo de Estado, el de Bush, el de Sharon, el de Blair, el de Aznar, el de los cobardes y los cómplices, y el de los gobiernos asesinos que apoya Estados Unidos (Egipto, Pakistán y otros) y denunciarlo con la misma fuerza.
¿Cuál es la moral de un genocida como Bush para denunciar el terrorismo? ¿o es que los miles de muertos, de muertos inocentes, de mujeres, niños y ancianos, de civiles, que su gobierno y su ejército invasor han asesinado y asesinan a diario en Afganistán e Irak, no son seres humanos? Los muertos en Afganistán pasan ya de miles. Y en Irak, donde por cierto no se lleva cuenta de ellos, sólo de los soldados yankees a los que mata la resistencia, la cifra de irakíes muertos se calcula en más de 15.000. ¿Es que esos muertos no cuentan o no existen? Anteayer mismo, en una pequeña nota, la prensa nos informaba que los soldados estadouni-denses que asesinaron 15 niños hace unos meses en Afganistán, quedaron libres, porque el asesinato masivo que cometieron fue ‘un lamentable error’, por supuesto, en una guerra justa. ¿Cuál es la moral de ese otro genocida como Sharon, que tiene toda su vida masacrando palestinos, que es responsable de matanzas como las de Sabra y Chatila en el Líbano, y de miles y miles de muertos, para condenar un atentado criminal como éste? ¿o es que los palestinos civiles a los que se masacra a diario no son también inocentes? ¿cuál la de ese farsante llamado Tony Blair, o Tony Bliar, como lo llaman muchos ingleses, para condenar el terrorismo que no es sino una respuesta ciega al que sus tropas invasoras llevan a cabo a diario al mando de los estadounidenses? ¿cuál el de esos pobres polacos lamebotas, orgullosos de haber dejado la órbita soviética para convertirse en sirvientes de los norteamericanos? ¿A dónde pretenden estos miserables conducir el mundo?
Quiero terminar con una última reflexión sobre esa manipulación mediática, sobre esa hipocresía cotidiana, sobre esa catarata de medias verdades a que nos tiene sometidos el poder mundial a través de los medios de comunicación. De entrada dejo de nuevo en claro que así como estoy de acuerdo con la condena de este atentado terrorista, pero me parece que es sólo la mitad de la verdad, así estoy también de acuerdo con todo el despliegue que los medios de comunicación han hecho del rechazo mundial al terrorismo en este caso, pero me parece totalmente hipócrita quedarse en esta media verdad, y ocultar, como se hace siempre, la otra cara de la misma.
Atentados terroristas masivos como el ocurrido en Madrid el pasado jueves, como el ocurrido el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York con las Torres Gemelas del World Trade Center, o como los que a veces ocurren en Israel, se convierten al instante en fenómenos mediáticos monumentales en cuanto a despliegue mundial de cobertura y de condena, en cuanto a imágenes conmovedoras de muertos y de heridos, a lágrimas de dolor o rabia, a condolencia, solidaridad, e indignación. Entrevistas y experiencias vividas se suceden en un gran desfile a lo largo de días y hasta de semanas. Y luego se repiten y repiten los programas y los páneles con los analistas de siempre. Conocemos en esos casos de atentados terroristas la lista minuciosa de muertos y de heridos, conocemos sus nombres, los detalles de sus vidas, porque son todos seres humanos concretos, reales, con rostro, con historia.
Repito. Creo que es perfectamente válido hacer un despliegue condenatorio semejante, no lo critico en absoluto. Pero pregunto, ¿por qué no se hace igual con los muertos palestinos, o irakíes, o afganos, o de Liberia, Uganda o Sierra Leona? ¿por qué nunca con estos centenares y miles de muertos, asesinados por gobier-nos europeos o de Estados Unidos, o por mercenarios de unos u otro, por qué nunca hay despliegues similares sino meros flashes informativos que desaparecen y se olvidan en cosa de segundos en medio de noticias deportivas o culturales? ¿por qué esos muertos son siempre meras cifras, sin nombres, sin rostros, sin historia? ¿por qué no son nunca ciudadanos sino una chusma anónima, una chusma innominada? ¿será por qué no son blancos, o europeos, o israelitas, o estadounidenses? ¿será porque los países ricos que controlan el mundo y los medios de comunicación son los únicos que pueden beneficiarse del despliegue favorable de esos medios? ¿será porque el único terrorismo condenable es el que los afecta a ellos? ¿será porque el terrorismo de Estado que los gobiernos dueños del mundo, como ellos, ejercen contra esos pueblos pobres, masacrando miles y miles de sus habitantes, no es terrorismo sino imposición civilizatoria de la democracia y del mercado, ver-sión renovada de la ‘carga del hombre blanco’? ¿será que ese terrorismo de Estado es expresión válida de la ‘justicia infinita’ que distribuyen Bush y sus cómplices europeos?, ¿o será que se trata de meros casos de ‘asesinato selectivo’, como llama el genocida Sharon a las operaciones terroristas que ejecuta a diario el gobierno israelí contra el pueblo palestino?
Decididamente este es un mundo dominado por la injusticia y la hipocresía. Decididamente en este planeta hay ciudadanos de primera categoría, ciudadanos plenos, que son los estadounidenses blancos, los europeos (europeos de los países ricos, porque otros como los albaneses, los rumanos o los bosnios musulmanes no califican) y los israelitas; y ciudadanos de segunda, tercera o cuarta, que somos los demás, según nacionalidad, clase social, riqueza y color; e incluso seres a los que ni siquiera se los considera ciudadanos, si acaso humanos, como es el caso de los pueblos pobres, los musulmanes, los palestinos, los negros africanos. Es eso lo que condeno: la media verdad, la doblez, la hipocresía, el doble rasero para medir gentes y hechos, la lectura acomodaticia y sesgada del terrorismo que golpea a los pobres y a los débiles. Cuando es terrorismo vulgar, clandestino, y afecta a los habitantes de Europa, Israel o Estados Unidos, se lo trata de un modo: condena rotunda, denuncia ilimitada, solidaridad con las víctimas. Cuando es en cambio terrorismo de Estado, llevado a cabo por los gobiernos de Estados Unidos, Israel o países europeos, y afecta a los pobres habitantes del antes llamado Tercer Mundo: palestinos, afganos, irakíes, indios latinoamericanos o pueblos negros del Africa, entonces se lo trata de otro modo: silencio absoluto o fugaces menciones, descalificación de los agredidos (se los acusa a menudo de ser ellos mismos terroristas) y complicidad con los victimarios, a los que se presenta como auténticos héroes civilizadores. Porque lo que ocurre en el fondo es que vivimos de nuevo, como en el siglo XVI, en tiempos de Conquista.
Yo quisiera ver algún día, alguna vez, a la televisión y prensa mundiales destacando con el mismo énfasis, con la misma energía condenatoria, con el mismo enternecedor o indignado detalle humano, la muerte masiva, obra del terrorismo estatal de Estados Unidos, Israel, o los gobiernos europeos, de centenares o miles de afganos, de irakíes, de palestinos o de negros africanos, y denunciando con vigor a los verdaderos responsables de estos crímenes. Pero esta es un sueño imposible, porque esas muertes, porque esas masacres, esca-samente son noticia, esas víctimas no tienen dolientes, no son seres humanos, son meras cifras anónimas, y porque en el fondo el poder mundial sabe que esos hechos son demasiado reveladores para desplegarlos y que es mejor ocultarlos o diluirlos, banalizándolos, en medio de entregas de Oscar o victorias del Real Madrid.
Caracas, 14 de marzo de 2004