E l domingo 29 de febrero el presidente constitucional de Haití, Jean Bertrand Aristide, abandonó su cargo y salió al exilio, en medio de un levantamiento popular y militar que en las últimas semanas contó con el abierto apoyo de gobiernos extranjeros como el de República Dominicana, Francia y los Estados Unidos.
Las agencias de noticias, como CNN, informaron que Aristide había renunciado. Igual información dieron los voceros del gobierno norteamericano.
Pero el lunes 1 de marzo el mundo fue sacudido con la denuncia telefónica realizada por el propio Aristide a periodistas en los Estados Unidos, sobre los acontecimientos que condujeron a su salida del poder y del país. No hubo renuncia. El palacio presidencial fue ocupado en horas de la noche del sábado 28 de febrero por militares estadounidenses, los cuales, apoyados en la fuerza de sus armas, conminaron a Aristide a abandonar palacio y subirse a un helicóptero, para trasladarlo a un aeropuerto y sacarlo hacia África central, en circunstancias prácticamente de detención, de secuestro, como él mismo lo catalogó.
La verdad ya ha sido conocida en todo el mundo. Algunos, como el secretario general de la ONU, Kofi Annan, restaron importancia al derrocamiento de Aristide, y han intentado mostrar "su preocupación" por el futuro de Haití. Pero personajes significativos de la política norteamericana, como el reverendo Jesse Jackson, están denunciando públicamente esta nueva intervención yanqui en el derrocamiento de un gobernante latinoamericano. Líderes del partido demócrata también cuestionan públicamente el derrocamiento de Aristide y la conducta similar que el gobierno de los Estados Unidos viene asumiendo contra Hugo Chávez y el proceso revolucionario venezolano.
El derrocamiento de Aristide, presidente de Haití electo mediante votación popular, y quien en la última década actuó como un delfín de los intereses norteamericanos, es una nueva y lamentable página de la historia intervencionista que se ha desarrollado en América Latina desde hace más de 150 años.
Quienes se presentan ante el mundo como los paladines de la democracia, quienes se creen con derecho a decidir cuáles gobiernos son y cuáles no son democráticos en todo el mundo, quienes tienen el tupé de "examinar" el respeto por los derechos humanos en los países que a ellos les da la gana, han actuado esta vez violando flagrantemente el período constitucional del presidente haitiano, han aplastado los derechos ciudadanos más elementales, y le han abierto el camino del poder a unas bandas paramilitares dirigidas por asesinos y torturados de la vieja dictadura duvalierista.
Nuestra América, el continente mestizo por el que lucharon Bolívar y Martí, hoy siente vergüenza e indignación. Ayer fue en Panamá, en Granada, en Nicaragua, en República Dominicana. Hoy es en Haití, en Colombia, en Venezuela.
Se continúa interviniendo en nuestros países para garantizar los intereses del gran capital. Pero el proceso histórico no es un ciclo interminable.
Los pueblos maduran y aprenden. Hoy en Venezuela, en Argentina, en Bolivia y muchos otros países, los descendientes de Bolívar, de Martí, de San Martín, se disponen a desbaratar los planes imperialistas con una nueva lucha por la independencia nacional y continental
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