Con magistrados como los de la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia, no hace falta Constitución. El golpe contra el proceso bolivariano, liderado por Chávez, continúa a pasos agigantados. Cualquier vía o mecanismo ha sido transitado para destruir, directa o solapadamente, un proyecto que beneficiaría, en períodos mediatos y de largo plazo, a toda la población venezolana.
Desde 1998 están tratando de socavarlo. Ha habido atentados directos contra nuestra Constitución y nuestra convivencia democrática. El gobierno nacional no ha logrado trabajar en santa paz, porque su “oposición” decidió transformarse en una suerte de esperpento, sin pies ni cabeza. Sus seudo dirigentes no quieren cambiar. Quienes la encabezan son, en su mayoría, unos truhanes. En sus filas brilla la irracionalidad, el desvarío y la inconsistencia ideológica. Cada quien lucha por regresar al pasado, cuando el momento histórico nacional, y el panorama mundial, exige compromisos distintos.
Desde diversos escenarios se atenta contra la Nación. Se han abierto varios frentes. Primero fue el Golpe de Estado, con militares fascistas y empresarios de baja ralea, encabezándolo. Luego el golpe petrolero, con meritocráticos dispuestos a arruinar al país completo. Más tarde, el desprestigio dirigido desde la coordinadora “democrática” recayó sobre el Consejo Nacional Electoral. Hace algunos días intentaron aplicar una tal operación guarimba, para aterrorizar a una ciudadanía tele-invidente. Ahora, el pánico surge de la Sala Electoral del TSJ. La administración Bush ha dispuesto de muchos dólares para comprar conciencias en los ámbitos antes mencionados.
En todos han participado los medios de comunicación privados nacionales y extranjeros en general. Pero, siempre ha triunfado la voluntad popular y el Estado de Derecho. La mayoritaria conciencia política del venezolano ha crecido de tal manera que todos los intentos han visto truncados sus esfuerzos por desestabilizar y subvertir el orden establecido.
En la decisión de la Sala Electoral está metida la mano peluda de Luis Miquilena. El otrora “mentor” de Chávez, esparció piezas claves dentro del Tribunal Supremo de Justicia. Este fallo, arbitrario e inconstitucional, responde a intereses políticos muy claros. Martini y Hernández son fichas de “don” Luis. Ambos violentaron la disposición de la Sala Constitucional. La pisaron para crear zozobra en la población, recalentar las calles e incitar a la violencia. Ambos deberían ser procesados por el mismo Tribunal Supremo. ¿Hasta cuándo permitiremos este tipo de desafueros? ¿Hasta cuándo el reino de la impunidad seguirá estableciendo su imperio? ¿Pueden, magistrados como éstos, continuar coleados dentro del máximo órgano de administración de justicia del país?
La decisión vulnera nuestra Carta Magna, y en el Poder Electoral aparece una fisura, por donde podrían pasar como válidas las firmas de muertos, menores de edad, no inscritos en el REP, de quienes vieron usurpados sus números de cédula y las planillas con “caligrafía similar”. Es decir, estaríamos presenciando una “trampa legal” al viejo estilo puntofijista, con las consabidas mafias y tribus de AD y COPEI.
Para muestra un botón: "Rafaelito" Hernández viene del partido verde. Fue su secretario general. Esos vínculos políticos le permitieron, como a otros tantos titulares, entrar como gris profesor en la Escuela de Derecho de la ULA. Un buen día apareció, sonriente, en Tovar a dictar una charla sobre formación ideológica a militantes del MVR. Asombrados, perplejos y mudos quedamos muchos.
De registrador subalterno saltó a ser magistrado del TSJ. ¿Vacío salto al vacío? Ninguna experiencia. Ninguna credencial. Ningún mérito. ¿Cómo logró hacerlo? ¿Con qué llenó su currículo? Vaya usted a saber. Lo cierto es que allí está. Ganándose una suma fabulosa como otros tantos burócratas. Electo por ¡doce años! Haciendo quedar mal a la inteligencia merideña. Cobrando, seguramente, alguna comisión por favores concedidos. Y, para colmo, prestándose para volver trizas los derechos de todo el mundo y de todas las épocas. Rafael se tomó un Martini con la venia de Miquilena.
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