Sembrar terror donde no existe, es la consigna de quienes gobiernan el mundo. Para propagarlo utilizan diversos métodos. Preparar guerras, o inventarlas, es uno de ellos. En los sitios más recónditos, y por motivos casi siempre insignificantes -o aparentemente banales- aparecen sociedades enfrentadas. Armas van y vienen. Corren alegremente, sin barreras ni mecanismos preventivos ni instrumentos de control. Sin aduanas ni alcabalas, el negocio armamentístico crece despiadadamente, a costa de muchos muertos. Éstos, casi siempre, son seres, inocentes, inofensivos y desarmados. Niños, jóvenes, mujeres y ancianos son carne de cañón para nutrir los activos del fabuloso negocio del planeta. Las estadísticas hablan por si solas. Las ganancias del capital aumentan, y los muertos también.
El imperio norteamericano fabrica armas a granel. Y a granel las distribuye. Y a granel debe venderlas. Y a granel mueren miles y millones. Nunca antes, este negocio tuvo tantos clientes. Los gobiernos caen en la estafa, y nosotros también. Tener un arma es como desear un automóvil o pretender a una mujer. Los medios nos ofrecen estas bondades como si fuesen necesidades obligantes (en nuestro caso, sólo una compañera es indispensable; aunque los medios la hayan transformado en "oscuro objeto del deseo". ¿Otra oferta del libre mercado?). Damos cualquier cosa por poseerlas. ¿Trampa? Como dirían los indios tarahumaras del Chihuahua mexicano: no necesitamos armas, pues si las requiriésemos Dios nos las hubiese suministrado desde nuestro nacimiento.
Controlar todo lo existente no tiene límites. Aire, tierra y fuego para dominarnos. Unos pocos disponen de todo el resto. Éste acaba sometido sin derecho a réplica. Si reclama, llueven armas en su contra. Y el capital sonríe, mientras los familiares lloran sus muertos, desaparecidos o torturados. Lo ha cantado Facundo Cabral en algún concierto suyo: las madres alimentan a sus hijos para enviarlos a la guerra. Así funciona el sistema establecido. Pero, de esta manera no pueden seguir funcionando las relaciones humanas. Si no nos detenemos, la humanidad entera corre directa al despeñadero. Y de allí no saldremos jamás.
El terrorismo, en sus diversas expresiones, es resultado directo del sistema capitalista. El capital genera divisiones, enfrentamientos y controversias profundas. En los seres humanos produce desequilibrios mentales y físicos. Y rompe, la armonía existente dentro de la naturaleza. Los graves daños ocasionados al ambiente, son generados por la explotación desconsiderada de los productos naturales. El capital destroza flora y fauna. No tiene consideraciones de ninguna especie. Urge la aparición de otras vías para alcanzar la convivencia humana y garantizar el perfecto equilibrio del hombre con su entorno.
El capitalismo utiliza muchos y variados métodos para mantener su hegemonía. En los tiempos actuales, invierte cuantiosos recursos en los medios masivos de comunicación. Desde allí genera matrices de opinión que estimulan al ciudadano común a adquirir productos innecesarios y altera, al mismo tiempo, patrones de conducta. Odios, mezquindades y, egoísmos son alimentados a través de perversos mecanismos audiovisuales. El humano se rinde, sumiso, ante la maquinación del sistema imperante.
Con su extraordinaria influencia y maniobra, el capital inflinge todas las normas establecidas. Ningún poder terrenal logra frenar este desaforado avance del omnipotente imperio del capital. Miseria, pobreza y violencia a la orden del día. Miseria, pobreza y violencia in crescendo. Balanzas y equilibrios fiscales en franca mejoría, mientras las mayorías sufren los rigores de políticas económicas que sólo benefician a unos pocos.
El terrorismo ha alcanzado niveles nunca antes vistos. La cruzada contra éste jamás tendrá final feliz, si el sistema capitalista continúa imponiendo las reglas del juego. Los medios de incomunicación justifican el fin. Sólo muestran una cara de la situación. La otra permanece velada porque responde a los intereses del gran capital. La televisión condena e impulsa ataques. Sus imágenes recorren el mundo. No existe espacio para la compasión humana y los más bajos instintos afloran en los sitios más lejanos del planeta.
El terrorismo se ha vuelto una especie de mal necesario. Los grandes acaban enfrentándolo con altas dosis de violencia. Si los bienes materiales no se distribuyen de manera equitativa, no habrá descanso posible en esta carrera desaforada del capitalismo avasallante. Israel, Palestina, Afganistán, Irak, Haití y Colombia son los ejemplos más recientes. ¿Podemos, los seres humanos, seguir enfrentándonos por controlar territorios o dominar riquezas materiales, para que los de siempre aumenten sus ganancias y miles mueran diariamente?
giandomenicopuliti@yahoo.es
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