La historia humana puede ser descifrada desde ángulos variados de acuerdo con los enredos de la historiografía sesgada. No obstante y dado que es, fundamentalmente, memoria colectiva y expresión de eventos acaecidos la eterna lucha de los desposeídos, marginados y explotados de la historia contra la clase propietaria, explotadora y poderosa.
Los cambios cualitativos radicales se producen cuando las indetenibles fuerzas productivas emergentes terminan por romper el marco social, económico y jurídico que impide su crecimiento y realización. El caso más emblemático de esto lo vemos en los acontecimientos que condujeron a la humanidad a la revolución francesa. Allí se enfrenta el sistema feudal, agrario y caduco con las fuerzas productivas de villanos y burgueses, que requieren para su desarrollo derrumbar los muros del feudo, barreras insalvables para poder colocar su poderosa capacidad de producción de bienes y servicios.
Así, villanos y burgueses, -todavía el término villano significa para nosotros algo así como gentuza o tierruo en el léxico de la nueva confrontación- estaban irremediablemente destinados a derrotar el agónico sistema feudal. Lo razonable habría sido que ante el fabuloso encrespamiento de las fuerzas productivas emergentes, el viejo sistema hubiese cedido en forma incruenta. La historia nos muestra que no fue así, de aquella vieja nobleza no quedaba nada salvo la soberbia y la arrogancia. Ellos representaban la muerte y la putrefacción del viejo sistema. Como nos señala Ortega y Gasset: “…de verdaderamente aristocrático sólo quedaba en aquellos seres la gracia con que recibían en su cuello la visita de la guillotina; la aceptaban como el tumor acepta el bisturí” .
En otras oportunidades el enfrentamiento no es, necesariamente, determinado por el surgimiento de nuevas fuerzas productivas sino por una elevación del horizonte social de los excluidos. Hoy, en la Venezuela bolivariana, se está desarrollando un proceso de este tipo. El pueblo venezolano, -como me decía una señora muy pobre- ha aprendido que ser venezolano sirve para algo. Ha dejado de ser dócil y reclama igualdad, justicia y equidad y quien no descubra la significación revolucionaria de este acontecimiento está condenado a un dramático y trágico destino.
Nuestro tiempo actual se caracteriza por la arrolladora sublevación moral del pueblo, como diría Ortega y Gasset: “imponente, indomable y equívoca como todo destino. ¿Adónde nos lleva? ¿Es un mal absoluto o un bien posible? ¡Ahí está, colosal como un gigante, cósmico signo de interrogación, el cual tiene siempre una forma equívoca, con algo, en efecto, de guillotina o de horca, pero también con algo que quisiera ser un arco triunfal!. Estamos pues frente a un pueblo que ha descubierto que, por el sólo hecho de ser venezolano tiene derechos y que para alcanzarlos no requiere de ninguna calificación especial étnica, social, cultural o económica.
¿Qué hará la clase dominante ante este hecho?. De su respuesta dependerá que el destino esté signado por la guillotina a un arco del triunfo compartido. Si acogemos los signos de sus últimos movimientos su ceguera cósmica los conduce, violenta y torpemente, al enfrentamiento y con él al caos. ¿No habrá entre esta nueva aristocracia quienes impongan la luz del entendimiento?. Los venezolanos hemos sido originales y precursores en otros momentos de la historia. Quizás, si hacemos un supremo esfuerzo de comunicación y discusión podríamos protagonizar otra originalidad más. En este caso, el cambio de unas estructuras excluyentes, caducas y superadas por otras signadas por el respeto, la equidad y la inclusión sin la necesidad de más dolores.
Las cartas están echadas. De un lado un pueblo en el estado psicológico de sentirse amo, dueño y señor de su destino y del otro, una clase aferrada a unos privilegios, -acaso justificables en otros tiempos- que de a poco se convierten en pesadas piedras que los arrastran hasta el fondo del pozo de la historia.
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