En días pasados, en una de sus constantes cadenas de radio y televisión, el Presidente Chávez aseguró que en Venezuela no se había presentado ningún caso de la hasta entonces llamada influenza porcina. Como se sabe, los epidemiólogos de la Organización Mundial de la Salud decidieron cambiarle el nombre a la susodicha para salvaguardar la buena reputación y la vida de millones de cochinos, a los que ya estaban empezando a liquidar masivamente en algunos países, como si les hubiese llegado su sábado. Ahora la denominación oficial del causante de la pandemia, o mas bien del pandemónium mundial, corresponde al virus del Sub Tipo H1 N1.
El caso es que, no bien habían terminado de hablar por televisión el Presidente Chávez, reforzado por una aparición similar del ministro de Salud, el comandante Montilla (quien tampoco sabe un cipote sobre medicina), asegurando tajantemente que no se habían registrado casos de la mencionada influenza, fiebre gripe, o como se la quiera llamar, cuando ocurrió lo que era prácticamente inevitable.
A los pocos segundos de tales anuncios las recatadas locutoras de Globovisión empezaron a proclamar que en Carabobo existían varios casos de contagio, a lo cual de inmediato añadieron que en el estado Miranda se estaban detectando situaciones similares.
Ante la seriedad de las acusaciones que constituían un desmentido a los anuncios oficiales la primera conclusión que muchos malpensados sacamos fue que la influenza de marras afectaba especialmente a los miembros de la alta sociedad civil, que, como se sabe, no están acostumbrados a vivir entre la cochinada, como otra gente, en su mayoría simpatizantes de la revolución bolivariana, cuyas viviendas están rodeadas de basura y cosas parecidas.
Por desgracia para Globovisión y sus locutoras ansiosas de revelar la cochambrosa realidad de este país a la tele audiencia, las noticias sobre pacientes contagiados con el virus H1 N1 luego fueron desmentidas por las mismas fuentes que se habían apresurado a propagarlas.
A partir de entonces se estableció una tensa vigilia por parte del canal golpista, al que algunos, despectivamente, califican como partido u organización política de carácter mediático. Su vasta red de corresponsales y chismosos en buena parte del país se dio a la tarea de detectar el primer caso de la temida influenza. Lamentablemente algunos veían con pesar como pasaban las horas y los días sin que se produjera el anhelado anuncio.
Por lógica elemental una de las sospechas más extendidas era que las autoridades sanitarias del gobierno estaban ocultando la realidad y se negaban a clasificar como tales los casos ya reportados y recluidos en terapia intensiva. O sea, no solo teníamos la influenza mortífera, sino que los encargados de la salud, apoyados por médicos cubanos y secuaces de Lina Ron, se negaban a reconocer la realidad.
Al momento de redactar esta crónica, o bien la conjura oficialista para ocultar la realidad no ha sido develada por los adalides de la Federación Médica Venezolana, o la buena suerte de Chávez sigue siendo tan atípica que probablemente se deba a brujerías y ensalmes que no utilizan los presidente demócratas.
Es decir, si no tenemos la influenza, el gobierno igual tiene la culpa por valerse de métodos poco científicos.