"A veces provoca
caerle a coñazos…"
Yuleisy (El 23)
El hombre voltea los ojos, trata de arrancarse los cables, las mangueras, agujas y sacude la vaina esa donde cuelgan suero, sangre y otra sustancia cristalina que no sé que es y tampoco quiero averiguarlo. A duras penas sostengo sus brazos arrugados y me sorprende que no se quiebren los huesos forrados de piel. No emite sonido alguno, pero conversa animadamente con alguien que está más allá de mi percepción y me invade el temor de estar asistiendo a ese salto que damos cuando cambiamos el traje por la etérea vestimenta del espíritu (vainas que nos han enseñado desde carajitos)…
Porque se trata de eso o así lo he sentido siempre, el nacimiento de nuevos personajes con el brío de las máquinas nuevas, y la muerte de quienes estorban por el baño cáustico de un nuevo tiempo. Tiembla mi ánimo y recuerdo que no soy mortal, que también me acecha el pasar de los años y que esa sombra que cubre ahora los ojos del hombre, podría llegar algún día por “quítame esta paja” o porque a alguien se le ocurriera que en esta vida salgo sobrando.
No voy a negar, que me invade un pequeño alivio mezquino, que sea él quien ahora esté cruzando el umbral y que sea mi suerte la que me regale el rol de espectador. Pero eso no alivia la pena de estar filosofando mariqueras, cuando la muerte está jugando con nuestra ilusión y permite que alberguemos la esperanza de verlo resucitar… “¡Hasta el último suspiro, nojoda!” – Siento que sale irreverente mi reto a quien sea esté halando esa vida que alguna vez jugó dominó conmigo – “¡Arranquen de aquí!... Se me van de esta vaina y dejen de llamarlo, que éste hoy no brinca pa’l otro lado” – Termino el exorcismo que pretende espantar a los visitantes que no veo y que hacen fiesta esperándolo… Parece que he ganado, pues afloja los brazos y logra fijar la vista en mí, aún con el reproche de los que se ven interrumpidos en ameno ajetreo; mezcla de confusión y regreso, la duda que asoma la respuesta eficaz… pareciera que no me perdonara que alejara su derecho a descansar definitivamente.
Por ahora he ganado yo y perdieron sus ganas de morir en paz. Cierra los ojos y los nervios se atoran en mis rodillas; necesito sentarme y quitarme de encima la sonrisa burlona que esgrimió ante mi atrevimiento. Necesito olvidar que me pasó por el espinazo una ráfaga de miedo que revolvió los recuerdos de amigos que hoy no están para conversar de cualquier cosa; amigos que se convirtieron en polvo y le hicieron caso al llamado del accidente, de la brutal coincidencia o la natural enfermedad… y me da arrechera seguir aquí, mientras a ellos el destino les hizo un corte de historia. Este hombre, por lo menos asistió a sus cuatro estaciones y me tiene aquí emulando a Cristo gritando: “¡Levántate y anda!”. Pero, por allí flotan en mi memoria quienes pisaron la primavera y un verdugo, cancerbero sádico, le metió electricidad en los huevos, quiebre en las costillas, hinchazón en los párpados, para robarles el otoño y el invierno de un solo coñazo en veinticuatro horas.
“¿De qué te quejas, moribundo? ¿De morir cuando te toca? ¡No has visto llaga, carajo!” – El hombre duerme y yo visito mis recuerdos – “Por lo menos conociste las canas, los nietos y un seguro que cubra tu retirada… Si sales vivo de aquí, por lo menos agradece que te ganaste tranquilamente los surcos de la cara” – Una lágrima solidaria recorre tiempos de terror, de allanamientos, de detenciones, de teatro de operaciones, de muertos que se olvidaron en el entierro y se quedaron en la familia y los camaradas.
Me relevan y busco el rincón más apartado para fumar un cigarrillo. Dejo en ese cuarto las sensaciones que resucitaron al hombre y sacaron de mi cerebro un álbum de fotos viejas, donde los nombres se confunden con los apellidos, donde el sepia borró los colores e hicieron fila los eventos.
“¿Te acuerdas de mí?” – Me sonríe uno de mis fantasmas, mientras hurgo en sus ojos que no me dicen nada. “Disculpa, Recuerdo. Pero ahora el mundo se me ha hecho pequeño. Tendrías que contarme de tus angustias y narrarme lugares y regalarme un mar de hechos… ¡Eso, sí!... Tendrás que escucharme y entender porque he estado cavando en mí, porque me empeño en ser yo y no uno ajeno. Tendrás que averiguar porque le espanté los muertos al hombre que está en el cuarto 776, porque lo regañé en su regreso y porque odio tanto que me crean ausente sí estoy más cerca de lo que estiman mis deudos…”
El fantasma alzó las cejas, mitad sorpresa, mitad burla y aderezo de sapiencia ultraterrena – “Veo que la muerte afecta tus sentidos…”
“¿Y a quién no?, ¡coño!... Si la veo cuando paso por Llaguno. La percibí cuando liberaron a los asesinos. Me comprometo con ella cuando recito un poema a los caídos y me arrecha tanto miedo cuando los motivos sobran… Ese carajo muere porque el tiempo se le acaba (eso si le da la gana, porque las fuerzas le sobran), pero, ¿morir y que pasen dos años sin un asesino preso?…” – El cigarrillo se hace colilla y la costumbre lo aplasta en medio del tacón y el suelo. No hay fantasmas, solo la angustiante sensación de hacer algo que nunca culmina. Empieza por una revolución que hay que profundizar y se lo encargan a unos ineptos; pasa por la justicia que se burla de esa revolución que nunca profundizan esos ineptos y termina en la tragedia personal que se calla, la arropa el orgullo y, difícil, muy difícil, pase por encima de los sentimientos.
“¿Sabe algo, camarada? Tómese su sopita Maggie y ármese de paciencia…”
marioaporrea.org
msilvagayahoo.com