ACTO I
“¡Berta! Muévete que vamos a llegar tarde...”
Berta patea el piso del cuarto, se exprime, aprieta los puños, refunfuña, no quiere ir, está cansada de tanta marcha sin resultados. Prefiere estar en la playa como cualquier mortal que aprecie un fin de semana con puente de regalo. Sacude la bandera con fuerza, casi pierde el control y la utiliza para ahorcar a su marido...
“¡Mi amor!... No olvides el pito y la matraca que te traje de Río...”
Los callos le advierten una jornada dolorosa. Los Nike son una mierda; igual te salen callos. Las lycras en este clima de abril emponzoñan la entrepierna y el Rexona no logra terminar el día sin un tufillo que hiere la nariz de cualquier mantuano. De solo pensar que la distancia es larga, le provoca ser chavista y terminar bailando los cueros en la Avenida Bolívar... Pero ¡NO! Tenía que tener por marido a un despedido de PDVSA...
“¡Mi vida!... Ponte protector solar. No quiero que te quemes los cachetes...”
¿Los cachetes nada más? Ya ni eso tiene. Una lágrima rueda por la mejilla. Los recuerdos la obligaron a rodar cuesta abajo. Recuerda una melodía de Sting que le cantaba su marido al oído en una playa Aruba. Ya ni canta una de Felipe Pirela. Solo está pendiente de Globovision y tiene una lucha interna con los deseos. El conserje, ese negrito nuevo y musculoso que contrató la junta de condominio, la ve pasar con ojos preñados de deseo. “Se la doy, no se la doy...” – Deshoja Berta la margarita...
“¡Mami! Se me olvidaban las máscaras antigas... ¿Puedes bajarlas del closet?...”
Se pasa la mano con rabia y la lágrima humedece la mejilla. A Berta le preocupa terminar con la menopausia a los veintisiete. “Menopausia Política”, le dijo un día al marido y éste corrió a consolarla con una palmadita en el hombro, mientras veía a Nitu Pérez Osuna resollando veneno desde la pantalla... ¡Pues, no! Esta vez no estaba dispuesta a complacerlo. No, no, y no. No iría a la marcha y ¡basta!...
“¿Tienes todo listo, mi amor?” – Pregunta apresurado el marido.
“No voy, Eugenio...” – Fue su respuesta firme y dispuesta.
“Pero... ¡Mi turroncito! ¿Qué pasó?” – Eugenio responde asombrado.
“Que no voy, chico... No voy. Ve tú si quieres. Estoy harta, Eugenio. Harta de tanta marchadera. El país lleno de misiones y nosotros caminando. Chávez en Miraflores y nosotros sudando... Estoy llena de callos, chico” – Llora Berta su infortunio – “Tengo callos hasta en la cuchara... ¡Y conste! Que son por marchar y no porque tú me los provoques...”
“¡BERTA!... Te desconozco...” – Se le abren los ojos a Eugenio.
“Pues que me salga una verruga, ¡Nojoda!, porque no voy...”
ACTO II
Globovision anuncia como va la marcha, mientras una melodía envuelve a Berta con apenas un delantal cubriendo su desnudez. Prepara dos martinis con aceituna importada, mientras temblorosa siente que su cuerpo ha resucitado tiempos mejores...
“¿Me decías, negrito bello?” – Se desplaza levitando Berta hacia la sala.
“¿Cuándo llega tu marido, mi cosita rica?
El conserje está sentado, desnudo y apoltronado, sin hacerle caso a Globovision. Eugenio entra en pantalla...
“¡BUSH SÍ...! ¡CHÁVEZ NO...!”
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