Los Derechos Humanos i el proceso revolucionario bolivariano (II)

“Preferentemente se nos castiga
por nuestras virtudes”
Nietzsche
(Más allá del bien y el mal)
II
Realmente me conmueve i me preocupa, ver cómo se habla, se predica o hasta se vocifera sobre Derechos Humanos (que escribiré preferentemente así, con mayúsculas), personas o instituciones que, por lo expuesto, se nota que jamás han estudiado nada al respecto, pero es una especie de arma teórica para apabullar a sus contrarios. I así sucede con ciertos funcionarios de distintos países del mundo, esgrimiendo argumentos i ondeando una bandera, para hacer creer que son los dueños de la verdad i los más connotados defensores de unos derechos que, en la práctica, los pisotean o los violan con singular cinismo. Por eso el filósofo que suscribe el epígrafe, dice también al respecto: “Desde los orígenes somos seres ilógicos, por consiguiente injustos y de ello podemos darnos cuenta: es ésta una de las desarmonías más grandes e insolubles de la existencia”.

Lo expuesto no quiere decir que todos los hombres del planeta, seamos de ese modo, sino precisamente aquellos que se ponen al frente de las Humanidades, para pretender someter a sus designios, interesados e injustos la mayoría de las veces, a todos los que simplemente, conscientes de la brevedad de la existencia, quisiésemos disfrutar de más largos períodos de felicidad i de paz. La dignidad del hombre i la paz, deberían estar equilibradas; presuponemos la dignidad de cada uno (aunque algunos la desechan o no la valoran o perciben), así como queremos pensar que, del mismo modo la gran mayoría anhela i desea vivir en paz. Sin embargo, los que estamos por fuera de los grandes núcleos de poder, cuyo único fetiche es el dinero, parece que estamos condenados a que se nos castigue por nuestras virtudes.

En otros escritos -que pienso recopilar todo esto en un libro- titulados “La guerra perpetua, la paz de nunca” he expresado que la guerra es inherente a la existencia del hombre, que jamás dejará de presentarse i que la paz, es casi una entelequia; la paz como la felicidad, es para momentos o etapas mui breves, para seguir con la lucha perpetua, la guerra que, sin embargo puede ser injusta la mayoría de las veces, pero otras realmente justa como los procesos de independencia, de defensa de la soberanía o alguna otra noble justificación. Sin embargo, también, pese a todos los esfuerzos internacionales, promovidos por los poderosos i a los que ingenuamente se suman los países “satélites” i los más débiles o pobres, creyendo en lo bello que se aprecia en documentos, declaraciones o proclamas, la buena voluntad de los hombres; pero la realidad lo desvirtúa todo, cuando se impone aplicar alguna lei o convenio internacional. Así, desde 1919 se crea la Sociedad de las Naciones o el Pacto Briand-Kellog en 1928; la Organización de las Naciones Unidas el 1º de enero de 1942 i la Carta de San Francisco en junio del 45; la Organización de los Estados Americanos en 1948; la OTAN, Nato i muchísimas organizaciones más, procurando la igualdad de derechos entre las naciones del mundo, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial; pero casi siempre orientadas las normativas, a la guerra i al comercio i, quizá, secundariamente a la paz i a la justicia. I el resultado lo hemos venido observando por décadas, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, poniéndose de relieve principalmente, una tremenda injusticia planetaria i, el derecho internacional, como señala Valencia Villa, en un magnífico libro de bolsillo bien documentado, “dedicado a legitimar el reparto del mundo por las grandes potencias”, creando muchos organismos más, sometidos o dominados con el pretexto de mantener al mundo, sometido a una sola voluntad, como sucede ahora con los Estados Unidos que, al desaparecer el contrapeso soviético, sus presidentes deberían cambiar la denominación de presidentes, por la de Emperadores. Para los Estados Unidos, ninguna Institución Internacional, ningún Tribunal o Corte, ninguna Convención o Acuerdo, tiene la menor validez; ellos son soberanos absolutos del mundo por encima de toda lei o principio ético, incluyendo los Derechos Humanos; cuando van a una de esas instituciones, es para acusar a otros, tal como hacen actualmente con Cuba, país heroico que les ha aguantado 42 años de bloqueo infame, que han tratado de invadirlo o asesinar a su presidente con todo descaro; que han desacatado las votaciones de la ONU para levantar el bloqueo; que la ignoraron del todo para decidir el genocidio en Irak, pero que, ahora, cuando están de verdad perdiendo esa guerra, entonces recurren a la ONU. Pero ¡Qué ironía, cinismo i desvergüenza! Acusan a Venezuela i a Cuba de violar Derechos Humanos, cuando ellos son los máximos violadores de esos derechos en la historia del mundo contemporáneo. Quieren hasta revisar las cárceles cubanas, pero ¿Por qué no empiezan por la Prisión más cruel del mundo que es Guantánamo?

Empero, eso queda para otros artículos. Me quiero referir a la vigencia i respeto de los Derechos Humanos en Venezuela, concretamente en este gobierno revolucionario del Presidente Hugo Chávez Frías, primer presidente de este país que conoce todos los rincones i pueblos de su geografía i que por primera vez en la historia, se ha ocupado verdaderamente de gobernar para lograr la felicidad de su pueblo.

Para comenzar, nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, enaltecida por ese cognomento de bolivariana, es la única o por lo menos de las mui pocas en el mundo que, haya incluido los Derechos Humanos. Esos están contemplados en los artículos del 19 al 31, pero además todos los otros derechos que incluyen todas las constituciones, como magna lei para la creación de las otras leyes que constituyen el Estado de Derecho. Las etnias indígenas, jamás habían sido tomadas en cuenta i esta Constitución les ha dicho ciertamente que son ciudadanos venezolanos; no casi como los consideraban los conquistadores, quienes presumía que no tenían alma...aunque parecido piensan los dueños del poder en Norteamérica, cuando con la globalización, el ALCA i cuanta cosa comercial se les ocurre (además de creer que todo el petróleo del planeta les pertenece), los poderosos de Washington piensan que solamente ellos son seres humanos; los habitantes de los países pobres del mal llamado Tercer Mundo (el planeta es único i de aquí no se baja nadie) no son otra “cosa” que consumidores.

I, aunque sería largo establecer comparaciones entre la Constitución de los Estados Unidos i la de otros pueblos, es bueno al menos recordar que, cuando se hizo la Convención para ordenar gobiernos (pasaron después de la Independencia, trece años sin Constitución) los enfrentamientos eran tales i las apetencias de algunos tan inadmisibles, que se dice, George Washington como Presidente llegó a exclamar: “Si para halagar al pueblo, le ofrecemos aquello que nosotros mismos no aprobamos ¿cómo podremos después defender nuestra obra? Entonces, guardando la distancia, sin querer en lo más mínimo manchar la figura del primer presidente de USA con una comparación indebida, cuando un violento i agresivo hombre como Bush, ofrece cosas como “destruir a un país que tiene armas de destrucción masiva i los amenaza a ellos i a todo el mundo”, al hacerse notoria la mentira, entonces no haya como defender “su obra” que cuesta la vida de soldados norteamericanos de segunda categoría (latinos, negros i algunos catiritos marginales), violando los derechos humanos de sus hombres de armas i de todo un pueblo de Irak, de soldados, ancianos, mujeres i niños. Una invasión feroz i un bombardeo con “bombas inteligentes”, destruyeron palacios, mercados, hospitales, hoteles i viviendas civiles, de una ciudad bella i milenaria, como Bagdad. Pero ese presidente, su gabinete i sus superhombres del Pentágono, tienen la osadía de hablar, i creerse defensores de los Derechos Humanos.
(Continuará)





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Roberto Jimenez Maggiolo


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