En otro artículo, comenté al caso del soldado quemado, fallecido en el Hospital Coromoto de Maracaibo, en la Unidad Especializada para quemados, quizá de las mejores del país, donde la atención, intervenciones i decisiones no son obra de dos o tres facultativos, sino de todo un equipo de profesionales de la medicina, como cirujanos especialistas, intensivistas, anestesiólogos, internistas, bioanalistas, etc., más la colaboración de otros servicios i la supervisión del Director i otras autoridades de la Institución. Sin embargo, no faltaron periodistas de uno i otro sexo que, irresponsablemente, calificaron de asesinos a esos profesionales i, hasta el obtuso, dogmático e ignorante célebre Mingo, habló de la posibilidad de que, esos asesinos, sicarios del gobierno o de la Fuerza Armada, hubiesen utilizado una inyección letal. A semejante acusación i violación de todos los derechos posibles, ni el Colegio de Médicos ni la Federación Médica, han dicho una palabra. Aquí no tenemos Colegio Profesional, sino un sindicato gremial opositor, de corte adeco. Parece que ese respetable ciudadano del pueblo, fallecido lamentablemente, fuese la clave del mayor problema del mundo i sería una tragedia shakesperiana, el quedar sin descifrar, cuando en realidad ya verán sus familiares que, dentro de poco tiempo, la oposición habrá olvidado hasta su nombre i apellido, porque ya no es “un caso” para formar un escándalo i tratar de enlodar al Ejército venezolano. Por eso, buscaron otra “pieza” de escándalo i una periodista de Globovisión, quien no ha tenido el valor de darse a conocer i dos abogados zulianos, se las ingeniaron para presentar otro testigo de cómo, los soldados fallecidos i los sobrevivientes quemados, fueron mandados a asar por sus superiores en Fuerte Mara. De esa manera presentaron al soldado o Distinguido Barroso, atestiguando que vio el incendio i vio la pimpina de gasolina utilizada para ello, corroborado hasta con testimonio olfativo.
Cuando observé por televisión la “sensacional” denuncia, nos percatamos de estar ante una especie de “autómata” que recitaba algo aprendido o, por su mirada no dirigida a la cámara, sino hacia otro ángulo, estaba leyendo o recitando una cartilla impuesta. Empero, a su lado vi la figura de un alto i elegante abogado, con quien tuve de jurado para una Tesis Doctoral en Derecho (pese a que no soi abogado, pero sí filósofo especializado en filosofía de la historia, de la ciencia i del lenguaje, i fui tutor) i me impresionó sí, como un hombre de derecha, que se opuso a la publicación de esa buena tesis, calificada de sobresaliente, me impresionó, al menos serio. Por eso la escena, de la cual participó en el momento, o después con otro abogado, me impactó porque, jamás, imaginé que la ética de estos profesionales del Derecho, fuese tan fácil de contagiarse con la mentira, la difamación i la calumnia. Puede ser que, un periodista sin mucha cultura, se precipite a lanzar una acusación sin meditarlo mucho; pero unos abogados que lo primero que exigen son pruebas irrefutables de un hecho, para poder proceder a estudiar el caso e imponerse de ser factible, el continuar con éxito, no pueden permanecer inmutables, con rostro ceñudo, aparentando ciertamente que avalan lo que está diciendo el falso testigo, puesto que lo primero que han debido corroborar es si ciertamente estaba en Fuerte Mara la noche del incendio, ya que las autoridades militares tienen constancia de que no estaba presente. Una vez más repito lo que dijo el poeta Machado, en una copla: ¿Dijiste media verdad? ¡Dirán que mientes dos veces, si dices la otra mitad! Esos abogados ignoraban si ese soldado estaba mintiendo por su cuenta, o lo que es peor, como ha dicho al rectificar: estaba secuestrado i presionado o amenazado para que hiciera esas declaraciones que sin duda se sospecha que leía. De las dos maneras, la ética del abogado estaba mancillada o humillada. Sin embargo, vayamos a la lógica: ¿qué finalidad personal podía tener este soldado (en un país en el cual cuesta conseguir testigos, porque todo el mundo elude implicarse o complicarse en casos judiciales) para salir acusando nada menos que a la Fuerza Armada de su país, de la cual es parte? Posiblemente, si de verdad hubiese sido testigo, habría evitado atestiguar; ¿no es más lógico pensar que lo hizo bajo la coerción de personas interesadas en formar un escándalo, tratando de empañar o desestabilizar al gobierno i a los militares? Aunque la periodista fuese la mafiosa que planeó por orden de su canal televisivo, implementar la comedia o el drama del Distinguido Barroso, ¿No correspondía a los abogados reunir todos los datos, recaudos i pruebas, para lanzarse a la aventura, ahora deplorable fracaso? ¿Dónde está la dignidad del profesional i la ética de la profesión? ¿Es, ahora, una defensa aceptable, solamente decir que el soldado miente pues no estaba presionado, secuestrado o amenazado? La primera declaración fue escena única; las de rectificación muchas i realmente impresionan como espontáneas. El drama de ayer, es tragedia de hoi: me gustaría escuchar una sensata, moral i ética explicación, de la actitud de respaldo de estos dos abogados, a tan burda i falsa acusación a la Fuerza Armada i al gobierno, avalada por ellos como defensores de los Derechos Humanos que, siguiendo el orden de la Declaración Universal en 1948, antes del artículo 4, del Derecho a la vida, está en el 3 el Derecho a la Dignidad. La dignidad, es el fundamento de todos los Derechos Humanos, i quien ofende a la dignidad, se ofende a sí mismo.