Vietnam, una de las grandes victorias populares del siglo XX contó con el apoyo decisivo de la poderosa Unión Soviética, de la vecina República Popular China y de los pueblos democráticos, progresistas y revolucionarios del mundo. De los centenares de miles de jóvenes norteamericanos quienes bajo las consignas de “la paz y el amor” quemaron sus tarjetas de enrolamiento a las puertas del Palacio Federal.
Pero ante todo contó con el heroísmo y la experiencia de un pueblo que venía de derrotar a dos poderosos invasores: los japoneses y los franceses. Ello aportaba la experiencia de las masas para el combate y la meridiana claridad política en la conducción del Partido Comunista y el Presidente Ho chi min.
Cuando el Comandante Guevara nos habla de lo luminoso y cercano que sería el futuro, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo, es porque comprendió que la guerra era la paz del futuro. Está dando fe de su comprensión de que al capitalismo, al imperialismo, solo se le derrotará con la guerra de los pueblos, con la guerra revolucionaria.
Porque la esencia del capitalismo desde siempre y más aún ahora en su fase imperialista es la guerra, viven de la guerra y para la guerra y nunca permitirán el camino hacia la liberación de los pueblos por las vías pacíficas, legales. Para ellos no hay más legalidad que la que emana de su poder. La muestra más reciente la tenemos en el golpe de estado contra el gobierno constitucional de Honduras, donde nuevamente con las más descaradas y estúpidas mentiras, pretenden frustrar el avance democrático de los pueblos.
Por un lado la ofensiva imperialista contra la democracia en Honduras, el punto más débil del avanzado proyecto integracionista del ALBA. El golpe contra el gobierno constitucional en ese país centroamericano es fundamentalmente una declaración continental de guerra y un llamado al gorilismo en América, para que se retome el camino de la brutal represión militar contra nuestros pueblos. Ya, “de facto”, el régimen golpista es reconocido por el gobierno norteamericano.
Por el otro, el aumento de la ya desmedida presencia militar norteamericana en la república de Colombia. Cinco años aproximados en los que bajo variadas definiciones: “Plan Colombia” “Plan patriota” etc., han fluido miles de millones de dólares en armamento, equipos, asesoramiento capacitación y dinero, provenientes de los Estados Unidos con el único y preciso objetivo de derrotar la insurgencia armada revolucionaria. Ahora, con la expulsión de los gringos de la enorme base militar de Manta, en Ecuador, se concentrarán en cinco bases militares en Colombia, más las que ya desde tiempo mantienen en todo el territorio de la hermana república.
Somos protagonistas de una histórica ofensiva para conquistar la soberanía popular y la recuperación del proyecto bolivariano: la gran República del Sur. Hoy como en el siglo XIX las luchas de nuestras naciones son conjuntas o no son. Los avances democráticos de los países bolivarianos, con reformas de carácter revolucionario, especialmente en Bolivia, Ecuador y Venezuela, representan un cerco al estado oligárquico colombiano, el cual estará considerablemente limitado en el papel de gendarme continental que le ha asignado el imperio, mientras exista en su seno una vigorosa insurgencia armada revolucionaria.
Sería criminal pedirle al pueblo hondureño hoy por hoy que asuma formas armadas de resistencia popular. Así como, en menor medida al pueblo venezolano o ecuatoriano. Un ejército popular no se forma de la noche a la mañana, así cuente con la significativa participación de sectores de su Fuerza Armada. La experiencia probada y prolongada de la guerra popular en nuestro continente la tiene el pueblo colombiano. Allí está la vanguardia revolucionaria armada latinoamericana. Además son bolivarianos y son socialistas.
Destinada a socavar la imperiosa unidad de los pueblos bolivarianos, el imperio desarrolla una importante arremetida oficial y mediática, cargada de acusaciones contra nuestros gobiernos de variado contenido y tenor. Nos acusan por un lado de ser “narco estados” y por el otro de ser amigos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Y de ambas acusaciones se defienden nuestros gobiernos con igual vehemencia. Como si ser amigo de revolucionarios fuera una vergüenza.
Como si ser amigo, solidario, cooperador, de esos contingentes de jóvenes, hombres y mujeres, avanzada revolucionaria que mantiene con las armas en alto, las luchas por la dignidad de nuestros pueblos latinoamericanos, jugándose la vida y sorteando las más feroces arremetidas del más grande imperio de todos los tiempos, fuera motivo de vergüenza. Vergüenza debería darnos el darles la espalda, sobre todo si lo hacemos para evitar arremetidas del poder y mucho más si fuera para evitar la radicalización de nuestra gente.
Más temprano que tarde tendremos que contar con la integración a nuestras luchas de la insurgencia popular revolucionaria colombiana. El futuro de la revolución en nuestro continente descansa en gran medida sobre los fusiles de los hombres y mujeres de las FARC.
Cuando El Che Guevara conceptúa a la solidaridad como una obligación y una necesidad de los pueblos, la está definiendo como una de las banderas fundamentales, obligatorias de la revolución cuando es verdadera. Siendo además la más grande escuela política para la conformación del movimiento revolucionario. La solidaridad con la insurgencia revolucionaria colombiana es una obligación y una necesidad de los bolivarianos de Nuestramérica.
Probablemente sin darnos cuenta precisa, estemos siendo testigos del florecimiento de dos….tres….muchos Vietnam en la superficie del globo.
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