El Augurio: Nos cuenta Augusto Mijares, que, a comienzos de 1800, el futuro Libertador de América se encontraba en Madrid, en casa de su tío Esteban Palacios. Era un joven de 17 años que por su menguada estatura parecía de menor edad.
Simón te tengo una sorpresa: La propia reina María Luisa de Parma nos ha invitado a Aranjuez.
La reina María Luisa le dice a su hijo Fernando, ¿por qué no juegas a la pelota con el simpático Bolívar?
Gruñón y malediciente el príncipe Fernando, tocado con una gorra de la época, inicia un juego parecido al tenis.
Bolívar toma ventaja. La pelota de pronto le da en la gorra al príncipe y se la hecha al suelo. El futuro Fernando VII monta en cólera:
¡Imbécil! ¡Recógeme de inmediato la gorra y arrodíllate ante mí!
La reina María Luisa le dice: ¡Fernando! ¿Qué clase de hombre eres? ¿Cómo te atreves a insultar a tu invitado? Eres tú quien le va a pedir disculpa de inmediato.
Nadie sabe cómo terminó el suceso. Mucho se ha dicho y repetido a través de los siglos que aquel descocamiento del príncipe por Bolívar era un augurio de lo que más tarde haría al arrebatarle la corona. Lo que sí es verosímil es que de aquel conocimiento efímero y vergonzante de la familia real española anidase en Bolívar su acendrado y hasta inexplicable republicanismo, ya que en la cumbre del poder desde Páez hasta Urdaneta, casi todos le pedían se coronase rey de la Gran Colombia.
En Londres fue que conocí a Miranda, vivía en Grafton Street era una de las calles más hermosas de la Ciudad, toco la campanilla de la puerta. Una mujer de agraciado aspecto, llamada Sara nos abre la puerta. Buenas tardes ¿Está el General en casa? Dígale que es de parte de un compatriota suyo, llamado Simón Bolívar y Palacios. Si es un Bolívar y Palacios, que pase dice Miranda desde adentro. ¿Sabe usted, Don Simón de Bolívar?, que yo fui muy amigo de su padre Don Juan Vicente Bolívar. Ahora le voy a enseñar la carta que me dirigió en 1783, junto con el Conde de Tovar y el Marqués de Mijares, para que me pusiese al frente de la insurrección que preparaban contra España. Cuando yo me marché de Venezuela a los veintiún años, dispuesto a vengar las afrentas que se le hacían a mi progenitor, Don Juan Vicente tuvo palabras de consuelo para mi infortunio, diciéndome paternal: “No te preocupes, Francisco, que lo que vale se impone. Estos son una cuerda de pendejos que están cavando su propia tumba, sin saberlo, con sus pretensiones y tonterías. La independencia de España está planteada. Tarde o temprano, regiremos nuestros propios destinos. De modo que vete y prepárate muy bien para asumir el papel que sin duda te reserva el destino”.
Como usted sabe, (dice Bolívar) el 19 de abril de este mismo año, aunque todavía mantenemos la apariencia de estar en buenos términos con España, dimos el primer gran paso hacia la Independencia. La Junta Suprema que gobierna al país me ha encargado hablar con usted y pedirle que se ponga al frente de nuestros ejércitos, para asegurar con su prestigio la independencia. (Esto fue una de las mayores temeridades que hiciera en mi vida. No sólo no traía instrucciones de la Junta Suprema de contactar a Miranda, sino que tenía prohibición expresa de ponerme en contacto con él, ya que Roscio y toda esa cuerda de viejos lo consideraban un peligroso revolucionario). Dándole toda clase de garantías, me embarqué de vuelta hacia Venezuela, donde se apareció en un barco frente a la Guaira el 14 de Diciembre de 1810.
Los de la Junta Suprema estaban hechos unos berrinches contra mí y contra Miranda. Prohibieron desembarcar al Generalísimo. Yo les argüía que la presencia de Miranda, antes que un peligro, resultaba una garantía para salir adelante. Como siempre supe que en materia política más vale el manipuleo que la palabrería, me pasé a soliviantar a la gente hablándoles maravillas de Miranda y criticando acerbamente a los viejos de la Junta Suprema. Ya en la tarde, la presencia popular en las calles era tan grande que no les quedó más remedio que acatar los hechos cumplidos y permitir el desembarco de Miranda.
Luego de la pela que le dio a Miranda el capitán Monteverde, (donde yo tuve parte de la culpa de esa derrota por la pérdida del Castillo de Puerto Cabello, en el cual se encontraban las armas de la República) y de firmar la capitulación en la Victoria, me enteré que pensaba fugarse la noche del 30 de julio con el tesoro del Ayuntamiento, me puse de acuerdo con Manuel de las Casas y Miguel Peña, a la sazón jefes militares y civiles de la Guaira, y lo pusimos preso esa madrugada.
¿Traidor y ladrón, yo? Ahora es que comprendo lo que le ha sucedido a Miranda. Al igual que nosotros, huyó con el tesoro del Ayuntamiento, no para su provecho, ni por cobarde, sino para seguir peleando. ¡Dios castiga sin palo y sin mandador! Manuel Piar me quiere aplicar la misma medicina que le dí a su jefe aquella noche en la Guaira. Esto sucede en 1814, cuando desembarcan en Carúpano, Bolívar y Santiago Mariño, y José Félix Rivas, rodeado de la población y de un piquete de guardias, me llamó cobarde y ladrón, dando orden de que nos encerrasen en la cárcel.
¿Por qué la Junta Suprema envía en la misma misión a Bello y Bolívar? Por la sencilla razón de que Bello era el único que hablaba inglés entre aquellos ilustres patricios, y Bolívar de los pocos que podían darse el lujo de pagarse un pasaje a Londres en aquellos tiempos. Esa es la verdad.
Hay por cierto una anécdota sobre el Libertador y O’Leary, que recoge el historiador peruano Ricardo Palma. Como es de todos sabido, el Libertador era muy quisquilloso en una serie de cosas. Aunque dormía en hamaca, si tenía que alojarse en una casa o fonda del camino, la cama tenía que ser cómoda; al lado de la jofaina, con agua para lavarse, debería haber una buena toalla, jabón y el agua de Colonia que tanto lo deleitaba; la comida debería ser sin condimento y sobre todo sin nada de comino. Aunque era tan sobrio que casi parecía abstemio, gustaba tomarse en la comida una o dos copas de vino clarete.
O’Leary, en los tiempos del Perú, era el encargado de velar con sumo cuidado por que se satisficiesen las exigencias del Padre de la Patria, tanto en este sentido como en muchos otros...
El Libertador iba camino del Cuzco. El país estaba pacificado; lo acompañaba un gran cotejo de notables. A media mañana, el Libertador le dijo a O’Leary: Será mejor que se adelante, y me encuentra una buena posada para descansar; estoy derrengado.
O’Leary: Como usted ordene Libertador, con su venia.
O’Leary: Ahí está la ciudad... ¡Miren, qué buena posada la que está ahí! Grande, limpia y de buena fachada. ¡Bajemos!
Posadero: Muy buenos días, Excelencias. ¿En que puedo servirles?
O’Leary: En menos de una hora hará su entrada a este pueblo Su Excelencia, El Libertador... Y queremos ver si está usted en capacidad para alojarlo dignamente...
Posadero: (Admirado) ¿El Libertador? Pero, como no, señor... y si no pudiese haría lo indecible por complacer al más grande hombre nacido en estas tierras... Pasen por aquí, señores... por aquí...
O’Leary: Me parece muy bien la habitación. No se le olvide el jabón y el agua de Colonia; que la comida sea sana, pero muy bien hecha; tenga a su disposición el mejor vino, etcétera, etcétera, etcétera... ¿Entendió?
Posadero: Cabalmente, mi general.
El Libertador llegó a la posada. La encontró de su agrado. Almorzó con un chupe peruano y unos anticuchos, además de una excelente ensalada y un clarete de su gusto.
Posadero: ¿Qué tal ha almorzado, Su Excelencia?
Libertador: ¡Estupendamente! El chupe estaba delicioso...
Posadero: Muchas gracias, Excelencia...
Libertador: Ahora quisiera descansar... ¿Quisiera enseñarme mi habitación?
Posadero: Con sumo gusto, Libertador. ¿Quiere usted acompañarme? Venga por aquí.
Posadero: He seguido al pie de la letra las instrucciones del general O’Leary: buena cama, jabón, toalla, agua de Colonia y todo lo demás... Aquí tiene su habitación, Libertador...
Libertador: Vamos a ver... Pero... ¿Y esto que significa?
Tres lindas muchachas, sentadas en la orilla de la cama, entre apenadas y curiosas miraban al Libertador.
El posadero respondió orondo: Estas son las tres etcéteras... ¿Complacido, Libertador?
LLEGARON LOS GRINGOS
John Williamson: Fue el Primer Ministro o Embajador de los Estados Unidos de Norteamérica en Venezuela, detestaba nuestro país y, para su desdicha, permaneció en él por más de catorce años.
La verdad es que entró a Venezuela con el pie izquierdo. A raíz del terremoto de 1812, el gobierno norteamericano, “compadecido” del desastre y de la hambruna que había caído sobre la población, decidió enviar cinco barcos llenos de trigo. El futuro Embajador fue el encargado de conducirlo. Ardiente “republicano” como era, se enorgullecía de su misión.
Por fin hemos llegado. Allá está la Guaira, el puerto de la libertad. Aquí venimos los americanos con nuestro trigo a expulsar al León ibero. Se acerca una chalupa con hombres armados. Dadle la bienvenida, capitán. ¡Viva la República!
Pero, señor, ¿os habéis dado cuenta de cual es esa bandera? Son los colores de España.
Hacía pocos días de la caída de la Primera República. Miranda estaba preso en las bóvedas de La Guaira, Bolívar se había marchado a Cartagena, y Monteverde era dueño de la situación. Los barcos fueron decomisados y el cargamento de trigo, destinado a los patriotas, sirvió para alimentar a los realistas. Fracasado y contrito regresó a los Estados Unidos.
En 1826 retorna a Venezuela como Encargado de Negocios. Escribe en su diario: El general Páez es un gran hombre. Bolívar es descortés. Desdeña a los Estados Unidos. Nada le parece bien al norteamericano.
Muy distinta a como la ven ellos fue la gesta del Libertador Simón Bolívar; eclipsando por el carácter dramático de sus luchas a favor de los pueblos que él liberó del Imperio Español, a la revolución del país del norte que la había precedido, ello se debió sin duda a la obstinación de la aristocracia aferrada a sus privilegios, negándose a toda concesión contrario de las masas populares, trató de destruir la esclavitud, e instaurar la democracia. El compromiso que después venció en la realización de la unidad e independencia nacional entre aristocracia y colonialismo, fueron el caudillismo, las montoneras, guerras civiles, y las dictaduras.
Camino de Santa Marta no cree hasta la víspera de su agonía en la inminencia de su tránsito. Confía hasta el último momento en retornar al poder, y con el auxilio de Urdaneta disolver el Congreso y restablecer por la fuerza la Gran Patria que se le ha escapado. No es cierto que camino de su último destino, su tristeza se anchaba como el río que lo llevaba al mar. Aunque hay arrebatos de profunda tristeza en la travesía, su tono general es confiado y jubiloso. Pareciera que la proximidad de la muerte exaltara sus ansias de vivir, para imponerse, realizar y prevalecer. En Jamaica, como en Ocumare y Puerto Cabello, cuando pierde la fortaleza a su cargo, intenta privarse de su vida, embargado por la culpa de una actitud desatinada. ¿Pero qué hace? Violentamente como es palpable en el asunto del Castillo porteño -pasa de culpable y reo a juez y verdugo-.
“El Generalísimo Francisco de Miranda sentenció: Mientras no se acabe con el sistema de castas, tal como lo quieren mantener nuestros Aristócratas luego de la Independencia, habremos perdido el tiempo”.
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria, Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!