El factor emocional y la religión

-El demonio... ¡Buena creación para los niños y las viejas! La creación literaria es grotesca; toda la demoniología literaria no ha logrado dar idea de un personaje tan enorme y sobrehumano. Según nos cuentan las escrituras cristianas: El quiso también corregir la creación; su rebelión contra Dios fue para lograr la misma perfección que vio y envidió en su creador, la de ser incapaz del mal... También ustedes señores obispos oposicionistas de la Iglesia Católica prosiguen en su carrera el desesperado intento, lanzándose, al asalto del “cielo”. –La rebelión Angélica y la nuestra-una mito y la otra real-son justas y necesarias, tienen una suprema grandeza, en su lenguaje, las llamaría santas... Nada más santo puede haber que incapacitar al hombre para el mal. Reconozcan, por lo menos, que la mítica rebelión satánica y la nuestra tienen una belleza trágica, aun siendo vencidos en el intento de hacer posible un imposible, luchar con desesperación contra el mal es hazaña de dioses.

Se acepta la religión emocionalmente. Con frecuencia se nos dice que es muy malo atacar la religión porque la religión hace virtuosos a los hombres. Esa es la idea, que todos seríamos malos si no tuviéramos la religión cristiana. A mí me parece que la gente que la tiene es, en su mayoría, extremadamente mala. Existe este hecho curioso: cuanto más intensa ha sido la religión de cualquier período, y más profunda la creencia dogmática, han sido mayor la crueldad y peores las circunstancias. En las llamadas edades de la fe, cuando la gente realmente creía en la religión cristiana en toda su integridad hubo la Inquisición con sus torturas; hubo muchas desdichadas mujeres quemadas por brujas, y toda clase de crueldades practicadas en toda clase de gente en nombre de la religión.

Uno halla, al considerar a Venezuela, que todo progreso del sentimiento humano, que toda mejora a la ley penal, que toda mejora de la educación, que todo paso hacia la disminución de la miseria, que todo paso hacia un mejor trato de los pobres y excluidos, que toda mitigación del analfabetismo, que todo progreso moral realizado en el país, ha sido obstaculizado constantemente por la Iglesia Católica. Todo sea más que un ejemplo. Hay muchos modos por los cuales, en el momento actual, la Iglesia, por su insistencia en lo que ha decidido llamar moralidad, inflige a la gente toda clase de sufrimientos inmerecidos e innecesarios. Y claro está, como es sabido, en su mayor parte se opone al progreso y al perfeccionamiento en todos los medios de disminuir el sufrimiento de los excluidos, porque ha decidido llamar moralidad a ciertas estrechas reglas de conducta que no tienen nada que ver con la felicidad del pueblo venezolano, y cuando se dice que se debe hacer esto o lo otro, porque contribuye a la dicha de la comunidad, estima que es algo completamente innecesario y extraño al asunto.

La religión se basa, principalmente a mi entender, en el miedo. El miedo es la base de todo: el miedo a lo misterioso, el miedo a la derrota, el miedo de la muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano. Se debe a que el miedo es la base de estas dos cosas. En Venezuela, podemos ahora comenzar a entender las cosas y a dominarlas con la ayuda de la Revolución, que se ha abierto paso frente a ustedes obispos de la Iglesia Católica, frente al imperialismo, y frente a los antiguos preceptos de las clases dominantes. La Revolución puede ayudarnos a librarnos de ese miedo cobarde en el cual los venezolanos hemos vivido durante tantas generaciones. La Revolución a través de la ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestros esfuerzos que nuestro país sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que ha hecho de él la Iglesia y la oligarquía en todos estos siglos. Cuando se ve, y oye, en la iglesia a las gentes dándose golpes de pecho, humillarse y proclamarse miserables pecadores, etc., parece algo despreciable e indigno de seres humanos que se respetan.

La Iglesia ya no sostiene que el conocimiento es en sí pecaminoso, aunque lo hizo en sus épocas de esplendor; pero insisten, la adquisición de conocimiento, aun no siendo pecaminoso, es peligroso, ya que puede llevar al orgullo del intelecto y por lo tanto a poner en tela de juicio el dogma cristiano. Los enemigos de la libertad académica, si se salieran con la suya, reducirían el país al nivel de la época de la Inquisición, con respecto a la promulgación de la Ley Orgánica de Educación que reprueban. Sustituirían con la tiranía organizada el pensamiento intelectual; proscribirían todo lo nuevo, harían que la comunidad se osificara, y al final producirían una serie de generaciones que pasarían del nacimiento a la muerte sin dejar huellas en nuestra historia Patria. Dejando de lado estas objeciones relativamente detalladas, es evidente que las doctrinas fundamentales del cristianismo exigen una gran cantidad de perversión ética antes de ser aceptadas. El mundo según se nos dice, fue creado por un Dios que es a la vez bueno y omnipotente. Antes de crear el mundo, previó todo el dolor y la miseria que iba a contener, por lo tanto, es responsable de ello. Si Dios sabía de antemano los crímenes que el hombre iba a cometer, era claramente responsable de todas las consecuencias de esos pecados cuando decidió crear al hombre.

El argumento cristiano usual es que el sufrimiento del hombre es una purificación del pecado, y, por lo tanto, una cosa buena. Este argumento es, claro está, sólo una racionalización del sadismo, pero en todo caso es un argumento pobre. Yo invito a cualquier obispo de la Iglesia Católica a que vaya a los barrios pobres, y que presencie los sufrimientos que se padecen allí, y luego insistir en la afirmación de que esas gentes y esos niños están moralmente abandonados que merecen lo que sufren. Con el fin de afirmar esto, un obispo tiene destruido en él todo sentimiento de piedad y compasión. Tiene, en resumen, que hacerse tan cruel como el Dios en quien cree que los sufrimientos de estos seres son por su bien, el monseñor puede mantener intactos sus valores éticos, ya que siempre está tratando de hallar excusas para el dolor y la miseria.

Hay una máxima de Cristo que yo considero muy valiosa, pero que no es muy popular entre nuestros “amigos” cristianos oposicionistas. El dijo: “Sí quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres.” Es una máxima excelente, pero, como dije, no se practica mucho. Concediendo la excelencia de esta máxima, llego a cierto punto en el cual no creo que uno pueda ver la superlativa virtud ni la superlativa bondad de los obispos de la Iglesia Católica, como son pintadas en los Evangelios. Lo primero, que incurren ustedes en una mitología, ciertamente, muy vieja. Su primer efecto es potenciar a los hombres para el mal, negándoles su calidad de sujeto, al reducirlos a ser objeto. Es la más eficaz para matar su conciencia... el dar al mal categoría de “necesidad”, hasta lo consideran, como elemento de síntesis, trasmutable en “bien”.

Según mis recuerdos de cuando era cristiano, Dios tenía un atributo: el amor. ¿No es para los cristianos la encarnación de Dios, el Cristo, eso, amor?... ¿Amor a los hombres? Entonces, ¿por qué, sintiendo Dios amor por los hombres nos hizo unas malas bestias del odio y de la sangre?... Qué pueden responder a esto señores obispos de la Iglesia Católica. ¿No es su Dios todopoderoso?... Entonces, ¿por qué nos hizo como el quiso y debió querer en lo animal?, y nos hizo como quiso y nos debió hacer en lo trascendental, en lo espiritual. Amándonos infinitamente nos hizo mal... ¡es el suyo un raro amor!... ¿no? ¿Libertad para matar, para odiarnos?... Entonces maldita sea la libertad divina que mata. Debemos rectificar su creación: debemos rectificar la creación, creando una Venezuela en la cual no exista libertad para el mal. La empresa lo merece.

_Estos son los recuerdos que nos traen las manifestaciones tanto orales como escritas de ustedes los obispos oposicionistas_.

manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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