“Nosotros somos los únicos conspiradores;
Vuestra Merced por haber agobiado el país con
exacciones insoportables, y yo por haber querido
libertar al pueblo de semejante tiranía...”
Tupac Amarú al General Areche
Tengo la morbosa inclinación de observar la conducta de los disociados en el medio en que se desarrollan sus costumbres. Quizás buscando los motivos que los divorcian de Hugo Chávez o, tal vez, indagando esos puntos de encuentro que existen y se niegan a aceptar por orgullo.
Hace poco acompañé a mi cuñado para hacer unas compras en un mercado del cual no quiero recordar su nombre (por esas vainas de la publicidad gratuita que no merecen) y sentí la curiosidad de revisar el departamento de hortalizas, frutas y tubérculos.
Como buen campuruso, me encontré sorprendido ante una despensa refrigerada repleta de envases plásticos llenos de trozos geométricamente picados y perfectamente ordenados de mango, melón, patilla, coco, durazno, albaricoque, cotoperíes y mamones sin pepa, ciruela, jobo, anón, piña, uvas rebanadas, cascos de guayaba, parchita sin cáscara, merey en hojuelas, cambur en monedas, nísperos deshilachados, pan de palo sin concha, fresas sin puntos, naranja y mandarina en gajos, parcha real en telas, hicaco, higos, manzanas, peras, plátanos en tajadas, guama sin pelo... en fin, una variada, tropical e importada gama de frutas deshuesadas y hermosamente presentadas, listas para servir, exprimir y degustar sin que se jodan las uñas o terminen fastidiando al comensal...
De igual manera me sorprendió encontrarme con envases del mismo tamaño que contenían picadillos de lechuga americana, repollo, cebolla, célery, zanahoria rallada, acelga, espinaca, berro, coliflor, brócoli, frijolitos germinados, ese pasto que le meten a los sanguches de Subway que sabe a paja y no entiendo como la tragan los burguesitos, pepinillos enanos finamente rebanados, rábano y una gama de hojas verdes y moradas, con etiquetas que indican si es para aderezarlas como ensalada árabe, francesa, rusa, española, americana, argentina, brasilera, italiana o para perros calientes, hamburguesas, pepitos para preparar en casa al más puro estilo de Mc Donald, Wendy’s o cual más afamada franquicia extranjera de alimentos sintéticos...
También me encontré con papas a la francesa, estriadas, ovaladas, cuadradas, tubulares, recortadas, alargadas, listas para freír con aceite de maíz y soñar con el carnaval de Miami... Yuca, batata, ñame, ocumo, apio y auyama en perfectos cubos prestos para adornar el hervido de pescado, de res, de costillitas, de pollo o un vulgar cruzao que aprendieron de sus antepasados mantuanos...
¡Todo un culto a la flojera!...
Y sentí una enorme nostalgia por la papa tierrúa, la yuca aún hedionda a tierra mojada, el ñame que eliges y te corta el vendedor para que veas lo bueno que está para hacer la sopa; el mango que te comes con concha y todo con los dedos bañados de pulpa; la conversación con la doña que menta la madre porque le subieron el precio a las caraotas negras, el carajo que grita en el mercado libre con un racimo de mamones en la mano... las grasientas, chorreantes, full colesterol y deformes hamburguesas que venden en las esquinas del centro capitalino...
Cuando era carajito jugábamos una vaina que se llamaba “Guataco por las Orejas”. Se reunía la trulla de zagaletones y tocaba a uno de ellos describir una fruta para que la adivinaran: “Verde por fuera y rojo por dentro con pepas negras” – luego contestaba el resto – “¡Guayaba!... ¡NO!... Parchita... ¡NO!... ¡Patilla!... ¡Guataco por las Orejas!...” - ¡Nojoda, a correr!, para que no le dejaran las orejas rojas al que lanzaba la adivinanza... ¿Cómo enseñarle a los carajitos de ahora a jugar Guataco, si ni siquiera saben como es el mango, el melón o la patilla?
¿Quién no recuerda un papelón con limón o un jugo de piña que se hacía con la concha que hoy botan estos pendejos? Sientan por un momento en el paladar aquella chicha de arroz casera, la acidez del tamarindo que se centraba debajo de las orejas mientras peleábamos con la pepa para no tragarla porque te “podía nacer una mata en la barriga”; el melaíto que se chupaba de la flor de la cayena; la hoguera y la lámina de zinc que tostaba las pepas de merey hasta que quedaran negras y reventarlas para comerlas con el sol enrojeciéndonos la piel...
Corríamos por la plaza, el parque o un terreno baldío repleto de matas de mango, de guayabas, de cerezas, de ponsigué, de ciruelas, de mamones, de mereyes, moneándolas y hartándonos de esas frutas con concha y todo... tensando el cuerpo y agitando los músculos... ¡Sanos, carajo!
Ahora, tenemos muchachos encerrados en cuartos de concreto, pegados al teclado de una computadora con Mario Bross, Counter Strike, los Sims, con brazos delgados, piel sin curtir, el cerebro lleno de mierda con las páginas porno, un tabaco de marihuana debajo de la cama, una pastilla que regala ilusiones raras y uno de estos empaques con rodajas de mango y daditos de coco al alcance de la mano...
De repente entendí la arrechera mantuana. Viene este carajo desde Barinas a resucitar la arepa de maíz pilao, el azadón que remueve la tierra y desnuda sus productos con esfuerzo, la siembra que libera la dependencia del fruto importado, el esfuerzo de utilizar el cuchillo en la cocina cuando necesitan ese tiempo para jugar a los bolsas de la Bolsa de Caracas, el rescate de una cultura ancestral horadada hoy por los artículos en serie del imperio gringo...
¿Cambiarles la rumba ligth por un joropo?... ¡Jamás!... El joropo solo sirve para un “Folk Remix” y prefieren sacrificar las vitaminas de esas conchas llenas de microbios que han sido excomulgadas por un minucioso estudio científico de algún güevón de la Harvard University; amén de seguir soportando que ese zambo pretenda ensuciarles de barro las uñas con el trabajo creador de una nueva sociedad... el negro solo sirve para vestir... he aquí la diferencia...
¿Rojo por fuera; negro, blanco, indio, zambo, mestizo y mulato por dentro?... ¡REVOLUCIÓN!
¡GUATACO POR LAS OREJAS!
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