Si yo fuera intelectual, votaría ¡¡NO!!



Un intelectual que no se plantee la lucha por la humanidad es un fraude. La humanidad ha alcanzado un paraje crítico que entraña serios riesgos. Brota una nueva barbarie. No se trata sólo de que una minoría haya concentrado una proporción formidable de la riqueza, mientras masas arruinadas apenas pueden subsistir. El sistema hegemónico opera como una maquinaria de exclusión social y no puede un intelectual prestarse a tal despropósito.

Una cantidad cada vez mayor de seres humanos es declarada prescindible para el modelo en expansión que amenaza desde este Plan Consenso al pueblo latinoamericano. En el plan predomina la idea de que los organismos públicos deben desentenderse de la suerte de los excluidos por el capitalismo salvaje.

Si le importa poco el destino de estos excluidos, le importa menos aún sus valores y culturas, sus identidades y comunidades, a menos que sean reducidos al imperativo del mercado. Bajo esta concepción excluyente, comunidades humanas o modos de vida particulares están destinadas a la extinción. Junto con ellos se les garantiza el sufrimiento a millones de trabajadores que serán sobrexplotados, sometidos a la arbitrariedad de los capitalistas y a la constante pérdida de derechos.

El medio ambiente, la biodiversidad y los ecosistemas con los que ha convivido la humanidad a lo largo de milenios serán convertidos en objeto de comercio y de acumulación, al servicio del interés privado. El agua y otros recursos fundamentales para la vida humana serán presa de esos mismos intereses. El consumismo y el despilfarro de los recursos son las normas promovidas por el capitalismo neoliberal en este Plan.

El país enfrenta peligros que atacan directamente su sustento social, cultural y ambiental de tomar vida semejante esperpento. Esta amenaza no proviene de fuerzas naturales, sino de poderes económicos y políticos que niegan los más altos valores concebidos a lo largo de la historia y exaltan la avaricia y el egoísmo.



Los centros de poder exaltados en este Plan, pretenden imponer su propio particularismo sociocultural a todos, bajo el supuesto de que éste constituye la verdadera y única forma humana de vida plena. Contra esta tendencia, afirmamos que la diversidad del mundo es un valor en sí mismo y una riqueza de la humanidad.

En los albores del siglo XXI, el imperialismo -en sus distintas expresiones, alianzas y contradicciones internas- se ha convertido en un mega poder de carácter político militar en el cual, los estados nacionales deben renunciar al interés público y allí está el meollo de la cuestión y la esencia de este Plan.


El mesianismo ideológico que define al equipo político de la Casablanca, verdadero autor de este Plan Consenso, representa un peligro grave para la vida del pueblo venezolano e incluso para la paz mundial. El gobierno estadounidense ataca y ofende sin distinción a los países reacios a subordinarse a su política imperial y con su doctrina de "guerra preventiva" amenaza con llevar al mundo a interminables enfrentamientos militares. Este Plan es una variante de “guerra preventiva”.

Ahora el centro de su ataque está en la República Bolivariana de Venezuela. La política nacionalista y humanista adelantada por la Revolución Bolivariana ha devenido en un referente de dignidad y justicia para muchos de los pueblos atropellados del continente, esto la convierte en un enemigo a destruir, un ejemplo a borrar. El Plan Consenso, elaborado por Washington cuenta con el apoyo de un grupo de venezolanos entregados a la orgía del egoísmo. No en vano destinaron largos años de educación formal al atornillamiento de estos antivalores.

Frente a estas políticas se alza en Venezuela un grueso grupo de intelectuales solidarios y luchadores sociales que han roto con las maquinaciones de “intelectuales” profesionales corruptos. Allí están los expulsados del CEIT (Club de Excelsos Intelectuales Tarifados) por orden de los magnificentes Cova, Caballero, Koesling o Quiroz Corradi. Por cierto, este club de lumbreras pretendidas, patrones de la cultura, está integrado por una legión de escritores sin libros, poetas sin poemas, artistas sin arte y unos pocos, con libros, poemas y arte pero con muchísimo odio, -como señala Roberto Malaver, un excluido del Teresa Carreño-.

En la actualidad, las fuerzas imperiales actúan, bajo formas más afinadas, para alcanzar el control de las mentes y los corazones de las personas. Se pretende que el mundo de la globalización neoliberal es el único posible, sin alternativa viable, y que la única actitud ante la vida debe ser el conformismo y la resignación.

Supuestamente, el régimen neoliberal no es una construcción y una práctica de grupos de intereses mundiales y nacionales, sino resultado natural del desarrollo de las cosas; de acuerdo con esta concepción, cualquier cambio de esa forma de organizar el país agravaría la situación. Sostienen que existe un solo pensamiento económico y una sola política que el gobierno debe aplicar.

Una tendencia que marcha inexorable hacia su profundización es convertir también las universidades públicas en instrumentos del proyecto económico, político y cultural neoliberal. Esta orientación corresponde a la lógica actual del proceso de acumulación neoliberal que privatiza y elitiza la educación y suprime paulatinamente las ramas humanísticas proclives al pensamiento crítico y la "subversión".

El imperialismo utiliza las creencias religiosas como discursos legitimadores de su expansión militar neocolonial, cooptando desde el poder a los jerarcas de las religiones mayoritarias, quitándoles connotaciones de protesta y compromiso social.

Esa acción de perversidad ideológica debe ser expuesta en todas sus manifestaciones, en todo lo que tiene de destructivo e inhumano, y sometida a una rigurosa y enérgica crítica. Aquí, el papel de los intelectuales es más vital que nunca. Para ello, se requiere reforzar o recuperar, según el caso, el papel crítico de todos los intelectuales en defensa de la humanidad. La batalla contra este sistema tiene que darse también en el orden intelectual, cultural y moral. El fruto del trabajo intelectual es el conocimiento, pero su verdadero carácter es por fuerza crítico y desmitificador. El pensamiento social, las ciencias sociales en particular, hallan su pleno sentido cuando revelan los engaños y los reales intereses que subyacen a determinadas ideologías, y no claudican en su compromiso con la verdad y con los intereses de la sociedad.

No ignoramos que en los últimos lustros, bajo el influjo de las ideas neoliberales, algunos intelectuales olvidaron su capacidad crítica y, en ocasiones, inclusive se sumaron a los afanes del pensamiento único. Más aún, tenemos en nuestros países una supuesta izquierda que repite los mismos preceptos y pone en práctica las mismas fórmulas neoliberales.

En la etapa presente, valoramos el trabajo intelectual que se funda en procedimientos rigurosos y, al mismo tiempo, es sensible a la injusticia del mundo que vivimos; que aprende de sectores en todas las regiones, naciones y continentes que se levantan contra el orden establecido. Nos referimos a los intelectuales que, formados en la academia o en el seno de los movimientos sociales, batallan en muchos frentes contra la guerra, contra una economía en que se monopolizan los beneficios y se extiende la explotación y la exclusión, y que en cambio propugnan por la paz y los derechos humanos integrales (individuales, colectivos, civiles, políticos, pero también sociales y culturales), defienden la autodeterminación de los pueblos y el derecho a la autonomía de los pueblos indígenas en todo el mundo, la igualdad de todas las lenguas, y, en fin, se comprometen en favor de la igualdad económica y de género, postulando que la dignidad, la libertad y el respeto a la riqueza cultural de la humanidad han de prevalecer sobre el capital.

Por eso, si yo fuera intelectual votaría ¡¡NO!!


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J. Martín Guédez


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