Pero ¿para quien son ya una noticia las dificultades, las verdaderas resistencias que aquellos cuerpos instituidos, que las autoridades del antiguo régimen puntofijista opusieron y oponen a la Revolución Bolivariana en todo el país? ¿Y qué pensar de nuestros satisfechos aristócratas, los hombres del señorío y la “limpieza de sangre”?, en cuyos hombres parecía resumida nuestra “esplendorosa historia”, de aquellas “eminencias de la administración”, y del foro y de la Iglesia, “grandes personalidades” que, con señaladas excepciones, se prestaron y se prestan a imitar a los acompañantes del marqués de Casa León. ¿Y qué podemos pensar de la antigua “izquierda” (al servicio de la CIA) y qué “muy democrática”, según se auto califican sus antiguos dirigentes?
En efecto, la burguesía y los políticos puntofijistas, (incluidos los de la Izquierda y qué muy democrática) vinculados al imperialismo y no a la nación, ignoran otra soberanía que no sea la del imperio, les violenta menos el acatamiento a un extranjero, que seguir el impulso del pueblo, cuyas consecuencias no dejan de temer.
Cito al poeta José Espronceda:
“Y vosotros ¿qué hicisteis, entre tanto
los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
o adular bajamente a la fortuna.
Buscar, tras la extranjera bayoneta,
seguro a vuestras vidas y muralla,
y siervos viles a la plebe inquieta
con baja lengua apellidar canalla.
¡Ah, la “canalla”, la “canalla”! en tanto
arrojó el grito de venganza y guerra,
y arrebatada en su entusiasmo santo,
quebrantó las cadenas de la tierra”.
Ahora bien; esa conciencia nacional y esa acción no están tejidas uniformemente en el mismo cañamazo ideológico. Una parte responde a la ideología del antiguo régimen esclavista, y en ella desempeñan papel primordial las ideas de la “democracia burguesa” y la religiosa; otra, en cambio, actúa inspirada por ideas avanzadas y quiere transformar el país, donde todos tengamos iguales derechos y donde no existan marginados ni excluidos. La primera se desarrolla sobre todo bajo la influencia del imperialismo, la burguesía y el clero; la segunda en las ciudades y pueblos, bajo la influencia de algunos intelectuales e idealistas, cuyo propósito es constituir una nación soberana e independiente. Vemos, pues, que desde el comienzo del Gobierno Revolucionario se perfilan estos fenómenos: ausencia del poder puntofijista, que tiende a ser reemplazado por formas espontáneas de organización política; luchar contra la fragmentación y multiformidad de las reacciones, consecuencia de la dispersión de Venezuela, pero tendencia a recomponer esos fragmentos en la formación de un gran partido político, (MVR) con cara a las elecciones venideras.
Al hablar de políticos burgueses y de partidos políticos oposicionistas hay que hacer toda clase de reservas. Es preciso tener bien presente que los acontecimientos políticos se desarrollaban al margen de la mayoría de la población, como un asunto de pequeños grupos elitescos. Esto explica el éxito de los pronunciamientos militares que se sucedían en esa época, donde ordenaban a los militares que sacaran las tropas a la calle para que defendieran sus propiedades, disparar y detener a todo aquél que no estuviese de acuerdo con sus políticas de dominación y bochornosa esclavitud. Es fácil colegir que el panorama señalado sólo representaba los balbuceos de una sociedad capitalista, esclavista en decadencia.
Inútil repetir a los venezolanos lo ya dicho sobre las políticas económicas de los gobiernos puntofijistas: absentismo en educación, absentismo en salud y vivienda, absentismo de creación de empresas de propiedad social, absentismo de los grandes propietarios, deficiencias de la acumulación a causa de los gastos de lujo, atraso técnico de los métodos de explotación, así como la tendencia de los bancos a invertir en papeles del Estado. La gran abundancia de mano de obra a precios irrisorios reforzaba la tendencia de los latifundistas a no mecanizar la agricultura. En pocas palabras: la inmensa mayoría del agro venezolano seguía viviendo en el siglo XIX. Pero con la diferencia de que la progresión demográfica agravaba la cuestión. El desarrollo capitalista de las ciudades no era suficientemente poderoso para absorber las migraciones campesinas que, por esta razón se transformaban en emigración.
Se fue el siglo XX, pero no para sumirse en el olvido como algunos frívolos de la inteligencia hubieran deseado. Los temas que el siglo XX nos había propuesto no encontraron respuesta sino en los debates políticos en la plaza pública, en los programas y en realizaciones frustradas o incompletas, de manera que estaban aún en pie al entrar en el siglo XXI. Entre los grandes rasgos de ese período histórico, su carácter popular ocupa lugar preferente. Para situar esa apertura del siglo recién pasado cúmplenos buscar esos rasgos. Sobre todo, intentar comprender en qué medida significaba una innovación y cómo algunos de ellos determinaron el planteamiento por el pueblo de los grandes temas en torno a los cuales había de girar el siglo. Pero como la Historia es implacable, eran violentamente atropellados por los temas y problemas de esos tiempos.
A diez años de distancia de esa época, aparece muy interesante por ciertas transformaciones de estructuras que al situar a Venezuela en plano del socialismo moderno, agudiza también igualmente sus contradicciones. También por la presencia ya considerable de la acción del pueblo en la vida política del país. A todo ello vamos a consagrar preferentemente nuestra atención, sin olvidar naturalmente las cuestiones institucionales e ideológicas y la política exterior que adquiere primordial interés. Por todas partes se asiste a un despertar popular, aunque a veces se manifiesta de forma confusa o incoherente. La esperanza se extiende a numerosas ciudades del país, el pueblo está conteste que la Revolución mejorará sus condiciones de vida.
El examen somero de la sociedad venezolana en los años que anteceden a la revolución, nos enseña que la principal contradicción que existía en su seno era la de los grandes propietarios, y el conjunto del país, cuya principal masa humana y factor superlativo de la población activa eran los trabajadores de las ciudades y los campesinos. La lucha de clases, la contradicción entre burguesía y pueblo se acentuó aún más en tiempos de revolución, pero aún se tardará para que el pueblo pase a primer plano de la vida nacional. Venezuela es un país muy atrasado industrialmente y, por lo tanto, no puede hablarse aún de una emancipación inmediata y completa del pueblo. Antes de esto, Venezuela tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos. El socialismo brinda la ocasión para acortar en lo posible estas etapas y para barrer rápidamente estos obstáculos.
El tingladillo político de adecos y copeyanos y sus derivados: la mafia “quietista” de los señoritos de Primero Justicia; los nuevos adecos de UNT; la Venezuela ramplona de los funcionarios de mangas raídas arbitristas, y los antiguos revolucionarios de esa izquierda “muy democrática” no eran por fortuna Venezuela entera. Ellos, los representantes de la teoría del Estado constitucional de partidos, característico del régimen liberal burgués. Esta teoría sostiene esencialmente que los partidos representan el criterio de un grupo o sector del país y que, del libre juego de colaboración y oposición entre ellos, ha de surgir la gobernación perfecta del Estado. Pero estos partidos anteponían el llamado interés nacional a otro que se llama interés personal y de partido. Ese criterio responde a una época en que la acción de los partidos que podríamos llamar clásicos limitaban su acción al antiguo Congreso y los consejos electorales. La realidad política no tardó en hacer caducar esas doctrinas. Las costumbres de los burócratas de la época, sobre todo el tan conocido Cuanto hay pa’eso, el pónganme donde haiga; vuelva usted la semana que viene, y la subestimación de los valores nacionales, denunciados en escritos que han sobrevivido a su tiempo.
Se hallaba Venezuela en una encrucijada de ideas que apenas se formulaban coherentemente. Los gobiernos de la democracia representativa se declaraban partidarios del monismo científico, de la no separación entre los aspectos físico y moral del hombre, y de la influencia fisiológica en las facultades morales e intelectuales, estos sátratapas negaban las doctrinas de la legitimidad y el derecho, tenían mucho más de un gobierno colonial que de las recopilaciones de un gobierno republicano. Mal acomodada, en fin, esta vestimenta, que nos liaba de pies y manos, y sin siquiera andadores, reuníanse los politiqueros puntofijistas del siglo pasado arreglado a las necesidades del siglo XXI, esto es, la envoltura con liquilique y corbata.
En la época que nos ocupa, los partidos turnantes no defendían el interés nacional sino de un sector muy restringido, y por añadidura “quietista”, de la nación. Hemos visto cómo poderosas fuerzas políticas y sociales pugnaban para ponerse “al nivel del siglo” actual. Bien por influencia directa o indirecta de dichas fuerzas, o bien por influencia de las nuevas ideas dominantes. En cuanto a los medios de comunicación, no hay más que echar una mirada a la TV privada, emisoras de radio y a la prensa escrita, para convencerse del carácter de partido político que tienen estos órganos de comunicación. Sin embargo, lo que interesa aquí destacar es que Chávez fue el primer pensador político venezolano que hizo frente a un estudio de la opinión pública y de los partidos, oponiendo este sistema a su deformación oligárquica. La pretendida democracia representativa de adecos y copeyanos servía como pantalla para cubrir un régimen de exclusión, represivo y dictatorial. Por el contrario, Chávez supo ver más allá del formalismo de los textos constitucionales. Es un realista y su realismo le llevó a poner al desnudo la comedia constitucional venezolana presentada por los “empresarios-políticos” del puntofijismo.
Si hoy se sostiene la burguesía, es porque sirve de agarradero al caciquismo que en ella se apoya, le sostiene y le precipita. Feudalismo de un nuevo género, cien veces más repugnante que el feudalismo guerrero de la Edad Media, y por virtud del cual se esconde bajo el ropaje de gobierno de democracia representativa, una oligarquía mezquina, hipócrita y bastarda. El odio es fomentado por la burguesía, “gente bien” en nombre de la más alta “moralidad” inducen al pueblo a matarse los unos a los otros; el pueblo se pregunta si las mentiras y las miserias inspiradas por el odio constituyen la más alta virtud de la burguesía. Me temo que pase algún tiempo antes de que se les pueda convencer para que acepten esta doctrina fundamental de toda ética realmente elevada. La esencia de la “gente bien” es racista, es que odian al pobre. En una palabra, la “gente bien” es la gente de mente sucia.
¡No volverán!
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte.
¡Venceremos!