Millones de personas en el mundo – aunque cada vez menos- se consideran cristianas, a pesar de no haber leído nunca los evangelios ni mucho menos la Biblia, más allá de haber escuchado alguna vez las citas hechas por los que se autoproclaman representantes de “Dios” en la tierra.
Lo cierto es que el Cristianismo – y sobre todo el Catolicismo, aunque no sólo éste- está asentado sobre bases falsas: tiene pies de barro, a pesar de lo cual ha sabido mantener su poder durante casi 1700 años (desde el Concilio de Nicea), recostándose en los aposentos de los poderosos y destruyendo a todo aquél que se le opusiera.
Las fiestas navideñas y el año nuevo, están situados en fechas arbitrariamente estipuladas por los poderes de turno y sus conveniencias, y podemos describir su historia en una sumarísima síntesis.
La existencia de Jesús el Cristo no está probada históricamente, más allá de los evangelios citados por la Iglesia: ningún historiador de la época ha escrito nada acerca de él, y lo que ha llegado hasta nuestros días son comprobadas falsificaciones hechas por los monjes copistas del medioevo.
Si existen dudas acerca del personaje histórico de Jesús, mucho más problemática es, lógicamente, la fecha de su nacimiento. No siempre se festejó el 25 de diciembre. Hubo muchas especulaciones hasta el siglo 4°, y otras fechas: 6 de enero, 28 de marzo, 19 de abril, 20 de mayo. Hasta que llegó Constantino y “su” Concilio de Nicea (325 d.C.).
Hasta allí, el cristianismo era perseguido y sus fieles eran torturados y asesinados por el Estado romano. Pero la insatisfacción creciente de grandes franjas de la población y la prédica humanitaria de los primeros cristianos hicieron que el culto a Jesús fuera siendo cada vez más popular.
El emperador Constantino le dio la posibilidad al cristianismo de legalizarse para solucionar el problema que éste le generaba al Estado, pero para ello la Iglesia debió hacer ciertas concesiones: por aquella época eran muy populares los cultos a Mithra y al Sol Invictus en el Imperio Romano (muy similares entre sí y que muchos confunden con un único culto); ellos festejaban su natalicio el 25 de diciembre, el nacimiento del sol en el solsticio de invierno, así que se vio con buenos ojos fusionar las creencias y adjudicar la misma fecha al nacimiento de Jesús. El cristianismo incluso adoptó muchas tradiciones paganas: las velas, el incienso, las ropas llamativas, la espectacularidad de los festejos, la incorporación de imágenes de culto. Se puede decir que a partir del Concilio de Nicea nació y se formó la iglesia que hoy conocemos. Allí se sepultó por completo al supuesto Jesús humano y se tejió una pantalla que aún hoy oculta la verdadera historia. Se juntaron y analizaron los textos que hablaban de la vida de Jesús y se le dio al Nuevo Testamento la forma que hoy le conocemos. Muchos textos fueron reescritos y otros clasificados conforme a la nueva mentalidad que se le pretendía dar al cristianismo, apartándolo del judaísmo y confluyendo en lo que hoy es el catolicismo apostólico romano. Muchos escritos fueron censurados por poco convenientes: mostraban a Jesús demasiado “humano”, cerca de la carne, lejos del dios que pretendían “crear”. Aquellos textos fueron llamados “apócrifos”, y quedaron afuera del Nuevo Testamento. De esa manera, un grupo de hombres le dio forma al libro que hoy millones consideran sagrado.
Hasta el Concilio de Nicea el cristianismo estaba dividido en innumerables corrientes, pero podían diferenciarse dos ramas principales: el judeo-cristianismo y el paulismo-pro romano. En el concilio se adoptó el universalismo de Pablo de Tarso (Saulo, o San Pablo) y se censuraron las demás corrientes, que a partir de aquél momento pasaron a llamarse herejías. Eso fue consecuencia de la conveniencia más que de la convicción o la fe religiosa: el cristianismo debía decidir entre enfrentarse al poder del Imperio Romano o acomodarse con él. La sumisión a Constantino ya estaba decidida de antemano, pues le otorgaba al cristianismo beneficios que no había tenido hasta el momento. Fue una especie de negociación en la que ambas partes se vieron beneficiadas. El Imperio buscaba terminar con el problema que le ocasionaba la rebeldía del cristianismo creciente. Y el cristianismo se romanizó.
Si hasta la divinidad de Jesús se decidió por votación de los obispos presentes: 218 a favor, 2 en contra.
A partir de Nicea se consideró herética toda idea que se apartara de los lineamientos del Concilio. Es más, la mayoría de los mártires primitivos del cristianismo hubieran sido considerados herejes por la iglesia católica romana. Por lo general, las ramas heréticas del cristianismo tenían fuerte influencia judaica, eran nacionalistas y antirromanas. La ortodoxia católica no podía tolerar esas conductas pues podían poner al Estado Romano en su contra. Además, la mayoría de ellas no aceptaba la divinidad de Jesús, seguían sus ideas pero lo consideraban un hombre, su líder político.
En definitiva, la herejía era pensar distinto de los que supieron ganarse la simpatía del Imperio.
Y a partir de allí, esa fue la doctrina de la Iglesia Católica: de perseguidos pasaron a ser perseguidores. Todo aquél que pensara en forma distinta debía ser eliminado. Consecuencia de aquella forma de pensamiento fueron las Cruzadas, la Inquisición, las conquistas de nuevas tierras y las matanzas de seres humanos “en nombre del Señor”. Millones y millones de vidas cegadas por el fanatismo religioso, por la soberbia y el salvajismo. Ninguna institución humana ha sido responsable de más muertes y torturas que la Iglesia Católica y el cristianismo en toda la historia de la humanidad.
La Iglesia cristiana ha tergiversado los hechos históricos, los ha falseado, ha mentido para obtener poder, ha destruido documentos históricos valiosísimos para ocultar la verdadera historia, y sobre ello ha edificado sus cimientos.
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