A mal tiempo buena cara. No nos amarguemos cual si fuésemos escuálidos por unos avatares climáticos complicados como construir el socialismo, sobre todo con tanta gente de lado y lado emberrinchada. Veamos las cosas positivamente y sonriamos. Que la amargura no nos embargue, podría hacernos perder el equilibrio, rumbo y entregar el futuro.
Antes de ofrecer nuestras endógenas propuestas que servirán para desbordar las represas, tomemos en cuenta una de las leyes de Murphy, por la cual, “cuando las cosas parecen ir mejor, es que has pasado algo por alto”. Por eso, mientras se bombardean las nubes y éstas siembran desde tierra, hagamos además lo siguiente, porque lo que abunda no daña.
Lo primero sería organizar y producir una gran danza india para llamar lluvia. Pero en ella sólo deben participar indios de verdad. Nada de reencauchados, del mercado paralelo y menos si estos son escuálidos, quienes no deben participar en ninguna de las actividades que vamos a proponer porque las empavarían.
Volviendo a lo de la danza india, no deben estar en ella el “indio Guarauno”, aquel que cantaba en el viejo Meliá, ni el Araucano, porque ambos nunca fueron certificados. Siempre parecieron chimbos, como extraídos de un envase de avena. Tampoco el indiecito Guaraní, quien se “convirtió en pájaro choguí”, justamente porque no es chicha ni limonada; y, ni de vaina aquel indio “Toro”, acompañante del “Llanero Solitario”, por pitiyanqui y jalabola de un racista que estando acompañado se llamó “solitario”. Por supuesto, menos el “indio de cargazón”, como decía mi tía, que Podemos tiene en la Asamblea Nacional.
Debe ser un cuerpo de baile genuino, originario y deseoso que llueva, pero no café como pide Juan Luis Guerra, sino agua, porque ¡aguaaaa! que “Chávez no se va”.
El refranero popular dice cuando el pobre lava, llueve. Lo dice por algo. Años de historia de la lucha de clases lo han demostrado. Infinitas observaciones y cuidadosos datos estadísticos, así lo han comprobado.
Por eso, organicemos a nuestros pobres, hombres y mujeres, para que no haya discriminación; pongámoslos a lavar en multitud, como si se tratase de una marcha o concentración chavista. Siempre con el cuidado que no entren escuálidos y por tratarse de pobres, no se admitirán boliburgueses, aunque se ofrezcan como lavadores voluntarios. Después, finalizada la faena, en cuerdas infinitas, extendidas desde el norte al sur y este a oeste, tenderemos toda la ropa mojada. Según lo que sabemos, esta incitación debe producir lluvias cuantiosas.
En la tercera actividad, como corresponde a un movimiento democrático y participativo, pueden entrar los boliburgueses. Estos ofrecen la ventaja que tienen carros nuevos, grandotes y les encanta echar pintas. Sólo se les exigiría no traer ayudantes o empleados para hacer lo que a ellos corresponde. ¡A lavar carro se ha dicho! Todo el mundo lava el suyo y de manera impecable. Esta frase no debe entenderse como que se admiten escuálidos. Los infiltrados no constituyen un problema o una posibilidad de empavamiento o mavita, porque es una categoría anterior a la de escuálido. Si el carro es de aquellos que acaparó Zuloaga, mejor aún.
Se puede reunir gente del partido, de las patrullas, mucha alrededor de fogones, quienes cambiando la rutina, podrían dedicarse a escuchar a algún compatriota recitar el poema “La leyenda del horcón”, que comienza con aquello de “Llovía torrencialmente y en la estancia del Horcón estaba toda la gente”. Si no llueve demandamos al poeta.
La quinta actividad, quizás la última que sugiramos, es la de los muchachos y el juego de pelota. De esto uno sabe mucho. La estadística la llevamos por dentro.
El gobierno, las escuelas y todas las instituciones que tienen que ver con el juego de béisbol deben, sin declarar vacaciones fuera de tiempo, organizar juegos de pelota, de esos que siempre llamamos caimaneras, en cuanto espacio disponible halla. ¡No hay nada que traiga más lluvia que unos infantes, bajo un sol inclemente, jugando a la pelota y si se trata de pobres, aquella será más torrencial!
Todas estas proposiciones endógenas, como dijimos al principio, no niegan, ni se oponen al bombardeo de nubes, sólo que “inventamos o erramos”. Porque seguro mató a confianza.
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