Como revolucionario sé que lo sustantivo es hacer la revolución. No me dejo sorprender por posiciones luminosas o proféticas vengan de donde vengan, uso lentes oscuros para contrarrestar tanta lumbrera cuando las tengo cerca. La formación ideológica revolucionaria debe ser firme como para saber cuando las aguas permiten un respiro y cuando se tornan procelosas y hay que ser “sagaces como serpientes” o correr el riego de sosobrar. La fidelidad al proceso no puede pasar por personas sino por la misión revolucionaria: conquistar una patria de paz, justicia y equidad, hacerlo con diligencia, con el menor ruido posible y hacerlo bien.
Véase como la radicalización del proceso revolucionario, aún en estadios muy incipientes, fue dejando cadáveres insepultos en el camino, como quedó la ruta minada por deserciones y odios mellizales, que son los más consecuentes y terribles por cierto. Al modo de quinceañera provinciana se fue alcanzando cierta madurez ideológica al costo de dolorosas desgarraduras en el alma. ¿Cuánto daño ha hecho y continuará haciendo el haber “creído” en tanto pequeño burgués, amante del verbo ocasional grandilocuente y portadores del sarampión revolucionarista? Pasemos lista: Arias, Urdaneta, Miquelena, Olavarría, Arcaya, Alvarenga, un largo etc., y de último, el prócer ilustrado Rondón, quién vino a descubrir, -en plena campaña electoral y por los medios de comunicación por cierto- casos de corrupción en la revolución.
El verdadero revolucionario tiene que saber esto. Tiene que saber que hay gente que nos acompañará sólo una parte del camino. No necesariamente porque sean traidores genéticos, -que muchos lo son- sino, especialmente, porque la idea del proceso revolucionario que albergan tiene unos límites, sus compromisos con el estatus capitalista también y de estos límites ni pasan ni se devuelven. No es bueno negar al compañero de trochas porque en un momento dado no vuela, nunca fue pájaro. Demos gracias a la vida que nos brindó esa compañía en algunas etapas del camino, y agradezcamos que a otros les concedió unos muñoncitos en lo omóplatos donde pujan indoblegables por brotar unas alitas. ¿Habría el Comandante en su laberinto alcanzado la madurez revolucionaria que hoy posee y la que atesora el movimiento popular sin el concurso de estos traidores de ocasión? No se, creo que el látigo de sus traiciones, en algún sentido, purificó el verdadero espíritu revolucionario del pueblo organizado. Lo que no puede la revolución, es aprender estas lecciones de desencanto en desencanto, de desilusión en desilusión. Se necesita mucha claridad para no salir mal herido de estas situaciones. No será así, si se dispone de una base ideológica sólida, capaz de trabajar con el compañero para que continúe la ruta, pero inflexible para no permitir que haga daño si, por sus limitaciones, pone en peligro el objetivo revolucionario.
Como historiador comprometido con el pensamiento revolucionario, siempre me han parecido igualmente deletéreas las devociones entusiastas o las condenas apresuradas. Si nos detenemos a otear un instante desde el balcón de la sindéresis, veremos como fueron útiles, hermosamente útiles, los Mariño, los Páez, etc., fueron patriotas valiosos, pero mientras Mariño sentía que su “pueblo” (el de oriente) había sido emancipado, y Páez que su “nación” (Venezuela) había sido liberada y ambos que la Revolución tenía una deuda con ellos por su sacrificio personal, el americano universal: Simón Bolívar, sentía entre sus piernas el costillar de Rocinante y la urgencia de salir a combatir por la patria grande. Una patria grande y bonita que es Oriente, que son los llanos, que es Venezuela con sus costas y sus mares, pero que es, además, la Nueva Granada, Ecuador, Perú y la América toda con sus pueblos irredentos.
En los años en que el Che, otro “majadero” soñador, le decía a un intoxicado mercenario: “Mírame a los ojos coño, que vas a matar un hombre” sonaba una letra de canción revolucionaria que al referirse a Bolívar decía: "Primero fue caraqueño, y después venezolano, para luego darse cuenta que era latinoamericano"…Ese es el problema, la revolución independentista a muchos les quedó grande. Nuestra revolución bolivariana también les quedó grande a muchos, cuando se profundice, le quedará grande, muy grande, a muchos más.
Pues bien, o estoy perdiendo el olfato o se vienen nubarrones y tormentas después de la victoria referendaria. Como el olfato lo conservo fino, la lectura de las condiciones me dice que se nos viene borrasca. La Revolución en la Revolución, para ser verdadera, tendrá que pasar por encima de mucho oportunista. La tormenta ahogará también a uno que otro despistado, pero la tormenta traerá agua abundante y el agua, esperada y canalizada, es buena, es fecunda, lava de sucio el rostro del asfalto y hace aflorar la verdad. La Revolución deberá tocar intereses y sectores económicos que hasta hoy sólo han reaccionado ante la posible amenaza. Cuando esto ocurra, arreciará el ataque del enemigo. Los primeros en alinearse con estos sectores e intereses serán aquellos que, habiéndonos acompañado hasta aquí, siempre tuvieron la cabeza, el corazón y el bolsillo allá.
No puede una revolución depender de la fidelidad de fulano o de zutano, arreglados estaríamos. Hay que ir más allá con paso firme. ¿De donde saltará el siguiente traidor? No lo se, pero las actitudes agresivas del enemigo proporciona signos inequívocos de sus marramuncias conspirativas. Las próximas acciones de la reacción pondrá a prueba al revolucionario de chequera, al revolucionario cómodo, al conformista, al del acuerdo, el pacto y el arreglo. El Plan “Sombras”, organizado por la CIA como estrategia posterior al referéndum está en marcha. Nuevas acciones conspirativas y terroristas probarán el temple de esta Revolución y la formación ideológica de sus cuadros. La mejor lectura la proporcionará la misma Revolución. Si los tartufos y camaleones predominan el imperio atenuará su ataque, hasta convivirá con la Revolución, será una revolución (con minúsculas) tolerable y manejable; si se profundiza, habrá llegado la hora de nuevos judas y saltadores de talanqueras. Un buen número de “revolucionarios” habrá encontrado su “tope” –ahora que está de moda el término-. No creo necesario, compatriotas, abundar en más detalles que conocen perfectamente, estamos como las islas en relación con el agua: rodeados de ella por todas partes. Uds., los ven igual que yo. Al modo del general Gómez, el hombre de la Mulera, aquí cabe decir: “Ah, rigors…¡tanta gallina cantando como gallo!” . Hay que templar el acero o conformarse con reformas de plastilina, hay que salvar la Revolución o sentarnos, como el rey moro, a: “llorar como niños lo que no supimos defender como hombres”, hoy habría que añadir: “como hombres, mujeres, niños y niñas” porque la tarea es de todos.
(*) Historiador y Sociólogo