Así quedaron: descocados. Sin cerebelo. Con un solo chillido en el crujido de su atolondrado pensamiento. La apabullante victoria que conquistó el pueblo venezolano el pasado domingo 15 de agosto de 2004, los dejó con los ojos claros y sin vista. Se consumen en los estragos de la catatemia. Son andariegos sin razón. Sin ton ni son. Sin brújula. A la deriva. Sin rumbo fijo. Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Ellos, los oposicionistas u opositores, se empeñaron siempre en negar una realidad que es más grande que una catedral. Por eso quedaron desquiciados. Para los opositores, el pueblo venezolano parece que no existe. Siempre lo han negado. Ellos no ven a esa morenitud alegre, que está convencida hasta los huesos que le llegó su momento decisivo de participación. Que todos a una, están dispuestos a acompañar por siempre a su Comandante Hugo Chávez Frías, cada vez que nuestro líder los convoque, todos a una, para defender los logros que son del pueblo, de la gente, de las grandes mayorías olvidadas y excluidas, y ahora entregadas en cuerpo y alma a manifestarle el respaldo y solidaridad multitudinaria al proyecto bolivariano, porque allí, en ese andamiaje político se retrata el futuro de la patria, la esperanza de Venezuela.
Allí estuvo su error: en ignorar a las grandes mayorías. Tenía razón uno de los observadores españoles cuando expresó en un programa de televisión matutino, que él percibía un gran problema en la oposición venezolana, conformada fundamentalmente por un sector de la población perteneciente a los sectores pudientes de la sociedad, industriales, comerciantes, pero igualmente integrada por sectores medios profesionales, que asumieron una terca, y podría decirse que hasta reducida actitud, de atender sólo los lineamientos de una dirigencia mediática que todo el tiempo los estuvo engañando, reforzándoles la idea de que eran mayoría, cuando la realidad en las calles estaba diciendo otra cosa. Según este observador, que además es catedrático de una prestigiosa universidad española y estudioso de los problemas latinoamericanos, el “síndrome del shopping center”, impidió al sector de la oposición venezolana, o por lo menos a una buena parte de ella, ver la realidad, y se conformaron con creer que sólo existía lo que veían en el centro comercial. Su mundo de valores y creencias no les permitió ir más allá de las puertas de los mall, y no tuvieron conciencia de que fuera de esos ghetos comerciales, hay toda una multitud que desde hace ya bastante tiempo asumió como propio un proyecto de dignificación que está encarnado por el presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Como la luciérnaga, se dejaron cegar por el espejismo de los medios de comunicación, que no entendieron, y aún hoy siguen sin entender, que la vida de la república no puede resolverse en un set de televisión. Que no es posible trasmutar un animador de televisión en líder de multitudes y que además, ese animador-periodista devenido en ¿líder político? tenga la credibilidad que tiene Hugo Chávez y su proyecto revolucionario bolivariano, no sólo en Venezuela, sino en toda Nuestra América, como muy bien llamó José Martí, a todo este extenso territorio que ocupan nuestros pueblos. Razón tiene el presidente Chávez cuando calificó de “descocada” a esta oposición irracional. ¿De qué otra manera se puede calificar a quien ha llegado al colmo de desconocer al árbitro, de desconocer a los observadores internacionales por ellos mismos solicitados, de desconocer su propia representación en las mesas de votación, de desconocer los acuerdos a los que llegaron sus representantes ante el CNE, de desconocer a los millones de personas que respaldaron la opción del No y que por último están planteando desconocer el llamado a elecciones de gobernadores y no entregar sus cargos? Creemos que no está lejos de la realidad el Presidente Chávez cuando en su último Aló Presidente, catalogó a la oposición venezolana de “descocada”.
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