Cortísimo reporte novelado de cómo anda el alma de cierta gente que se hace llamar de oposición

Cortísimo reporte novelado de cómo anda el alma de cierta gente que se hace llamar de oposición


Tras varios años fuera de circulación de eso que en el periodismo se llama diarismo (reportero que patea calle todos los días), últimamente me he estado calzando mi viejo traje. Lo venía haciendo por fases: una entrevista por acá, una rueda de prensa más allacito y croniquitas entre una y otra cosa.

Pero la semana pasada me reencontré con otra categoría periodística de calle: el plantón, que consiste en clavarte en un lugar varias horas a la espera de que alguien realice unas declaraciones presuntuosamente importantes.

Fui entonces el viernes pasado a darle cobertura al acto de imputación a Oswaldo Álvarez Paz en la sede del Ministerio Público en la avenida Urdaneta. A mi llegada él ya había ingresado, y como quiera que se trataba de que rindiera declaración, pues el plantón estaba decretado previamente.

Puse en práctica algunas artimañas de otrora: arrellanarme entre fotógrafos y conductores a escucharles sus cuitas o gozarme cómo se destrozan entre ellos con un humor que se mueve por todas las esferas: desde el más finísimo al más zahiriente (a veces también humor grasiento). Ese es el hábitat en que solía respirar mejor. Sólo que con los años me he perfeccionado como ermitaño, y en esta reaparecida, si bien hago parada en mi antigua estación de fotógrafos y choferes, me he estado dedicando a atisbar algún paraje desolado de los alrededores y apelar a mi binocular imaginario y ponerme a contemplar a las lindas señoritas que hoy en día andan haciendo el periodismo venezolano. Las examino, evalúo cómo y qué hablan, cómo gesticulan, si se peinan, si usan labial, si son desenfadadas o rinden culto a las maneras. Trato inútilmente de leerle los labios. En las últimas ocasiones he seleccionado como fetiche a Lucía Eugenia Córdoba, de Venezolana de Televisión.

Ese día llegué a la Urdaneta y busqué mi esquina para desde ese ángulo observarla a ella. Es una observación científica social, aclaro, no me anima ningún otro interés que hacer una terapia muy íntima para combatir el hastío. Ha podido ser otra, pero, bueno, vainas de la vida hicieron que fuera ella.

Al ubicarme en triangulación de ella, que hace espera conversando animadamente con su camarógrafo en la acera de la entrada a esa sede del Ministerio Público, caigo en cuenta de que me he puesto al lado de Luis Alfonso Dávila, quien hizo el puente entre Caldera y Chávez cuando éste hizo el juramento sobre la moribunda. A la velocidad de rayo me muevo hacia la siguiente esquina, donde están unas sillas copadas de gente que espera atención. A través de las rejas y las ramas de una pequeña palmera renuevo mi observación científica a Lucía Eugenia, que a su vez sigue anclada a su cámara. Al girar mi cabeza a la derecha, detecto al lado de Dávila a Ernesto Alvarenga, hecho un despojo humano producto de un alcoholismo que me parece que ya lo tiene en sus últimas. Es de suponer que están allí en calidad de barras bravas de Álvarez Paz. En fin, no me interesa, sigo en lo mío con consecutivas fugas al espacio sideral.

Y así, me encuentro en estado de abstracción y acaso sujetado al piso por el punto que en Lucía Eugenia he fijado como un cable a tierra... cuando comienzan a llegar personajes de diferentes pelajes.

Además de Dávila y Alvarenga se sumaron ilustres como Agustín Berríos, Carlos Guyón Celis, Henry Ramos Allup, Herman Escarrá, Pedro Niken, Antonio Ledezma, José Ramón Medina, Eddy Ramírez, entre otros especímenes.

Empezaron a hacer dos grupos de conversación a mi alrededor, que me vi sorprendido por haberme convertido en fortuito jarrón chino con micrófono incorporado. Supe y asumí que la vida me acababa de convertir en providencial espía y me dispuse a sobrellevar tal condición con la dignidad del caso: dediqué mis mejores esfuerzos por no parecer en lo absoluto interesado de lo que allí se conversaba y, al mismo tiempo, meterle toda la capacidad receptora a mis parabólicas, cuya función se veía entorpecida por el estruendo que generan los carros que cruzan por la Urdaneta y por las propias personas que se aglomeran en ese entrada del Ministerio Público.

Ellos se dispersaban y se agrupaban indistintamente, o alguno se cambiaba de asociación tras haber agotado un tema.

Mis primeras conclusiones de semejantes circunstancias fueron: estos tipos que quieren manosear al país no se reúnen nunca y encuentran en esta ocasión oportunidad para actualizare. Fui más allá: esta incoherencia es demostración de que no tienen proyecto, que todo se reduce a recibir instrucciones, todo producto de que no tienen un líder precisamente porque no tienen antítesis para lo que en el país y en el continente está ocurriendo (cosa que las conversas de ellos patentarían). Como se ve, me interné a filosofar. Pero seguía escuchando.

Asumo que mi presencia fue tomada como acompañante de Álvarez Paz, y cada grupo a su vez pensaría que andaba con los otros

Percibí y fui contaminado de un pesimismo atroz en estas huestes opositoras, más bien de una cagazón horrible. Rostros ansiosos y descompuestos, necesitados de escucharse a sí mismos para decirse verdades verdaderas. Que este fuera el escenario y las circunstancias escogidas, hablaba de una tragedia.

El amodorramiento del optimismo creo que también fue notado por Ramos Allup, que podrá ser muy adeco pero pendejo no, quien con el histrionismo que le caracteriza se acomodó para responder al emplazamiento que le hicieron para que dijera sus proyecciones para el 26 de septiembre.

“Si las elecciones fueran hoy… si las elecciones fueran hoy”, matizó Ramos, con el mismo rictus corporal de cuando llamó efebos a los jovenzuelos de pejota (como mencionó esa mañana antes de batirse en retirada para una reunión precisamente con los amariposados –así les dijo también aquella misma vez-).

“Si las elecciones fueran… si las elecciones fueran hoy… sacamos entre 40 y 45 de los diputados”.

La revelación fue acogida entre euforia y escepticismo. El propio Ramos lavó su queso y dijo que le parecía una buena cifra, pero remarcando siempre que “si las elecciones fueran hoy”.

No aclaró ni nadie se lo pidió a qué se debía esa reiterativa advertencia, pero su semántica a mí me ofrecía esta traducción: si fueran hoy, es decir, en el peor momento de Chávez y sin que Chávez haya metido la pala todavía.

Cuando nos replegamos, uno de los fotógrafos presentes, y a quien había hecho yo señas guiñadas para que no me saludara y evitar poner sobre alerta a los portentosos políticos que me tenían como centro de mesa, me dijo que Alvarenga se había ido de palos (metafórico) confesando que un grupo de políticos había cuadrado un boleto para Álvarez Paz en una embajada, sólo que el imputado y sus asesores habían calculado que someterse al proceso le significaban ya no un boleto en la cocina del avión, sino uno de primera clase en las listas lomito de la oposición para la AN. Se habían quejado, eso sí, de que ningún representante de la mesa de unidad había ido a solidarizare (excepto Ramos Allup). Esa tarde escribí este dato en el twitter que administro. Esta noche, cuando me he puesto a garrapatear mi informe de agente secreto, Álvarez Paz ha sido visitado en su casa de La Boyera por una comisión del SEBIN para hacer cumplir una orden de privación de libertad librada por un tribunal de Caracas. Conforme a los cálculos del reo, Globovisión mordió el peine y ha incitado a la gente a pensar en Álvarez Paz como un preso político al que habrá que llevar a la AN. De hecho, no recuerdo si Roland Carreño o Pedro Luis Flores, se ha establecido una comparación entre el feo cometido por Manuel Rosales escapando por la puerta trasera y la digna posición de Álvarez que se ha entregado. Kico ha redondeado el asunto comentando: aquí en el twitter están proponiendo que Álvarez Paz encabece las listas del estado Zulia. El filósofo ha de haber dormido mal anoche.

Deseo acotar que me dejó preocupado el delirium tremens de Guyón Celis, quien decía en todos los grupos y a quien se le acercara que no se podía pensar solamente en la vía electoral (sin atreverse a completar su idea, pues primero medía la receptividad de su locura en el interlocutor). “Hay que buscar alguien que haya sido chavista para que le hable al chavismo”, insistía, llevando agua a su molino o no sé si retratando a Henry Falcón.

Dijo e invitó a todos a unas reuniones en las que también participaba Joel Acosta Chirinos (a quien se refería como “El chivo”). Aseguró que con ellos estaba Leonardo Salcedo, un caballero que perdió escasamente la gobernación de Táchira con Pérez Vivas y a quien la leyenda atribuye ser un tutelado político de Iris Valera. Guyón también dijo contar con Julio César Reyes en Barinas y un fulanito de tal que lideraba los Círculos Bolivarianos en Mérida.

En determinado momento, Guyón estableció conversación directa con Eddy Ramírez, solamente separados por mi nariz.

“Es que hay que un buscar alguien que haya sido chavista para que le hable al chavismo”, le reiteró, a lo que Eddy se quitaba las caretas y reconocía que no había con quién ganarle de tú a tú a Chávez. “Hay que reconocer que tiene mucha gente”, decía, y recomendaba seguir debilitándolo desde sus debilidades.

La cháchara en un momento se desdibujó tanto, que Eddy y Guyón se pusieron a cruzar una estrategia fenomenal: enlazarse con los evangélicos, que le hablan a la gente en su cara, porque en las iglesias la gente va a escuchar a un cura que les lee algo a todos pero no hay intercambio. Una mujer que acompañaba Guyón (que no su esposa, que también estaba a su lado en su silla de ruedas), evocó lo que Ramos Allup había dicho en su pronóstico y acto seguido el maquillaje se le corrió al decir: nojombre, nosotros tenemos gente dentro del CNE y nos dicen que solamente vamos a sacar 30 diputados.

Eso lo presencié y escuché a dos centímetros, pero habría dado un brazo por haberme quedado sentadito en el escalón del que me había movido y al que fue a sentarse Ramos Allup y donde Ledezma se agachó para realizar una conferencia allí. De haberme quedado, hubiera escuchado todo incluso sin querer.

Llegó la una de la tarde y se anunció que Álvarez Paz ya iba bajando. Se le hizo una corte con Ledezma como jefe de protocolo, instante que aprovechó el alcalde para caminar hacia Luis Alfonso Dávila y estamparle un abrazo de compadres. Al separarse, Dávila le comenta: Antonio, yo estoy muy preocupado, porque le dijimos a Henry que nos dijera sus proyecciones, que no voy a repetir, y nos las dijo, y chico, aquí se le ha hecho creer al país que el 26 de septiembre el problema Chávez va a estar resuelto. No hay un plan para hablarle el país. Y Ledezma en absoluto silencio.

Salió entonces Álvarez Paz y yo que enciendo y le meto en la boca mi grabador. Si hemos de tener fe en lo que se hace llamar oposición en este país, esperemos que hayan caído como Condorito una vez que me desenmascaré para preguntarle: ¿Usted cree que la libertad de expresión debe ejercerse sin restricciones? Me reservo su respuesta.


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