Que en la República Bolivariana de Venezuela está abierto un proceso de enfrentamiento total entre la concepción general de patria, país, nación, libertad y democracia sustentado por los viejos beneficiarios de un sistema excluyente que ocupó toda la historia contemporánea y los novedosos conceptos inclusivos que tienen su asiento en la Constitución Bolivariana, ejemplo paradigmático de las formas de organización, participación y protagonismo populares que se está verificando, tomando cuerpo y vida en esta tierra de gracia, no lo pone en duda nadie. Menos que nadie, lo ponen en duda los representantes más conspicuos de esos sectores atrabiliarios y decadentes.
Saben perfectamente, no se si por reflexión o por instinto, que se están jugando la subsistencia o la desaparición de todo un complejo sistema de ventajas y privilegios excluyentes de las grandes mayorías. De allí que, sin ánimo de alarmar, los distintos cuadros auspiciadores de esta revolución humanista debamos tener el mismo, -o mayor si se puede- convencimiento de cual es la lucha que el pueblo venezolano está librando en estos históricos momentos.
Podemos estar seguros de que no renunciarán a sus sempiternos privilegios sin apelar a todos los recursos que siglos de poder y abuso ha puesto en sus manos. No habrá medio, por inmoral y sucio que este sea, que no utilicen para impedir el apenas germinal pero glorioso triunfo del pueblo. Cuando el general Medina Gómez, afirmó qué, “si acaso por la vía de la consulta popular convertida en fraude constitucional no logran desplazar, aplastar y borrar de la faz de la tierra hasta el recuerdo de la Revolución Bonita, sencillamente acabarán con todo y después de no dejar nada se irán”, no está precisamente vociferando bravatas sin sentido, sino detallando el libreto de los procedimientos fascistas y cuando el repugnante Sr. Carlos Andrés Pérez, afirmó que el objetivo es liquidar a Chávez, por una u otra vía, ya sea por medios jurídicos, políticos, sociales, económicos, militares, religiosos, criminales, tampoco está poniendo en sus labios otra cosa que aquello que anida en alma podrida de la oligarquía venezolana y sus amos imperialistas. Si estuviese en sus posibilidades fumigarían con químicos mata-pueblo hasta no dejar un solo signo de dignidad y vergüenza sobre esta tierra bonita.
Puede percibirse que, a pesar de que parecieran inclinarse más por unos métodos que por otros, según los vientos que soplen, no abandonan ni se deslindan de ninguno. Piensan que deben jugarse a Rosalinda y echar el resto conjugando y activando todas sus trampas y miserias. Sin desmarcarse, -porque son caimanes de la misma poza- de los “valientes y democráticos” militares del extinto circo de Altamira, promueven un paro indefinido golpista, interactúan con lo más bajo del sicariato para ejecutar un baño de sangre, o sientan a la mesa y llenan la cartera de los psicópatas de Bandera Roja para ir generando un caos extendido. Sin embargo lo que hoy nos ocupa es la estrategia “pacifica y democrática de las elecciones regionales”.
Daríamos cualquier cosa porque estos sectores de la burguesía bancaria e importadora y la oligarquía entendiesen que a todos sus planes, -que conocemos- les falta la jugada siguiente. Algo que cualquier principiante del juego de ajedrez sabe: que es necesario conocer cual es el siguiente movimiento ante de cantar jaque. Esto, porque estoy firmemente persuadido de que esas mentes llenas de despropósitos y esas voluntades fatalmente envenenadas, con la irresponsabilidad del aprendiz de mago, están invocando fuerzas que, una vez puestas en movimiento no podrán controlar y darán un signo sangriento y macabro a lo que podría, acaso, resolverse en el ámbito del respeto, la consideración y la aceptación en el juego social y político.
La historia, fatalmente violenta de nuestra especie, está plagada de ejemplos horribles de enfrentamientos y muerte. El siglo XX, pasará a la historia con el deplorable calificativo de “siglo de las guerras”. Han sido cientos de millones de criaturas las que han perdido la vida o en el hambre que provocó las guerras, o en las guerras que provocó el hambre. A cada guerra, de ordinario, sólo ha seguido un período de armisticio, un descanso necesario, para continuar con la matanza tan pronto el contendiente caído recupera el aliento. Es la consecuencia de vencer, desconocer y humillar al otro mediante el uso de la fuerza, y no esforzarse en convencer mediante el uso de la razón. Es la consecuencia de dejar que tome el mando de la nave el egoísmo, la avaricia y los peores sentimientos que les acompañan, porque bien sabemos que el odio, la pasión, la avaricia y el egoísmo siempre tendrán razones que ni el corazón ni la razón entienden.
Con descaro inaudito, con desparpajo humillante, está ahora en marcha el camino “democrático y electoral” montado sobre el engaño, la calumnia, la amenaza y la mentira, y con éste la vieja práctica imperialista de la “política de hechos consumados”. Una práctica fruto del desprecio y la subestimación del adversario que consiste en asumir, con carácter inmaculado los planteamientos o agravios presentes. En otras palabras, como el muchacho que constantemente golpea, abusa y humilla a otro, y cuando la víctima se cansa, se cubre con un manto de impunidad obligada, olvidando todos los antecedentes, y pone la luz sobre la última acción de la que ha sido “víctima”. Se trata del arte oscuro de criminalizar a la víctima. Hoy mismo un ofendido dirigente de la oposición golpista, llamaba canalla y cobarde al vicepresidente Rangel, reclamándole poco menos que: “deslindarse o condenar la persecución judicial contra los periodistas” y gritando “este pueblo quiere ver presos a los responsables”. (sic). Es decir, cuando el pueblo reacciona de alguna forma y se defiende de las agresiones de la Sra. Poleo o Globovisión son criminales. Poco más o menos. Como refuerzo al argumento, este inmaculado solicitante de justicia es corresponsable del golpe de estado del 11 de abril pasado. Véase cómo se magnifica el “trabajo de los profesionales del periodismo”, para un caso, en tanto que todos los muertos, heridos, allanados, vilipendiados, calumniados y perseguidos por ellos, no existen.
La estrategia de la “negociación y la salida democrática” está planteada entre un gobierno presidido por un “autócrata, dictador, asesino, ladrón y tramposo”, según ellos, por un lado, y por el otro, lo más noble y puro de la sociedad civil, -algo así como el pueblo santo de Dios-. No se platean, ni por error, dar cuenta de sus pretensiones groseras de sacar del juego al Presidente más legítimo de la historia contemporánea de Venezuela; objetan la calidad de las autoridades del CNE, o el TSJ; dicen que: “no caerán en el engaño del dictador”; vociferan que el país irá a una guerra civil si el gobierno no admite el fraude en el referéndum y, claro está, desconocen el triunfo popular del pasado 15 de agosto; entre tanto, frente a un gobierno que por apego a la legalidad lo ha permitido todo, lo ha tolerado todo y ha transigido con todo, los Peña, Radonsky, López, Rosales, Mendoza y otros ejecutores del horrendo crimen de Abril, inmaculados como la Santísima Virgen María, se legitiman en la dignidad de un proceso democrático, cuando en cualquier lugar del planeta estarían pagando sus crímenes en las cárceles.
Como, a diferencia de ellos no subestimamos a nadie, nos preocupan las jugadas sucias que harán y nos alarma que hayan decidido este camino si antes no han amarrado bien las cargas, es su estilo proverbial, la trampa, el engaño, la carta bajo la manga. Ellos que ponen a funcionar la maquinaria institucional del CNE, o del TSJ, lo hacen cuando tienen bien tomados los hilos. Ellos que han montado el teatro guiñol es porque, con seguridad, los hilos de las marionetas los tienen asegurados. No debe extrañarnos nuevas jugadas del Departamento de Estado a favor de la oposición venezolana. No me extrañaría que en estos escenarios ganen alguna batalla, puedo verlos relamiéndose de gusto por ciertos conejos sacados de la chistera, pero me asfixiaría sino les digo que: Por ese camino de irrespeto y negación llevarán a un pueblo que despertó para siempre, a un terreno donde pueden jurar que no les convendrá verlo. Tendrán que pasar por encima de un pueblo que no se dejará arrebatar, -en el terreno que sea- el sueño de paz y justicia bolivariano.
¡Oligarcas! Si no lo reconocen, no tiemblen pues, allá ustedes, pero antes de que sea tarde: ¡¡¡Respeten al bravo pueblo!!!!
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