De todos los rincones llegaron espontáneamente, como en aquellos días de abril…
De todos los colores y ropajes,
Con las letras aprendidas en la Misión Robinson o en la Universidad escribieron
Con flores ó sin ellas gritaron…
Pero algo había en común, más allá de la rabia, el dolor y la impotencia. Las ojeras de Venezuela delataban el sorpresivo y macabro despertar de un país que con sobresalto comenzó a recibir llamadas y a encender las luces en los ranchos, en las casas, en los barrios, en las urbanizaciones…
Y así como la sabia intuición de abril hizo dirigir los pasos al palacio, así los pasos de esta vez condujeron a la Fiscalía.
¡Justicia! ¡Justicia! Fue el grito unánime y alto, mientras por lo bajo se decía ¡Cobardes! ¡Asesinos!, ¡Limpieza!, y los ojos dejando salir libremente el llanto de un pueblo triste, furioso, impactado, sorprendido en su buena fe…
Los grupos comunitarios, las organizaciones populares, los medios alternativos, los universitarios, los lanceros, los solitarios, los trabajadores escapados de sus puestos, las ancianas con bastón y llanto, los de la oficina… todos pujaban por tocar el féretro conteniendo lo que las hienas dejaron de Danilo Anderson.
En atención a ese llanto colectivo, a esa rabia colectiva, a ese sentimiento de amor colectivo y llano la familia del asesinado Fiscal autorizó una capilla en la puerta, en la calle, de frente al pueblo para que el pueblo llorara y se expresara de frente.
Jorge Rodríguez confundido en la multitud, José Vicente confundido en la multitud, Gruber confundido en la multitud, Aipo confundida en la multitud, y Carlos Azpúrua confundido en la multitud, y Peñalver confundido en la multitud, Ernesto Villegas y Jorge Arreaza confundidos en la multitud, la multitud confundida en la multitud, Chávez e Izarra confundidos en la multitud, con las consignas de la multitud, el clamor de la multitud: ¡Justicia!
Y luego la marcha de oración cantada: “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos”. Alí comandó el paso hasta la Asamblea, y el pueblo, con niños en brazos, con el maletín del trabajo, con la cámara a cuestas, con tacones incómodos, con sudor y hambre, allí, dispuesto a soportar todo para poder tocar aquél féretro y prometer a Danilo ser como él, luchar como él, mirar el horizonte como él…
Y Danilo Anderson dentro del alma de todos, haciendo su mejor trabajo fiscalizador, recibiendo como recaudo el afecto desbordado de su pueblo, dictando auto de detención a la ignominia y citando a la honestidad, presente allí, para que testimoniara el compromiso de luchar siempre por una patria mejor.
Demasiados sentimientos, demasiadas emociones encontradas…
Demasiada impotencia…
Lo demás es información.