La reacción de los sectores opositores, apoyados por los medios privados, y las organizaciones económicas y profesionales, en relación con las medidas adoptadas por el Gobierno para enfrentar las estafas inmobiliarias, refleja una postura que no debe sorprendernos y debiera desenmascarar el verdadero rol que estos sectores desempeñan, en los espacios políticos que ocupan, ya sea las Gobernaciones y Alcaldías, cuando ocupen sus escaños en la Asamblea Nacional, y, en el supuesto negado, si llegasen a ocupar la Presidencia de la República. Esta reacción de apoyo incondicional a las empresas inmobiliarias, rechazo de las medidas gubernamentales y desprecio por los compradores de los inmuebles (a los que llaman quejosos, llorones, etc. etc.) debiera dejar bien claro, lo que para uno siempre ha estado claro, y es que estos sectores están subordinados a los grandes intereses económicos, nacionales y transnacionales, y su único proyecto político sería beneficiar a los poderosos, porque según esta postura, es la medida necesaria para lograr el desarrollo económico del país.
Por ello de ser gobierno, no debiera extrañar que se apliquen medidas que desmonten totalmente el estado social o benefactor, para minimizarlo, y convirtiéndolo en un mero guardián de los grandes intereses económicos. Ante las crisis bancarias no se auxiliaría a los ahorristas, sino a los banqueros; ante la crisis inmobiliaria se auxiliaría a estas empresas que han estafado a los ciudadanos; los derechos sociales de los trabajadores se verían afectados, como ya ocurrió en el pasado cuando se eliminó la retroactividad de las prestaciones sociales, o como ha ocurrido en otros países donde se aplican medidas que provocan reacciones de protesta como en el caso de Francia, cuando se estableció el aumento de la edad para las jubilaciones. Y pare de contar. El Estado sólo actuaría para contener la furia popular generada por tales medidas. Como ya lo vivimos en Venezuela el 27 y 28 de Febrero de 1989.
Al que tenga ojos para ver que vea, oídos para oir que oiga. A los sectores de la clase media y de la clase trabajadora que piensen que las medidas sociales de inclusión adoptadas por el Gobierno de Chávez, quedarían como derechos adquiridos en un Gobierno presidido por la derecha, pueden dejar de creer en cuentos de camino. Ante una línea neoliberal, no quedaría piedra sobre piedra de todo el edificio del Estado Social, con lo cual se estaría vulnerando los principios de nuestra Constitución que consagra un Estado Social de Derecho y de Justicia. Y es que los partidos de oposición, abandonaron hace tiempo cualquier bandera social, las enterraron en un hueco profundo, y asumieron sin la menor vergüenza las recetas del Fondo Monetario Internacional y de los organismos económicos que defienden los grandes intereses.
La política de las tres des es la esencia del modelo neoliberal, a saber: DESPROTECCIÓN de la economía vía la apertura comercial y financiera a la competencia internacional. DESESTATIZACIÓN de la economía vía la privatización de las empresas públicas. DESREGULACIÓN de la economía vía la liberalización de los mercados internos. Estos serían los pilares fundamentales de sus políticas, sin preocuparse por los efectos sociales negativos y por la pérdida de gobernabilidad ante el creciente descontento del pueblo, incluida allí la propia clase media que se vería seriamente afectada y “expropiada” por los grandes tentáculos del poder económico, sin un Estado capaz de protegerla.
Ese es el panorama que no nos gustaría tener que contemplar en el futuro venezolano. Por ello tanto la clase media como la trabajadora, confundida y descontenta por ineficiencias burocráticas, debieran abrir los ojos y darse cuenta de todo lo que está en juego. Y a los líderes del proceso deben cuidar mucho su proximidad con la sociedad, sancionando a los corruptos e ineficientes y mostrando que este proceso es el que garantiza el bienestar sin exclusiones de los venezolanos. Demostrar con hechos que este proceso de transición hacia al socialismo debe satisfacer con creces las necesidades de la gente sin distingos ideológicos ni sociales, y, por ende, debe ser gratificante en el más amplio sentido de la palabra.
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