La lucha contra la corrupción es de todas los horas del día. No debe haber tregua en ese esfuerzo por combatirla. Es, sin duda, una misión difícil y de la misma ningún revolucionario debe marginarse. Todos tenemos la obligación ineludible de incorporarnos a esa batalla para destruirla donde quiera que intente anidarse con el objetivo de hacer de las suyas y sembrar de dudas toda una política que lo único que persigue no es provocar cambios cosméticos para nuestro país, sino radicales transformaciones que no sólo nos hagan libres de ataduras foráneas, sino absolutamente soberanos en las decisiones que debemos tomar para garantizarnos un sistema social y económico capaz de brindarle al pueblo la mayor suma de felicidad posible: el Socialismo.
El presidente Chávez ha sido un adalid en la vocería de muy alto tono para enfrentarla y castigarla con todo rigor y eso hay que decirlo de manera reiterada, para que no haya equivocaciones. El Jefe del estado no admite complicidades de ningún tipo que pretendan esconder conductas aberrantes en el manejo de los dineros públicos. En esa dirección hay que marchar le ha dicho a todo su equipo de gobierno de manera persistente, firme, sin vacilaciones y sin importar dónde y quienes sean los que pudieran estar por detrás, aupándola y protegiéndola. Ciertamente, Chávez no ha perdido ocasión para exigir, además, la mayor atención y el mayor rigor a todos los ciudadanos de este país para que se mantengan vigilantes y muy atentos para impedir que aquellos burócratas y/o particulares amparados en algún nivel del gobierno, que decidieron transitar por los caminos de esas condenables desviaciones, opten por el matraqueo y la "mordida".
Han sido reiterados sus llamamientos al país en general para que se articule una voluntad de lucha y vigilancia constante e incansable que permita a garantizar que en todas las áreas de los estamentos del Estado donde se manejan y custodian bienes y fondos públicos, se actúe con la más abierta y absoluta transparencia.
Ese discurso anticorrupción reiterado es sumamente importante y necesario, pero hemos dicho, infinidad de veces, que no es suficiente. Se impone complementarlo con el ejercicio activo de la fiscalización rigurosa, de las inspecciones sorpresivas y, fundamentalmente, que ese ejercicio se apuntale en una voluntad política férrea, la cual debe hacer obligante que se busque el acompañamiento de la organizaciones populares en cada rincón del país, las que, estamos seguros, es mucho lo que saben y conocen acerca de esas prácticas burocráticas inmorales. Con esa firme voluntad de perseguir a los corruptos y asidos de la mano del pueblo, a quien la revolución le ha dado importantes instrumentos legales para actuar, como la Ley Anticorrupción (2003), la misma Ley de la Contraloría General (en su reforma del 05/01/11) y la Ley del Poder Público Municipal (2005), entre otros, será posible avanzar hacia la conquista de una moral colectiva indoblegable.
Ya bastan las desincorporaciones de funcionarios por tan abominable delito acompañadas con el "hasta luego y que te vaya bien”. Se imponen los juicios y la imposición de severas sanciones de cárcel para quienes sean sus directos o interpuestos responsables del saqueo de los dineros y bienes públicos. Es impostergable acabar con la impunidad...
No podemos, tampoco, permitir que la corrupción nos avasalle, es necesario extirparla y hacerla desaparecer. Es una obligación enfrentarla y si intenta valerse del engaño de la mano de compadrazgos y de otros vínculos de poder, por más poderosos que éstos pudieran ser, ese enfrentamiento debemos llevarlo hasta las últimas consecuencias, con la firme decisión de pararla en seco. Sólo así y únicamente actuando con el rigor moral que siempre debe prevalecer en toda acción o acto revolucionario, es como podremos salir airosos de ese objetivo.
La lucha anticorrupción es una prioridad fundamental de la revolución. No lo olvidemos...
oliverr@cantv.net