Es probable que los corruptos de viejo y nuevo acuño tengan como elemento similar neurológico una especie de eidética, originada por sus ansias de posesión de cosas que los lleva a ejercer tales acciones con el máximo de disfrute como si vivieran en una sodomía plena cuando alcanzan lo que se propusieron, bien al matraquear al ciudadano común, o en su defecto, al extraer con la mayor suma de impunidad del Tesoro Público lo que piensan debe ser de ellos.
Hay muchos casos de corrupción, sólo que cuando nos referimos a la eidética encontramos en los susodichos, una especie de memoria, que supongo no les abandona desde el primer hecho delictivo, razón por la cual, pareciera que los corruptos sin saberlo, escriben a la inversa una especie de Tratado del “Saber Vivir” para las Nueva Generaciones, o más bien practican (por supuesto, sin leerlo) al pie de la letra algunas de las profundas críticas que el mismo autor del tratado mencionado, Raoul Vaneigem, describe con sutileza de palabra, pero con implacable semántica en su Elogio de la Pereza Refinada.
La eidética del corrupto difícilmente pueda ser reflexiva de manera peripatética. En contrario, ellos la practican cómodamente sentados desde espacios rodeados de lujo con exquisiteces gastronómicas y bebidas alcohólicas importadas, de las cuales, aprendieron muy bien del verbo popular a llamarlas “mayor de edad”. Por eso, a pesar de ser una antigua especie de seres sin sentidos del pensar colectivo, su egocentrismo y dominio en sus individualidades jamás les permiten olvidar cada una de sus fechorías, “negocios” y trampas; las cuales si pueden ir acompañadas de las fotos de rigor por sus viajes en Europa, la religiosidad de Egipto, las excentricidades de las culturas orientales o el pragmatismo gringo, mejor; en virtud de que con tales imágenes recrearán para sus descendientes, “el trabajo y sacrificio que hicieron por la patria”.
Los corruptos asumen en su desprecio por el resto de los integrantes de la sociedad que uno por uno, somos un naif. En consecuencia, al tener esa convicción por un pueblo, saben que son “intocables”. En caso de verse inmiscuidos en una acción legal por robarse lo ajeno; saben que aplicarán la misma táctica dentro de un Ministerio Público y Poder Judicial también corrompidos por esa misma eidética; con la salvedad, que ésta no es practicada por seres con excepcionales coeficientes intelectuales, sino por lo más bajo de una representación institucional en su condición ética y moral.
La corrupción extendida por todos los niveles de la sociedad, tanto en la administración pública como el llamado sector privado, ha creado una visión ramplona que ha llegado a exacerbarse con una cultura del matraqueo que puede verse en todos los órdenes sociales. Aquí más que repensar la nación aquella propuesta de Dagognet (1928), o encontrar en Bordieu las interrogantes a los problemas de la contemporaneidad no será posible hasta que como país, se asuma un combate intenso contra la corrupción no en simples términos de inicios de juicios, sino de cárcel implacable y embargo a los bienes mal habidos, así como inhabilitación de por vida a los responsables de la barbarie moral de los pueblos.
Por lo pronto, la eidética de los corruptos de la “Quinta República”, (los juicios a los políticos de la cuarta quedaron en simbologías) pica y se extiende; esperemos que los primeros pasos en su combate, no sean simples recuerdos, sino imágenes y hechos que nunca olvidemos.