La mayoría hemos oído, hasta con cierta deleitación en algunos casos, las narraciones de las travesuras típicas de jóvenes de esa Venezuela de la provincia que quedó atrás, cargadas siempre éstas de vivencias y añoranzas por un pasado que se fue para no volver. Así, entre estas narraciones orales, una de las más comunes es las del hurto de aves de corral. Acción que se realizaba en medio de borracheras y siempre a media noche, como manera de complementar las parrandas, entrando al solar de las vecinas, en algunos casos con quienes hasta guardaban parentela, para apropiarse de una gallina o a veces más, dependiendo la cantidad de convidados, para terminar haciendo el típico sancocho de nuestras latitudes, comúnmente cerca del río.
Así, al amanecer y notar la ausencia de la ponedora, la dueña se ocupaba de indagar quienes habían parrandeado el día anterior, en cuestión de pocas horas, previa denuncia en la prefectura los responsables iban a dar con sus huesos a la cárcel del pueblo, lo que no los eximía del pago del animal hurtado, casi siempre bastante por encima del valor en que se tasaba “por sinvergüenzas y pá que aprendan a respetar lo ajeno”, como solían afirmas las agraviadas del caso. De esta forma los robagallinas además de ser encarcelados debían reponer el costo, sobredimensionado, del bien sustraído.
Hubo individuos que se hicieron famosos en sus pueblos por las habilidades que desarrollaron en estas artes, pero en casi ningún caso los hechos quedaban impunes. Los robagallinas una vez superado el trance terminaban celebrando con risas y bromas el hecho, sabiendo muy para sus adentros que la motivación fundamental de este no era causar daño a terceros, sino pasarla bien y que había sido “cosas del aguardiente”. Si algo logró imponer siempre esa sociedad rural y bastante primitiva fue el sentido de justica para con los robagallinas al momento de cobrarles su mala acción.
Nos enteramos en estos días de varios casos de personas detenidas por irregularidades con los dólares otorgados por CADIVI (http://www.correodelorinoco.
“Cárcel a esos sinvergüenzas y que paguen lo robado” dirían las dueñas de las granjas de las historias provincianas que rememoramos aquí.