La pregunta puede sonar dura. Muy delicada. Hasta irrespetuosa pero muy pertinaz luego de observar lo sucedido en ese abasto al que fui a adquirir productos de poca demanda por lo que estaba mentalizado a salir pronto de sus instalaciones, como ocurrió.
Ya en caja, escuché un bululú que me obligó a voltear hacia uno de los pasillos. Un enjambre de brazos, cual locas aspas de ventiladores, pasaban unos sobre otros tratando de aterrizar en unos bultos que recién abiertos dejaban ver lo que había en su interior: mantequilla de una afamada marca comercial cuyos propietarios no han dejado de complotar a diario y segundo tras segundo contra la Revolución bolivariana.
Fueron como 90 segundos de voces altas, voces medias, semigritos, risas nerviosas, risas de ira, empujones, el “no me empujes nojoda, anda a empujar a tu mamá” y el ya infaltable y consabido “a lo que hemos llegado”.
Repito: 90 segundos. Sólo 90 segundos. Minuto y medio que como dicen los panas que asaltan camionetas, no empobrecen a nadie pero sí enriquecen el clima de tensión y molestia tanto de quienes participan en la compra como entre quienes observan el espectáculo.
Al segundo 91, ya todo estaba en calma. Sobraban los bultos repletos del amarillo producto que pausadamente era tomado por nuevos clientes.
Visto aquello, no puedo menos que preguntarme: ¿quién gerencia esa sede del Bicentenario? ¿por qué no ordena que ese y otros artículos sean distribuidos en los anaqueles en horas de la noche para que amanezcan al fácil alcance de quien los busque? ¿a los empleados no les pagan horas extras? de ser así ¿no son capaces de laborar voluntariamente un rato de su tiempo por el beneficio de la Patria? ¿no es mejor invertir un par de horas que generarán paz posterior y evitarán 90 segundos de martirio y malsanos comentarios?
Parece conspiración, ¿o no?
