De alguna manera el pueblo supo que el viernes se llenaron de pollo las neveras de Pdval en El Silencio, diagonal al liceo Fermín Toro. El amanecer del sábado se caracterizó por una nutrida cola que no pudo acceder al local a las 8 am como estipula el horario legal, sino casi una hora después. Fueron largos minutos de un gratuito pero desagradable bronceado, soportado por jóvenes que aprovecharon para agarrar color, que torturaron a abuelos que deben tener prioridad en todo y para todo.
Iniciadas las ventas del día, empleados y empleadas dijeron con voz firme, clara y tajante: “Pollo no hay”, enardeciendo a la multitud que como ya señalamos, estaba dateada.
“Pollo sí hay”, dijeron después de ver los rostros enfurecidos de humildes compatriotas –tan humildes como ellos- que no iban a pedir regalías sino a exigir el humano a derecho a adquirir el animal beneficiado. “Pero la gerenta no ha llegado”, señalaron luego “y sin ella no podemos hacer nada”, agregaron siempre con aire de autoridad dictatorial, gesto muy típico en muchos de estos centros de abastecimiento popular. Pues, como era de esperarse, semejante actitud encendió la chispa.
La magnitud del detonante de la ciudadanía fue de tal naturaleza, que la milicia del puesto cercano debió intervenir “imparcialmente pero a favor del pueblo” como dijo uno de los funcionarios del cuerpo que frustradamente solicitaba el número de la gerenta a unos trabajadores que se negaron a facilitarlo.
Cerca de las 10 llegó la esperaba dama, aduciendo para su retraso, problemas familiares. Su arribo ratificó que “pollo sí hay”, dejando en el mundo de los rumores y las acusaciones mutuas las razones que impidieron la venta desde temprano. “Levantaremos un acta” dijo la milicia. “Ya hemos escuchado muchas cosas de este Pdval”, se escuchó decir a alguien de uniforme verde.
Todo fue como está acá narrado. Ojalá pase algo por el bien de todas y todos.
