Durante toda la 4ta. República, la Administración Pública se caracterizó por un nítido deslinde entre lo tecnoadministrativo y lo político, es decir, en esas largas décadas del Puntofijismo más valía una carnecito de Ad o de Copei que un título universitario académicamente bien ganado. A semejante desaguisado social se le conoció como un divorcio entre la Administración, como tal, y la Política.
De ese disparate político emergió la marcada y todavía no superada ineficiencia burocrática, surgieron las mil formas de corruptelas y de la impunidad burocrática, al punto de que desparecieron de hecho las direcciones y jefaturas de personal en los diferentes ministerios. Sin jefaturas ni supervisiones técnicas no puede garantizarse buen servicio.
La suplencia de esas gerencias corrieron a cargo de los secretarios del partido en los municipios, en los estados y a nivel nacional. Para la obtención de un “cambur” bastaba y era condición sine qua non que uno de esos secretarios-semianalfabetos, inclusive, como técnicos o como profesionales-emitiera su correspondiente visto bueno y por escrito con mala letra. Las prefecturas, por ejemplo, se llenaron de trabajadores y trabajadoras que sin pasar por ninguna academia, ni tener estudios comerciales, eran colocadas en ellas diz que para aprender sobre la marcha.
En la presente Admón. Publica seguimos padeciendo los efectos negativos de ese impopular divorcio. Los usuarios que visitan cualesquiera oficinas públicas se consiguen con burócratas que generalmente nadie los conoce, salvo sus amigos íntimos, sus compañeritos de trabajo, algunos vecinos y en su casa. Parecieran extranjeros venidos recientemente al país.
Cuando usted llega esas oficinas públicas sólo halla repugnancia y una mala educación de la buena, con contadísimas excepciones. Hasta los porteros se dan una pelotera del cjo. Los directores, jueces, Alcaldes, jefes intermedios, notarios y la inmensa mayoría de los policías que hemos conocido, formados durante esa república puntofijista, andan con su cuello bien estirado. Hablamos de aquellos burócratas que salen por puertas traseras para evitar cualquier abordaje inesperado que haya permitido el portero o la secretaria amiga del usuario.
Es que la cultura del individualismo burgués va más allá de la relación burgoproletaria, según la cual son casi inexistentes los dueños de fábricas y grandes comercios que se hayan dejado ver por los trabajadores. Cada quien anda por su lado, y así se comportan los “empleados” respecto de los obreros de la Administración Pública Nacional.
Ahora, con las nuevas relaciones sociales comuneras, esperamos que los cuadros burocráticos no sólo procedan de dichas comunas, sino que esos nuevos funcionarios públicos se comporten como buenos vecinos y conozcan a cada uno de sus potenciales usuarios; que a estos ellos los llamen pro su nombre de pila sin mayores protocoles feudaloides.
Pensamos que sólo así se irá logrando la fusión necesaria entre lo administrativo y lo político y que las prestación y recepción de servicios oportunos y de primera calidad empiece a caracterizar la nueva Administración Pública Socialista. Los funcionarios públicos irán perdiendo esa mala maña de su encopetamiento burgués, y la de convertir sus cargos en fuentes de variadas matracas. Los nuevos burócratas ya no serán extrañas personas infatuadas y despegadas del pueblo de donde procedan.