El ejercicio del comercio lleva sus buenos milenios de existencia. Hasta siglos atrás jugó un papel de expansión económica comercial favorable a los productores de lejanos territorios, y a los especuladores de entonces; las grandes fortunas dinerarias necesarias para las fábricas capitalistas fueron amasadas con el tráfico comercial de todos los bienes con inclusión de mujeres, niños y esclavos en general.
Si bien es cierto que toda ganancia comercial proviene de la plusvalía, lo hace en última instancia porque ella sólo se trasforma en ganancia a través de la mera comercialización. El capital dinero deriva del comercio aunque las mercancías traficadas alberguen plusvalía cuya fuente sea la explotación del trabajo ajeno.
O sea, de ese comercio expoliador provino el llamado capital mercantil dinerario. La Historia del comercio, pues, es en sí misma una negra historia de saqueos, abusos, y explotación de trabajadores urbanos y rurales y de los consumidores en general.
Los fabricantes capitalistas, por ejemplo, ejercen comercio para sí de cara a fabricar mercancías con mano de obra asalariada, mientras el comerciante intermediario sólo trafica con medios de producción y mercancías de consumo final provenientes de los capitalistas fabricantes.
Desde el siglo XVI a esta parte, el comercio sólo ha contribuido a la opresión y el saqueo de los países y regiones recién invadidas por los gobernantes de esa rancia Europa Occidental que no termina de evolucionar y sigue aferrada al capitalismo ya decadente.
Es falso de toda falsedad que los comerciantes puedan ayudar la economía de un país; se limitan a rotar los inventarios de los fabricantes con lo cual estos rotan sus correspondientes asalariados durante los procesos de producción y reproducción.
Es falso también que los intermediarios deban seguir operando como lo han hecho hasta ahora. Su surgimiento sólo ha facilitado la división del capital fabril en capital de producción y c. de distribución. Con ello han dividido los montos de la ganancia absoluta, extraída a los asalariados, entre varios capitalistas, entre fabricantes e intermediarios.
Nada impediría que el Estado obligue a los fabricantes a tener sus propios centros de distribución, con sus necesarios operadores, con lo cual mal podría acapararse a sí mismo sus mercancías producidas por ellos, so pena de trancar su propia empresa fabril. Los artesanos en general comercian su propia producción; sólo basta imaginarnos o considerar a un fabricante, del tamaño que sea, como un agigantado artesano. Recordemos los casos del obrero mercerizado: Es que algo semejante se da con los trabajadores de los distribuidores intermediarios respecto de los fabricantes de las mercancías traficadas.
27/10/2014