¿Somos un país rico? ¿cuál es nuestra econiomía nacional?

Constantemente leemos y oímos sobre el tema de la economía nacional:” Crisis de la economía nacional “,”Reactivación de nuestro aparato productivo”, etc. ¿Existe realmente una economía nacional? ¿Qué de nacional tiene nuestra economía? Un país cuyos ingresos internos dependen en un 80% de las exportaciones petroleras, cuyo mercado internacional muy poco está determinado o influenciado por nuestra política interna, sino por las grandes corrientes de las demandas de los grandes países consumidores y por la oferta de los enormes productores del Golfo Arábigo- Pérsico (OPEP) y los no OPEP. Un país que importa el 70% de sus alimentos, el 85% de sus necesidades manufactureras. Un país cuyas fronteras económicas están siendo ocupadas en el lado occidental por contrabandistas nacionales y colombianos, cuyos capitales de origen son dudosos, además de mafias organizadas que amenazan la principal fuente de producción ganadera( leche –carne) del país y de otros rubros agrícolas de importancia; en el lado oriental y sur, somos azotados por los garimpeiros brasileños que no solo se apropian indebidamente de nuestra principal riqueza minera sino que también dañan el ambiente amenazando además de la economía la propia existencia de los recursos naturales y de la vida misma, y ahora se suma en la zona de reclamación con Guyana la explotación de petróleo.

Esta situación de desarraigo de lo nacional en nuestra economía no es algo nuevo ni se debe en exclusiva a este gobierno, es un proceso histórico heredado de la época colonial continuado en el siglo XIX de dependencia con los capitales ingleses y alemanes y desde el siglo pasado con la economía norteamericana, fundamentalmente con nuestra inserción como país proveedor de la principal fuente energética y materia prima del mundo.

No se trata tampoco de levantar movimientos xenofobitos, chauvinista, de proclamar economías cerradas al resto del mundo, esto más que muestra de ingenuidad y/o ignorancia sería una estupidez. Cuestionamos una economía que no tiene definición nacional. “Nuestra economías”, por su alta dependencia, es imposible planificarla nacionalmente, colocando en dificultad la existencia como nación, y sin soberanía economía la soberanía política es un delgado asidero de ideales y leyes, victimas fácil de la intolerancias de las grandes potencias.

Necesitamos una economía que sin cerrar sus puestos al mundo se inserta en éste con un proyecto autónomo de desarrollo, rompiendo con la simple transferencia o copia de modelos importados.

¿Conoce UD. algún país cuyo desarrollo se haya sustentado solamente en la explotación minera? La fiebre minera ha hecho posible riquezas momentáneas que se han desvanecido a pasar del tiempo: el siglo de oro español, el Potosí, la fiebre minera en los estados sureños de los EEUU, son algunas muestras de esta riqueza pasajeras. Venezuela ha visto pasar todo el siglo XX y lo que va del XXI con el sueño, o mejor dicho mito de “sembrar el petróleo”. Fundamentalmente en la “explosivas” década de los setentas, fueron implementados muchísimos planes con el fin de lograr un país no dependiente del petróleo, con una economía sana, los resultados saltan a la vista, se produjo el efecto contrario. Cuando era evidente el agotamiento del modelo rentista y populista y se diseñaban estrategias de sustitución, la incapacidad pública y privada llevó a centrarnos nuevamente en el tema petrolero.

Mucho hemos dicho y escrito sobre los vicios de la dependencia petrolera y minera, pero más importante que esto es preguntarnos en qué sentido esta “nueva carrera” minera nos estará alejando del rentismo y el populismo. Como un discurso rallado hemos oído de los beneficios económicos (empleo, ingresos, tecnología, etc.) que producirán tales procesos, de las modalidades técnicas y metodológicas de la cacareada ”apertura” o en los nuevos convenios en la faja petrolífera, pero poco o nada oímos sobre si se está desarrollando una economía sólida equitativa e independiente o si por el contrario no estamos hundiendo en más de lo mismo.

Sé que más de uno repudiará estas opiniones por considerarlas “cargadas de pesimismo”, pero permítanme recordarles que manteniendo la distancia, con “el festín petrolero” de los años setenta, cuando mucho de los más fervientes defensores de la apertura, pronosticaban un futuro esperanzador, pocos, como Pérez Alfonzo, no se cansaron de prevenir sobre las falsas ilusiones y el negro porvenir. La razón sin duda la tuvieron estos últimos. No se trata de ser profeta del desastre y nacionalistas irracionales, sino de llevar la reflexión sobre un tema vital para la sociedad venezolana. ¿Cuál es el nuevo modelo de sociedad que esta por construirse en el país? No es un problema que se resuelva con simple diligencia, con buenos gerentes, el país ha tenido y tiene excelentes administradores, el problema es más complejo.

No permitamos que el facilismo y el excesivo optimismo, que a nuestro modo de ver, está haciendo claramente impulsados por quienes se benefician de la expansión, nos lleven por otra carrera hacia “el mito de el dorado”.

“Somos un país rico, sólo nos faltan dirigentes”, es una de esas tantas frases mil veces repetidas que posiblemente no tengan ningún asidero. Todos sabemos que Venezuela cuenta con significativos yacimientos de petróleo, hierro, aluminio, carbón etc. ¿Son ellos suficientes para hablar de un país rico? En economía ya hace mucho tiempo que se llegó a la conclusión de que la riqueza la origina es el trabajo y hoy se añade el conocimiento. Precisamente la obra del que es considerado el padre de las ciencias económicas, Adam Smith, se titula Naturaleza de los orígenes de la Riqueza. En siglo XVIII fue derrumbada definitivamente la tesis de los fisiócratas quienes explicaban la formación de la riqueza por la posesión de minerales y piedras preciosas. La terrible experiencia de países como Portugal y España quienes explotaron durante más de tres siglos las más grandes minas del mundo y al final no lograron despegar económicamente y por el contrario contribuyeron a la acumulación de riquezas en países como Francia, Alemania y fundamentalmente Inglaterra.

Es en la década de los cincuenta del siglo XX, cuando en el seno de los países desarrollados, el concepto de riqueza es sustituido por el de desarrollo, surgiendo así la teoría del desarrollo de las naciones, según la cual el progreso de las naciones es explicado en razón de los avances del trabajo, la tecnología y el conocimiento. En respuesta a esta teoría surge, en estos mismos años en los países sub desarrollados, la teoría del subdesarrollo o dependencia que explica la relación del desarrollo y subdesarrollo como las dos caras de la misma moneda, una realidad indivisible, existe uno porque existe el otro .Hoy en día parte sustancial de estas dos teorías contrapuestas, han sido puesto en duda, tanto en el plano de la realidad como en términos estrictamente teóricas. Para muchos de los estudiosos de la realidad mundial el presente y más aún el futuro de las naciones estará determinado por el grado de desarrollo del conocimiento. En muchas sociedades modernas (o posmodernas) ya el progreso no se mide por el número de trabajadores, ni siquiera por la productividad de los mismos, ni por la posesión de las tecnologías de punta, sino por la capacidad de generar y construir conocimientos.

Este es un tema sumamente complejo para pretenderlo abordar en este artículo, simplemente lo señalamos para introducirse en el problema del desarrollo en América Latina y más concretamente en Venezuela. Nadie puede ocultar que nuestro estado actual mucho tiene que ver con más de tres siglos de dominación colonial y un siglo (XIX) lleno de guerras y enfrentamientos políticos, sociales y de una profunda dependencia económica, con respecto a Europa y desde el siglo XX de los EEUU. Pero no todas las causas son exógenas, hay también una profunda responsabilidad interna, no solo de una clase económica y política atada a esta dependencia económica, sino en general de una cultura de la dependencia, una cultura de la miseria.

Junto a los imperios coloniales españoles, portugueses, Venezuela es también ejemplo que posesión de minerales no es sinónimo de riqueza, no es garantía de desarrollo. Por el contrario a nuestro modo de ver se han convertido en la antítesis del desarrollo. Muchas veces hemos escrito que no creemos en la siembra del petróleo, que este es un mito más del desarrollismo, tal como agudamente lo planteara Pérez Alfonzo. No es que el petróleo sea una “maldición”, no, lo que es cierto es que ningún país minero ha llegado a ser un país desarrollado, de que es imposible tener una actividad petrolera de las dimensiones que ha tomado en Venezuela, que con el Plan Siembra Petrolera y El Plan de la Patria pretende ser aún mayor, y al mismo tiempo construir una economía sana, fuerte y productiva. La abundancia petrolera desborda la capacidad económica, el exceso en economía no es bueno, es irracional, desborda al resto de la economía, la paraliza y la hace dependiente de esta actividad.

Esta es la historia económica de este país en este siglo XX, más aún de los años setenta, cuando nos creíamos más cercanos al desarrollo y en realidad representó el comienzo del desastre. Por tanto el discurso de que solo nos falta un buen gerente, es otro más de los mitos del desarrollo. Es el discurso de una dirigencia política que vive gracias a este discurso y que se postuló a sí misma como la única capaz de resolver todo. El problema del desarrollo de Venezuela es igual que el resto de los países pobres del sur, mucho tiene que ver con los mecanismos de la dependencia económica mundial, que no han desaparecido y por el contrario en este proceso de globalización se profundizan pero con mecanismos menos directos, mucho más sutiles. Pero también el problema de nuestro desarrollo tiene que ver con seguir copiando modelos, con pretender que basta con los crecimientos en las variables macroeconómicas (empleo, PTB, ingresos internacionales, etc.) para salir de la pobreza.

Repetimos que esto sólo se logrará con el surgimiento de un proyecto autónomo, que se abre a la economía internacional con sus propias reglas, donde el desarrollo educativo-tecnológico y la generación de pequeñas y medianas empresas sean la prioridad nacional. Un país donde la explotación de petróleo crudo no desaparece sino que disminuye su peso paulatinamente en la economía para desarrollar una verdadera industria aguas abajo (petroquímica) y permita por fin el surgimiento de un aparato productivo no dependiente de la cobija de la renta petrolera. El reto de la dirigencia es cambiar el modelo rentístico extrativista.



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Pedro Rodríguez Rojas


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