Tengo la impresión de que mucha gente critica el pertinaz rentismo petrolero que padecemos sin tomarse la molestia de comprenderlo cabalmente.
Primero, no se pregunta de dónde viene esa riqueza que disfrutamos si no la creamos nosotros (como en efecto no lo hacemos). Pongamos una cifra nada más como referencia: digamos que cuesta 20 dólares producir un barril de petróleo (incluyendo reinversión y ganancia capitalista), pero, cuando hay auge, se ha vendido a 120 y más. La renta es esa diferencia entre el costo total y el precio de venta. Que en el caso del petróleo puede llegar a ser grandísima. ¿De dónde sale esa diferencia?
Víctimas de las teorías sobre la escasez y los precios de los economistas, muchos creen que es la escasez geográfica-mundial lo que le genera esa renta a nuestro país. Nuestra riqueza sería un regalo de la Naturaleza, o de la falta de equidad de la Naturaleza al repartir el petróleo tan desigualmente en la Tierra. Así se convierte la renta petrolera en algo natural, como el aire. Y con esa visión, lo que nos queda es disfrutarla sin remordimiento.
Pero la renta es pagada por los países consumidores. Y la riqueza con que pagan no es don natural, debe ser producida, así que de algún lugar la deben sacar los compradores. La respuesta es sencilla: la obtienen de la plusvalía que le extraen a sus trabajadores.
O sea, triste verdad, vivimos de la plusvalía extraída a los trabajadores de los países desarrollados.
Segundo, se deja de lado, al criticar el rentismo, algunas de sus consecuencias vitales. Por ejemplo, que esa renta mantiene, prácticamente en cualquier circunstancia, la demanda interna alta. Alta, decimos, en relación con nuestros bajos niveles de producción. Y esa alta demanda desfigura nuestra visión como sociedad.
Por eso tenemos muchos vendedores y pocos productores. La mayoría prefiere vender que producir. Es más fácil y más seguro.
Por eso usted puede ganar dinero ofreciendo clases de Artes adivinatorias orientales para emprendedores, o talleres sobre El Arte de la guerra de Sun Tzu en mercadotecnia, o cursos sobre Cómo alcanzar la felicidad en 12 cortas lecciones. Siempre conseguirá quien se los compre.
Por eso tenemos records mundiales en celulares por habitantes, y obtuvimos records en consumo de whisky per cápita.
Por eso tanta gente cree que tiene el derecho de recibir dólares subsidiados para viajar. Son “mis dólares”, aducen con excitada seguridad. Y también son “sus” dólares, subsidiados por supuesto, los de las compras por internet.
Por eso se plantea el socialismo sin pensar en vincularlo con el trabajo.
No es que el venezolano sea flojo, como afirman los que se levantan tan tarde que no pueden ver los congestionamientos del tráfico ni los transportes públicos atiborrados en las madrugadas de nuestras ciudades. El venezolano va a trabajar, otra cosa es que haya podido conseguir un trabajo realmente productivo.
Gran parte de la mediana y pequeña industria, con sus heroicas y honorables excepciones, funciona sin sentir los apremios de la productividad. La alta demanda producida por la renta le garantiza la venta de sus productos, incluso a precios excesivos. Así que la industria adolece de atrasos tecnológicos, exceso de pérdidas en la producción y mecanismos de producción ineficaces. Para colmo, paga bajos salarios. Las empresas sobreviven con reinversiones mínimas. El recurso más usado para mantenerse “competitivo” es el aumento del precio de venta, porque el mercado lo aceptará.
Es sorprendente que la burguesía venezolana no haya logrado convertir en desarrollo las ventajas de alta demanda, bajos impuestos, bajos salarios, bajos costos de los servicios públicos. Y la energía casi regalada. Los precios de los productos nacionales siempre están por encima del nivel internacional (aquí entra, hay que reconocerlo, el factor de la sobrevaluación casi permanente de la moneda nacional), por eso la globalización de los noventa dejó tantas bajas entre la burguesía tradicional.
La ineficacia no es una característica exclusiva del Estado. Se consigue por toneladas en la empresa privada. En los partidos políticos. En las organizaciones sociales. Y hasta en nuestras casas.
orlandojpz@yahoo.com