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Gracias a motorizados matapeatones y bachaqueros matavotos Caracas deviene lo que los colombianos llamarían una ciudad tenaz. Donde posa la mirada la víctima o sea el ciudadano encuentra vehículos con excesiva velocidad y burócratas con exceso de incompetencia. Entre tantos acosos no queda tiempo para mirar al cielo que cruza una garza, sí, una garza luminosa que con su fulgor avergüenza los edificios desvencijados y los rostros irrecuperables. Quién sería el ocioso que secuestró unas garzas llaneras del estero de Camaguán para confinarlas en el Parque del Este sin saber que volarían al pestilente Guaire para descontaminarlo visualmente con su gracia volátil. Hay que vislumbrar la garza que acecha en la sonrisa de una muchacha o en el buhonero que vende ají esparcido en el suelo. A lo mejor echaremos alas y volaremos sintiendo que todo es liviano como el aire, como la luz, como el vuelo mismo.
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Se fue la infancia cuando en diciembre el tío José nos llevaba a pasear por las calles de las piñatas cerca de la plaza El Venezolano. Allí estaban los trencitos de cuerda olorosos a metal y aceite y los fusiles con aroma de latón que disparaban mortíferos corchos. Allí estaban las hermosas piñatas, que sólo servían para ser destruidas a palos, como los bellos recuerdos. Se fue la inocencia pero las tiendas de las piñatas siguen en su sitio vendiendo papelillo, bambalinas, serpentinas, silbatos, todo lo que sólo sirve para disiparse, como los instantes, todas las cosas insensatas sin las cuales la vida no tiene sentido.
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Dictaduras y socialdemocracias aridecieron la ciudad con un baño de concreto armado hasta ahogar la idea misma del alivio. Motores y bocinas decretan la sentencia de muerte de la cordura. En algún balcón en una lata oxidada una pequeña planta y hasta quizá una flor desafían el agobio. Se ven tan desamparadas y sin embargo resisten todas las tiranías de la mugre. De repente, como quien mira garzas vegetales, vemos una bandada de plantitas que aletean como mariposas con la brisa en los balcones, en las cornisas, en las ventanas de cristales astillados. Todas aspiran a migrar al Ávila, a los orígenes, a posarse en las franjas áridas de los cortafuegos. La tierra amorosa de tiestos y macetas impide que despeguen, que finalmente abandonen la ciudad feroz sus últimos ángeles de la guarda.
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Hidrocapital, que es del Estado, me tiene tres semanas sin agua porque no reconoce el dinero que tengo depositado para pagar al usuario NIC 1150176 en una cuenta del Banco de Venezuela, que también es del Estado. Le pago en efectivo a Hidrocapital un año de servicio adelantado, y hoy viernes me cortan otra vez el servicio y me dejan una factura por el servicio que ya les pagué y que no han prestado. Hidrocapital, que desconoce al Estado, ahora también desconoce a Hidrocapital. Sería de descubrir al irresponsable antes de que deje a Miraflores sin votos, perdón, sin agua.