Hemos leído con mucho interés el artículo de Luis Fuenmayor Toro publicado en este medio, bajo ese muy sugestivo título.
Al margen de que pudiera ser fácil advertir a qué persona se refiere el profesor en lo que no es otra que una denuncia por graves hechos de corrupción con dineros y bienes públicos, soy de los que siempre ha sostenido el criterio de que este tipo de asuntos no está mal que se ventilen a través de los medios, lo cual creemos que es necesario hacerlo cuantas veces se presente la oportunidad y más aún si se tienen las pruebas o las muy fundadas sospechas en la mano, pues ya basta que los corruptos se salgan con las suyas y no les ocurra absolutamente nada, como es lo que históricamente ha sucedido en este país, pero es necesario y diríamos más bien que es una obligación ciudadana, si queremos construir una país serio y decente, que esas denuncias se formulen antes las instancias jurisdiccionales correspondientes.
En términos objetivos vemos este caso como sumamente grave y por ello nos hemos atrevido a opinar para decir que este tipo de asuntos no pueden ni deben quedar en el limbo. El profesor Fuenmayor Toro tiene el deber moral de impedir que ello ocurra y los organismos de control tanto del ministerio al que está adscrita esa "Oficina" que manejó dicha persona, como la propia Contraloría General de la República, deben hacerse eco de esas denuncias a la mayor brevedad y abrir las respectivas investigaciones.
Hay que ponerle freno a la corrupción sin mayor dilación y para ello no tenemos la menor duda de que este tipo de denuncias hay que recogerlas y procesarlas. Sólo una investigación rigurosa determinaría si hay allí fundamentos para una declaratoria de responsabilidad penal y administrativa.
Recordemos que no es fácil en este país encontrar a alguien dispuesto a asumir ese tipo de responsabilidades. Son bastantes los señalamientos de hechos de corrupción que se escuchan con frecuencia hoy en día, pero quienes los hacen nos replican que ellos no se meten en vainas al sugerirles que formulen las respectivas denuncias, lo cual nos lleva a pensar, en muchas ocasiones, que esos señalamientos no pasan de ser sino consejas o chismes con fines inconfesables.
Por cierto, buena oportunidad para hacernos esta pregunta: ¿Hasta cuando vamos a permitir que la corrupción continúe desatada?