Nos cuenta D. Francisco Herrera Luque:
“Si la capital de una nación, como es el caso de Brasilia, debiese estar situada en el cetro geográfico del país, calabozo, sin duda, por ello y por múltiples razones, sería nuestra ciudad capital”.
¿De dónde procede la palabra Calabozo? Bueno, don Juan Corrales, le dice a Boves, consolándolo de su condición de presidiario: No te preocupes, chico, que la mitad de la gente de esta villa tiene tú mismo origen, sea por méritos propios o de sus antepasados. ¿Por qué crees que le pusieron a este pueblo un nombre semejante? Si algún mérito tienen los españoles es el de llamar las cosas por su nombre.
Entonces, ¿debemos creer que ése será el origen del nombre de Calabozo? Una cosa es lo que dice don Juan Corrales y otra lo que pudiéramos pensar nosotros. Los personajes, “como bien lo señala el novelista norteamericano Irving Wallace, tienen vida propia, hablan por ellos mismos, se rebelan contra el autor y expresan juicios muchas veces opuestos a sus convicciones. Al comienzo de toda novela debería ponerse una advertencia, que dijese: ‘El autor no se hace responsable de las opiniones emitidas por sus personajes’.
A José Tomás Boves le cambiaron diez años de presidio en el castillo de Puerto Cabello por confinamiento proporcional en la hermosa ciudad llanera.
Ahora, sí es bueno recordar que fue práctica usual durante todo el régimen español, con el objeto de poblar el solitario continente, permutar el presidio por América, y en particular en los primeros tiempos. Portugal, según Gilberto Freire, les dio toda clase de facilidades a los delincuentes sexuales portugueses, entendiendo por tales a los violadores y polígamos, para que pasaran a Brasil, a objeto de que contribuyeran con su actividad genésica fuera de lo común al crecimiento demográfico de la incipiente colonia. Australia tuvo el mismo origen. Y la guarnición española que llegó a Puerto Cabello en vísperas de la Independencia estaba constituida por galeotes y por sargentos de mala conducta, como el padre de Antonio
Leocadio Guzmán, a quienes se elevaba a oficiales siempre y cuando quisieran venir a Venezuela.
¿Y por qué? No es difícil imaginárselo, ¿cómo sería nuestro país en esa fecha, para que tuviesen que recurrir a tal expediente? ¿Nadie quería venir? ¿Entonces, Calabozo era algo así como el calabozo del calabozo?
Lo que pasa es que los hombres en un comienzo tienen una acepción que se justifica. Luego las cosas cambian, pero el nombre continúa. Ahí tienen ustedes a “Matanzas en Cuba” y en otras partes de nuestra América: deriva su nombre de una matanza que organizó “Pánfilo de Narváez”; lo mismo que “Pizarro” le puso por nombre “Hambre a un puerto del Perú”, donde se le murieron famélicos centenares de hombres. Nuestra toponimia local está llena de nombres muy poco decidores, como el (Muerto, Desamparados, Miseria, Traposos, Quita Calzón”. ¿Saben ustedes, de dónde viene nuestra criollísima expresión la rubiera?
La rubiera, se formó la rubiera, la de Dios es Cristo, el desastre… Pues en el mismo Guárico, en la Rubiera, uno de los mejores fundos agrícolas del país. Ya habíamos oído el cuento hace mucho tiempo y lo encontramos bellamente recreado en la obra de Horacio Cabrera Sifontes: “La Rubiera”. A mitad del siglo XVIII…
Como les iba diciendo a mitad del siglo XVIII llegó al Guárico, procedente de Santander, (España) don Sebastián García Mier y Terán, un rubio fornido y bien parecido, dispuesto a labrarse una fortuna en aquella tierra de nadie rebosante de violencias y supersticiones, como lo cuentan Humboldt e innumerables viajeros. Eran épocas, que, como bien lo señala Gallegos, antes de fundar un hato se enterraban vivos, para que diese prosperidad al fundo, un caballo y una yegua, un toro y una vaca y… un negro y una negra. Ya enterramos los familiares, mi amo. Ahora va a ver usted, cómo la cosa se pone buena.
Don Sebastián: (español) No conocía la costumbre; pero a donde fueres haz lo que vieres.
La fortuna sonrió a don Sebastián, hasta el punto de rumorearse que tenía un pacto con el diablo. Su finca era la mejor del llano, como sigue siendo hasta nuestros días. Era un hombre recio y desconfiado que imponía su voluntad como ley. Una día (todos los que parten hacia lejanas tierras huyen de algo o de alguien) sintió nostalgia por lejanas tierras y por sus familiares, y decidió invitarles, junto con su sobrino que será el ascendiente de la muy distinguida familia de los Mier y Terán, a trasladarse a Venezuela, enviándoles dinero para el viaje. Quizá tuvo influencia en su decisión una hermosa mestiza, llamada doña Teresa, quien con dulzura logró amansar la dura naturaleza del Rubio aunque no su desconfianza ni sus celos. La tenía confinada en la Hacienda La Cruz, como se llamaba antes La Rubiera, y no permitía que hombre ni niño rondase a media milla de la casa.
¿Fue un desengaño amoroso lo que llevó a don Sebastián de Mier y Terán a buscar la paz en aquellas regiones agrestes y solitarias? Quizás.
El caso fue que una tarde, al llegar al paso del Río Guariquito, y como ya se hacía noche, sintió un extraño impulso por regresar a su casa.
Una espantosa sospecha lo carcomía: Teresa lo engañaba en ese momento. Sigiloso entró a la Habitación. No estaba errado en sus presentimientos, se dijo. A la luz de la luna vio a un hombre y a una mujer abrazados amorosamente. Sin pensarlo un momento, disparó sus pistolas sobre los cuerpos. ¡Muere maldita!
(Un alarido de mujer en la habitación contigua) Sebastián, mi amor, ¿qué has hecho, por Dios?
Don Sebastián: (Alarmadísimo) Teresa, ¿y estos quiénes son?
Teresa: (Sollozando enloquecida) Son tus padres, llegaron un poco después de irte.
La pobre Teresa, con objeto de agasajar a los padres de don Sebastián, les había cedido la alcoba nupcial, sin prever nunca que con su acto concitaba una tragedia tal, que de no advertirse su rigor histórico, se tendría fácilmente como truculenta.
Desde entonces el “término rubiera” —como escribe Cabrera Sifontes—, se tomó como equivalente de desastre.
Hay dos versiones, según nuestro notable historiador Lucas Guillermo Castillo Lara. Según supone el autor en su libro “Villa de todos los Santos de Calabozo” la palabra es un arcaísmo que sirve para designar a un instrumento de labranza, de forma curva. Al sur de Anzoátegui llamase nariz calaboceña a la que tiene ese aspecto. La otra explicación es que en el año de 1579 Garci González de Silva, el gran Gonzalito, persiguiendo a los indios caribes que venían de saquear Valencia, luego de alcanzarlos y derrotarlos en el sitio donde se levanta la bella ciudad llanera hizo un palenque o calabozo para encerrar a los cautivos.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!