El Peregrino: el Príncipe de la Libertad

Nos cuenta Don Francisco Herrera Luque:
Hacia 1561 la isla de La Margarita era un emporio de riqueza y bienestar. Aparte de la actividad comercial, la tierra era fecunda, y abundante la fauna. Escribía Juan de Castellanos, el soldado cronista:

Castellanos: Hay muchos higos, uvas y melones
                      dignísimos de ver mesas de reyes,
                      pitahayas, guanábanas, anones,
                      guayabas y guraes, y mameyes.
                      Hay chica, copuprises y mamones.
                      De aves, de conejos, de venados
                      bastantísima próveida,
                      dan abundantemente sus pescados
                      gustosa salubérrima comida.
                      Es la carne de todos sus ganados
                      en sustancia y sabor muy escogida,
                      demás desto la mar en su distancia
                      cría de claras perlas abundancia.

La Margarita era jauja. Su gente, tal como lo planificó don Marcelo Villalobos cuando le propuso al rey fundar una colonia con gente pacífica, era alegre y de buena disposición. Habían transcurrido treinta y siete años desde aquel día en que el viejo oidor, junto con su mujer Aldonza —la posadera— llegó con sus pobladores a la isla de Promisión, muriendo con los ojos puestos sobre la tierra prometida. Aldonza tuvo una hija póstuma de Villalobos. En su memoria fue bautizada Marcela. Aldonza gobernó La Margarita como regente hasta que su hija alcanzó la mayoría de edad en que tomó posesión del gobierno. Como si un extraño destino persiguiese a don Marcelo y a sus herederos, Marcela quedó viuda al poco tiempo de casar no sin antes procrear a una bellísima niña que en recuerdo de su abuela bautizaron Aldonza. Aquel dá de julio, Marcelas, la gobernadora, la que no conoció padre, ni hijo varón, la que tuvo por hombre un fugaz regocijo, estaba de fiesta al igual que todo el pueblo. Aldonza su hija, la que también creció sin hombres, casaba aquel día con Juan Sarmiento de Villadandro, un mozo guapetón y relamido a quien se le veía que más le interesaba la riqueza que se le venía encima, que los encantos de su novia.

Doña Marcela: Al fin tendremos un hombre en casa… Un hombre bizarro como Juan que cuide de nosotras, como no lo pudo hacer mi padre, ni mi difunto esposo. ¿Os dais cuenta, maese, del tremendo peso que significa para dos mujeres cargar con el peso de esta isla por casi cuarenta años?
Maese: No es por halagaros, doña Marcela; pero ni el más sensato de los hombres lo habría hecho mejor que vuestra difunta madre y vos.
Doña Marcela: Pero una se cansa de tanto lidiar: un día son los piratas, otro los oficiales de la Real Hacienda y por último los vecinos. Ya me estoy poniendo vieja, y ahora mismo le voy a poner punto final a esto; ya ha llegado la hora de descansar. Por fin tenemos un hombre en casa, maese. (Alzando la voz) ¡Eh, todos! ¡Que paren la música! Quiero participaros una decisión. He decido donarle como regalo de bodas a mi hija Aldonza y a su esposo don Juan Sarmiento de Villadandro la gobernación de la isla de La Margarita para que la disfruten desde este mismo instante.
Aldonza: Gracias, madre, por tan regio obsequio… Juan y yo trataremos de hacer méritos para continuar tu obra y la de mi abuela.

Maese: No es que desapruebe vuestra decisión, doña Marcela, pero creo que habéis hecho mal en declinar vuestras potestades en un mozo inexperto como Juan de Villadandro. Es ligero y vanidoso.
Un vecino: Doña Marcela, don Juan Sarmiento…
Juan Sarmiento: ¿Qué pasa, hombre, que tenéis esa cara?
Un vecino: Que las tres naos que vieron aquellos indios pasar a la salida del sol por Punta Ballenas han desembarcado en Paraguachí. Al parecer vienen exhaustos luego de una larga travesía.
Vecino: Allá están los navegantes. El flaco mal encarado que cojea… Ese que viene hacia nosotros es el jefe… No tengáis reparo en su aspecto patibulario: es todo un caballero. Bienvenido, amigo…Tengo el gusto de presentaros a don Juan Sarmiento de Villadandro, gobernador de la isla, quien no ha vacilado en abandonar su fiesta de bodas para agasajaros como vos lo merecéis…
Forastero: Permitidme que os ayude a desmontar, excelencia…
Juan Sarmiento: Gracias, amigo. Veo que traéis mucha gente… Ante la noticia de vuestras necesidades no he vacilado en abandonar la fiesta de mi boda para salir en vuestro auxilio. La música era de lo mejor.
Forastero: ¿Bailabais?
Juan Sarmiento: Ciertamente, y con gran entusiasmo.
Forastero: Malo es eso. En mi tierra dicen que matrimonio bailado es matrimonio llorado…
Juan Sarmiento: ¿Podéis decirme vuestro nombre? ¿De dónde venís? ¿Cuál es vuestro destino?
Forastero: (Tornándose áspero y agresivo) Venimos del Perú… Dimos muerte a nuestro gobernador don Pedro de Ursúa. Estamos en guerra contra Felipe, rey de España, y vos, como su representante, sois mi prisionero desde este mismo instante. (Alzando la voz) ¡Eh, marañones, saludad al gobernador con una salva! (Descarga de fusiles)
Juan Sarmiento: (Aterrorizado) ¡Por vida de Dios! ¿Quién Sois?
Forastero: Mi nombre es Lope de Aguirre, el Peregrino.

Y de esta manera llegó a Margarita el Príncipe de la Libertad, quien a su paso por la isla, dejó una larga estela de sangre. Juan Sarmiento de Villadandro, al igual que muchos vecinos, fue ahorcado por el terrible forastero. Doña Marcela y Aldonza volvieron a quedarse sin hombres… y desde entonces hasta nuestros días se considera de mal agüero bailar en los esponsales. Decía una romanza del siglo XVIII:

Coplero: Riberas del Marañón
                do gran mal se ha congelado,
                se levantó un vizcaíno
                muy peor que andaluzado.
                La muerte de muchos buenos
                el gran traidor ha causado
                usando de muchas mañas
                cautelas como malvado.
                Llegada a La Margarita
                do fue bien agasajado
                con su dañada intención
                a todos los ha engañado.
                Pasados algunos días,
                a gran mal determinado,
                mató a todos los justicias
                y a don Juan de Villadandro
                con muchos de los vecinos
                más principales y horados.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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