El libro del chileno Bernardo Subercaseaux, intitulado: Nación y Cultura en América Latina. Diversidad cultural y globalización, (LOM ediciones, 2002) constituye una mirada desde los estudios culturales a no menos de 16 temas que van desde la economía a la cultura, el tiempo colectivo; la globalización y las dinámicas culturales; así como el Estado-nación y la sociedad diversa. De igual manera, analiza los actores, agentes y sectores; así tanto la cuestión indígena como las culturas de ancestro. Sigue con la educación intercultural; las industrias culturales desde las cuales analiza la industria musical, la industria del cine y el audiovisual; también la industria editorial. Aborda al internet y se plantea una interrogante no menos significativa: ¿Industrias de la conciencia o industrias para expresar la diversidad? Y antes de su consideración final, entrompa las políticas públicas y las políticas culturales. Definitivamente en ese opúsculo de 76 páginas se analiza, así como emprende un riguroso y amplio recorrido sobre el tópico de la globalización y los desafíos y retos que ella plantea a la cultura en América Latina. La globalización es una etapa tardía del capitalismo, afirma. De tal manera que despliega contradicciones insuperables en relación a las utopías de la época. La democracia y su profundización resulta un tema vital y estratégico y la construcción de una nación de ciudadanos y ciudadanas étnicamente diversos en un realidad histórica-social globalizada. Una nueva ciudadanía no sólo es posible sino tremendamente necesaria. No dudamos en recomendar su acusada y resuelta lectura y estudio. Dicho lo anterior a manera de presentación, queremos abordar y encontrarnos con la cuestión indígena.
Afirma el autor: En las últimas décadas los conflictos étnicos y los pueblos indígenas han tenido una presencia y visibilidad inédita en América Latina, (Subercaseaux, 2002). Ilustra con ejemplos del movimiento del pueblo originario de Chiapas-México. Cita a la Confederación Indígenas del Ecuador (CONAIE). El caso de Bolivia lo ilustra con el ejercicio como Vicepresidente al líder indígena, Víctor Hugo Cárdenas, durante el gobierno de Paz Zamora, (1993-1997). También las rebeliones, de igual manera en Bolivia y Guatemala, así como los mapuches de Chile. Los logros de acceso a servicios públicos y participación en la sociedad civil de diversas comunidades quechuas, por ejemplo, en Honduras. La presencia y visibilidad de la cuestión indígena en la última década indica que el movimiento de América Latina se ha deslizado desde el papel de un actor marginal al de un agente cada vez más protagónico…En América Latina, como afirma un estudio reciente, los pueblos originarios se han convertido en un nuevo sujeto político. (Subercaseaux, 2002).
Hay quienes señalan que con la globalización se asiste a una real entropía de las culturas. Así como existen las dinámicas homogeneizadoras, también y, por otro lado, se suceden las diversidades, las diferencias regionales y locales, las diversidades culturales-étnicas. Ha aparecido lo que Octavio Paz llamó: la venganza de los particularismos. Esa realidad, quizás, apenas insinuada pero contundente expresa la dimensión cultural de los pueblos originarios, tan excluidos, tan marginados, tan subestimados. Una heredad indígena forma parte de nuestra cosmovisión. Negarla es darle paso al imperialismo cultural. Es brindarles cancha a procesos de enajenación de indubitable peligro, de acuciosa explotación espiritual y cultural, por donde se le mire, a las cuales hay que salirle al paso con formas culturales de resistencia, de atrevida transformación, de empeñada lucha popular, lucha de clases y ejercicio revolucionario gubernamental. Si se está en el poder, así sea, inicialmente, político, es vital emprender la revuelta. La reyerta contra todo tipo de injusticia. Luchar contra el imperialismo donde quiera que esté, eso cura con creces cualquier desgarradura, afirmara el Comandante, Ernesto Che Guevara. Al imperialismo, a las clases dominantes, en todas sus formas: ni un tantico así, nada. En la lucha antiimperialista, en la batalla por la opción preferencial por los pobres, en la guerrilla comunicacional resulta necesario, urgente, inaplazable la fuerza teórica revolucionaria y una praxis empeñada en liberar a nuestro pueblo de cualquier forma de opresión, venga de donde venga. Construir la sociedad del Amor, la sociedad socialista, tiene implicaciones inauditas, impensables, trastocadoras. Infinitamente soñadas, pero infinitamente viables. No es posible tener temor a estudiar y formarse como revolucionario. Somos poseedores de un alegato intelectual de incalculable valor revolucionario, bastase con citar a Simón Rodríguez, bastase con citar a Hugo Rafael Chávez Frías. Citar a Carlos Enrique Marx, Federico Engels, Samir Amir, Ludovico Silva, José Rafael Núñez Tenorio, Vladimir Acosta, Pascualina Cursio, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Andrés Bello, Cecilio Acosta sólo para citar a estos grandes campeones del pensamiento y la acción revolucionaria, de una u otra época. Avanzar por encima de todo, a todo riesgo, a todo vapor, con la infinita virtud de aprender, enseñar, transformar. Un revolucionario tiene un deber, una tarea histórica ineludible e impostergable: hacer la revolución. Errores habrán; desaciertos también. Equivocaciones, entuertos, pero la vía es una: construir la sociedad socialista, ni más ni menos. El imperio de la justicia debe ser una realidad tangible, palpable, inequívoca. Que el miedo se vaya al carajo. La sociedad socialista es perfectamente alcanzable. Que la crítica y la autocrítica sea el norte; que el sacrificio sea el ejemplo. La República Socialista es la opción preferencial de los pobres… Caminante no hay. Se hace camino al andar, bien lo escribió Antonio Machado y lo canta Johan Manuel Serrat, y al andar se ve la senda que no se ha de volver a pisar…