De cuando Denzil Romero quiso redimir a Pedro Carujo. Un asunto a replantear.
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Según me han informado, a mediados de febrero, se celebrará la Fitven 2024 en Barcelona. Un tiempo atrás, quizás unos dos años, se hizo otra, por la que, unos cuantos días antes, participé en una reunión en la cual se habló de proponer a los organizadores del evento el reconocimiento de escritores de la zona. Cuando me dieron la oportunidad de opinar al respecto, propuse a Denzil Romero, nacido en Aragua de Barcelona, lo que desecharon, no sé si por desconocer los valores de este valioso escritor o por llevarme la contraria.
Le propuse por ser nativo de la región y con una extensa obra, en la que cuentan, "El hombre contra el hombre", "Infundios", "El Invencionario", "La tragedia del generalísimo", "Lugar de Crónicas", "Entrego los demonios", "Gran Tour", "La esposa del Dr. Thorne", "Tardía declaración de amor de Seraphine" y la "Carujada".
De las tantas veces que nos vimos, yo le recuerdo subiendo en las tardes por la esquina de Pajaritos, rumbo hacia Altagracia o la Pastora, con un cartapacio de papeles bajo el brazo, gesto grave que le aumentaba sensiblemente la edad verdadera y un proyecto de libro en la cabeza. Pocos años después había escrito unos cuantos libros y ganado varios premios, entre ellos el prestigioso "Casa de las Américas". Siempre iba a paso lento y cabizbajo, meditando y revolviéndolo todo en su cerebro.
Él, Denzil Romero, nacido en Aragua de Barcelona, de una generación que cuestionó casi todo, que con los años se cuestionó a sí misma, se preocupó quizás más de una vez que un par de frases de dudosa validez, sirvieran de expediente para condenar a perpetuidad a Pedro Carujo, paisano suyo, de aquí mismo de Barcelona.
Por esto que ya dije y por lo engañoso de muchas de las fuentes documentales de la época, algunos han preferido dejar como en cuarentena ese período. Y Denzil, con el mérito y el peso intelectual que tuvo, decidió no seguir admitiendo que esas dos frases, que debieron ser intrascendentes, dichas dentro de un marco histórico que aún permanece confuso, fuesen suficientes para condenar a Carujo. Y él quiso, por justicia - Denzil también fue abogado y docente - recogerlo del fango para que se reabriese el proceso.
Según el juicio de un autor, "La Carujada", responde a un reclamo de Miguel Otero Silva, según el cual "no se había escrito nada sobre Pedro Carujo". Y en su obra, Denzil alude el trabajo de Asdrúbal González, "El antihéroe Pedro Carujo". Asdrúbal González es también autor de un importante trabajo sobre Manuel Piar.
"¡El mundo es de los valientes!" cuentan que dijo Pedro Carujo, el promotor de la llamada "Revolución de las Reformas". En un país que anhelaba reformas y justicia.
"¡El mundo es del hombre justo!" Y qué dijo Vargas, entonces presidente de la República, por decisión electoral censitaria y con el respaldo nada meritorio del mantuanaje y de los canastilleros importadores. Cabeza de un gobierno peleado con la justicia social.
Lo simpático y que estimula duda, además del respaldo ya no virtuoso del paecismo es que por años en este país, justos e injustos, valientes y cobardes, demócratas y dictatorialistas, civilistas y militaristas, revolucionarios y reaccionarios, por décadas que ya forman centurias, sin meditarlo mucho, sin estudiar el proceso, hemos condenado a Carujo por exaltar a Vargas. Civilización y barbarie; civilismo e incivilismo es la interpretación dogmática y simplista en que nos hemos refocilado y con la que más nos hemos sentido a gusto.
Porque esa fue la que nos enseñaron en una escuela acrítica, ideologizante y de pensamiento único.
Vargas, médico notable con estudios en Europa, salió del país en 1813, cuando "el patiquín Simón Bolívar entraba triunfante en Caracas como epílogo de esa gesta gloriosa que han dado en llamar "Campaña Admirable"; y regresó Vargas en 1825, con posterioridad a la batalla de Carabobo y cuando la sangre se había ya infiltrado en los surcos de la tierra. De él, siempre hemos dicho cosas bonitas. Con él hemos sido generosos y abiertos en el momento de juzgarlo. Y al llegar aquí pienso en la suerte de Fernández Morán, el brujo de Pipe, ¡Dios me agarre confesado!, de quien, pese sus aportes trascendentes, no hemos olvidado sus pasos en falso en política.
Y ese reconocimiento del Estado y de esas figuras que habitualmente cubren de bruma con sus opiniones los procesos históricos, que se asustan con los secretos púbicos del archivo del general Miranda, lo ponen a uno en guardia. Y más aún, a seres críticos y acuciosos, como lo fue Denzil Romero.
La historia de Venezuela está aún muy oscura. Lo está todavía ese lapso entre 1830 y 1859. Un espacio trascendente y fundamental en la determinación de un país que resultó atrapado en las redes fraudulentas del mercado externo y el ya largo estancamiento.
Desde hace más de un siglo y medio, la historiografía tradicional se ha ensañado contra el Coronel Pedro Carujo. A este hijo de Barcelona se le ha vilipendiado y señalado como símbolo de la barbarie. En nuestra escuela, como ya dije, sin ningún espíritu crítico, sin ninguna duda, se nos reiteró que Carujo, líder de la llamada "Revolución de las Reformas", al abordar al presidente Vargas, le expresó: "Dr. Vargas, el mundo es de los valientes". Según los escritores de la época, sin aportar prueba alguna, Vargas respondió a quien fue héroe de la independencia, "el mundo es de los hombres justos". A ese presunto intercambio de frases se le ha utilizado como símbolo del enfrentamiento del civilismo y la barbarie. Y de esta manera, muchos jóvenes llegamos a imaginar al Coronel Carujo como matón, analfabeta, retrógrado y enemigo de la convivencia democrática y las causas justas y exaltar a Vargas, servidor de las causa más injusta de aquel momento.
Un día, otro hijo de esta tierra oriental, el celebrado escritor Denzil Romero, se atrevió a romper el tabú y dijo cosas distintas del comandante de la "Revolución de las Reformas". Como que no sólo fue un héroe guerrero que combatió por la independencia hasta más allá de nuestras fronteras, sino también un esclarecido filósofo y hombre de una cultura superior a la de muchas de las grandes figuras de la época. Y para más señas, un probado partidario de la libertad. Y otro oriental, antes que Denzil, el historiador carupanero del siglo XIX, Bartolomé Tavera Acosta, dijo cosas buenas y bonitas de Pedro Carujo. Y este historiador, de los primeros en hacer historia regional, dijo de la "Revolución de las Reformas" que "es eminentemente popular. Y es popular por varias causas". Señaló el escritor que bajo el gobierno de Vargas y al amparo del oficialismo, se hacían trampas de carácter electoral para que al "Congreso próximo viniesen a dar votos por el candidato de Páez".
Para Bartolomé Tavera, el Coronel Pedro Carujo fue "un republicano consciente, adversario de los gobiernos absolutistas; no obstante, ha sido terriblemente vilipendiado".
Por eso, el sólo hecho de poner en duda las afirmaciones del academicismo acartonado, creador de un templo de historia nacional, usuario de los nombres y del prestigio de los héroes, opuesto a todo examen crítico, es un mérito que enaltece a algunos venezolanos. Y es esa necesidad de estar en guardia y reclamar una revisión crítica de la historia lo que animó a Denzil.
Es justo revisar los acontecimientos en torno a Vargas y Carujo, con abandono de los prejuicios y las condenatorias a priori del academicismo conformista y dogmático.
Esto no quiere reclamar una absolución acrítica del barcelonés. Pero quizás tampoco resulte justo, al margen de los resultados del examen, que en un país de conspiraciones y conspiradores, se le tenga a él, posiblemente un conspirador más, como símbolo tan negativo.
Sería bueno que, como siguió Denzil Romero, después de lo dicho por Tavera Acosta, se termine un estudio sensato y justo sobre Pedro Carujo, su tiempo y actuación. Lleva demasiados años siendo el malo de la película. Y también que la Fitven y las editoriales del Estado, exalten a Denzil Romero que, aparte de haber sido excelente escritor, fue militante de las causas nobles.