"Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de Dios"
"El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos»"
(Papa Francisco, Ángelus 3-XII-2017).
"Un cristiano se siente salvado y vive en la esperanza, no en la incertidumbre. Confía en Dios por encima de todo. Por eso desea contribuir a la salvación del hombre en sus circunstancias concretas, sin condenar a nadie"
Hans Küng
Adviento significa espera y esperanza al mismo tiempo. Y realmente, si de algo está necesitado nuestro país, la sociedad en medio de la cual vivimos, es precisamente de nociones como éstas. Por lo tanto, este Adviento 2024 preparando la Navidad 2024, es un tiempo de gracia de liberación para el mundo entero pero de modo particular para Venezuela. El Evangelio nos urge a tener esperanza y levantar la cabeza. "La pequeña esperanza avanza débil entre sus dos hermanas mayores; la Fe es fácil, no se puede vivir sin creer; el Amor también es fácil, no se puede vivir sin amar; pero esperar… esperar que el mundo sea mejor, es difícil" ( Charles Péguy)
La esperanza pertenece al grupo de vivencias o experiencias fundamentales que llegan al fondo de la existencia, movilizando los resortes de la vida y suscitando las cuestiones del sentido. La esperanza es un rasgo antropológico natural, aunque ya desde la fase protohistórica de la humanidad se manifieste en intima conexión con creencias, ritos y ceremonias. Detrás de todo sentimiento de esperanza late el afán de una vida mejor o, lo que es lo mismo, el deseo de librarse del dolor o el mal en sus diversas acepciones. Este es, en esencia, el trasfondo de la motivación que guía a toda esperanza, llamémosle felicidad, eudaimonía, beatitudo o vida bienaventurada. La esperanza no es una parte más del hombre, sino que constituye el punto de apoyo arquimediano de su raíz óntica. De ahí que sea también el principio motor de su praxis, incluido el impulso volitivo que hay detrás de ella. Como todas las manifestaciones de la vida humana, la esperanza está sometida a un proceso de mutación más o menos constante e intensa.
La esperanza no es una ilusión como se suele creer, como se cree por lo general. Los sueños pueden ser el sinónimo que se utiliza también para definirla.
Pero la esperanza es algo que se ve, se palpa, se concretiza. Es una virtud, pero que aterriza fácilmente. Lo mismo que el amor: no se puede definir en toda su profundidad, pero se puede verificar en la práctica diaria, en cualquier tipo de ambiente humano.
La esperanza alimenta los sueños, las ilusiones, los anhelos. Es la fuerza motriz que los impulsa y que los mantiene vivos. Sin la pequeña esperanza, como diría Péguy, van languideciendo y se apagan. Es como esa llovizna suave, constante, que no se percibe apenas, pero que nos va empapando poco a poco.
La esperanza comparte las luchas, las alegrías, la felicidad de la gente y también sus fracasos, sus dificultades, sus lágrimas. Quien se deja habitar por la esperanza, quien la alimenta diariamente, quien se mueve bajo su órbita constante, adquiere otro talante vital que se huele, se siente, se contagia.
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¿Qué puede significar El Adviento" para la sociedad actual?
Cuando un país pierde la esperanza, el futuro se vuelve gris, incierto, amenazante. Es como si perdiera el espíritu que le habita La sociedad venezolana atraviesa no solo la crisis económica más grave de su historia, sino una crisis general de valores a la que pertenece, en lugar preeminente, la crisis no menos profunda de la propia esperanza. De ahí que el estado de conciencia hoy predominante sea la inquietud, el miedo y la incertidumbre ante el futuro inmediato y mediato.
El espíritu del tiempo de Adviento comienza con las primeras páginas de la historia humana. El primer libro de la Biblia llamado Génesis, al terminar de describir la situación de pecado de la humanidad, presenta la esperanza liberadora prometiendo a Adán y Eva un Salvador. Toda la historia de salvación contenida en los libros bíblicos del Antiguo Testamento tiene un eje conductor: es la anhelada llegada del Salvador llamado Mesías, el Enviado para liberar al pueblo de Israel y en él a todas las naciones. Las promesas del Antiguo Testamento se cumplieron hace 2000 años con el nacimiento del Niño de Belén. El triunfo de Dios sobre el demonio rescatando a la humanidad del poder del pecado y de la muerte se hizo realidad con la Muerte y Resurrección de Jesucristo. En Jesucristo Resucitado se cumplieron las promesas de liberación y salvación eterna y la esperanza ha dado paso a la posesión de la realidad anhelada.
El Adviento nos trae nuevamente al tema del Reino. En la Persona de Jesús se ha realizado el Reino de justicia y libertad, de amor y de paz. Pero la humanidad goza de los valores del Reino y se va liberando de los males que ha traído la situación de pecado, en tanto y en cuanto los grupos humanos durante las distintas épocas históricas vayan acogiendo en sus propias existencias a Jesucristo, el Señor y su Buena Nueva de Liberación.
Por eso es que el sentido de las cuatro semanas anteriores a la Navidad (tiempo de Adviento) es la de un tiempo cargado de esperanza que brota de un real y efectivo encuentro con Jesucristo para abrir nuestra historia actual a la acción transformadora de Dios de una manera insospechada a cálculos meramente humanos.
El tiempo litúrgico de Adviento para los cristianos de todas las épocas es un tiempo para esmerarnos en adquirir razones profundas y consistentes para continuar con mayor fidelidad en el seguimiento de Jesús, para educarnos en motivos de sano optimismo y energías para salir de situaciones que no corresponden a hijos de Dios, que lo somos principalmente desde nuestro bautismo.
Claro está que la esperanza que crece en Adviento como gracia especial para la comunidad cristiana, es una esperanza activa y exigente. Por eso Jesús a sus contemporáneos y en ellos a los hombres y mujeres de buena voluntad de todas las épocas, les insiste que no hay tiempo que perder. Nos encontramos en la última etapa de la historia de la Salvación y en Lucas. 18,8 nos anima diciendo: "Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos (Dios) les hará justicia" "con tal que Uds. se conviertan..." (Luc. 13,5). El Reinado de Dios en la historia humana a partir de la Muerte y Resurrección de Jesús, está en las manos de los hombres. De ahí, la insistencia del mismo Jesús para que sus oyentes comprendieran que había que aprovechar el tiempo presente, antes de que fuese demasiado tarde ya que está en juego la vida de todos y cada uno de los seres humanos.
Lo que tomamos del Evangelio de Lucas 21-25.- 34-36 en un género literario proveniente de su cultura, y que hoy leído superficialmente puede llevar a interpretar como el "fin del mundo" en forma de un cataclismo final trágico, los contemporáneos de Jesús entendían que su mensaje venía a decir:
Levanten sus cabezas, porque está por llegarles la liberación. Dios viene, ya está a la puerta; más aún y se está anticipando y haciendo presente en los hechos que hago y en la buena nueva que anuncio; hay que decidirse...
Jesús apremiaba a una opción urgente por un cambio, por una auténtica conversión. Los cristianos hoy, como ayer, en la medida de nuestra Fe en Jesucristo y adhesión plena a su Evangelio sin retaceos, sin condicionamientos ideológicos, esperamos nuestra liberación integral. En plenitud, cuando gocemos la plenitud del Reino; pero ya en la medida de nuestro empeño en la transformación de los corazones y estructuras humanas según el plan salvador de Dios, podemos vivir en la alegría esperanzada y realizadora de un mundo más fraterno y solidario, más justo y libre.
Podemos esperar nuestra liberación porque Jesús ya nos ha liberado. Podemos esperar -sin vanas fantasías o falsas promesas- un mundo en justicia social en fraternidad solidaria y en una sociedad participativa en equidad real, en una sociedad de democracia real y no meramente pseudo formal como la que estamos transitando.