Un año después de que la oligarquía decidiera hacerle el juego al imperio, y echar por el suelo el sistema que ellos mismos habían defendido a pie juntillas por décadas, los hondureños nos encontramos en una situación que nunca antes habíamos vivido, y, seguramente, la mayoría de los países de América Latina aun no entienden que está sucediendo en nuestra tierra. Lo cierto es que, a pesar de las adversidades, marchamos en una dirección inequívoca: la refundación de la patria.
Por muchos años nos vendieron la idea de que democracia y capitalismo eran la misma cosa; que la mayor expresión de libertad era el individualismo, y que el escenario donde la persona se consumaba como ser humano era el mercado. A raíz de esta falsa concepción, deliberada mezcla de ideas, muchos entregaron su vida a defender los derechos que tenían aunque nunca ejercieron ninguno de ellos. Pasaron muchos años antes de que la población perdiera el miedo a la lucha por sus intereses; por décadas el bipartidismo nos enseñó que la lucha de clases era un asunto de odio que no tenía espacio entre la armónica convivencia entre patrones y miserables que se había ido construyendo a base de seguir la “democrática vocación de vender y comprar”.
La tesis de que nuestro entorno ideal, era el mundo de los mercaderes, dominante por la fuerza de la ignorancia, de las armas o de ambas, quedó seriamente desacreditada después del golpe de Estado de junio de 2009. Ahora que lo vemos retrospectivamente, nos damos cuenta que la cuasi analfabeta clase dominante local se dejó vender la idea de que volver hacia atrás no era tan malo para ellos. Los halcones, llámense Hillary, Reich, Carmona, Bush u Obama, vieron desarrollar un peligroso nacionalismo en una tierra que históricamente se les había entregado por unas cuantas migajas.
La tentación de los oligarcas locales por adueñarse del país por la “vía rápida” de las armas, encantó también a un amplio sector de autonombrados intelectuales y analistas, que no vacilaron ni un instante para rentar su lengua o su pluma para expresar las ideas más aberrantes, sin temor alguno, en ningún momento, porque siempre supieron que contaban con el respaldo de su amo. El aislamiento económico apenas si se convirtió en una forma más de castigar al pueblo en resistencia. La OEA, la ONU, La Unión Europea, mostraron que no importa lo que digan, siempre son marionetas en el circo del imperio.
Y es que la hipocresía de muchos de estos personajes internacionales no tiene límite; siguen hablando del Pacto de San José-Tegucigalpa-Guaymuras, ignorando deliberadamente que el mismo dejó de tener valor cuando se violó la condición única que podía traer una posibilidad política de discusión constructiva a este país: la reinstauración del gobierno de José Manuel Zelaya Rosales en el poder. Todavía hoy, el “ala derecha” de la OEA, en comunión con Insulza, siguen formando comisiones para averiguar que está sucediendo en el país, obviando cobardemente los asesinatos y otros crímenes de lesa humanidad desencadenados por una jauría que el régimen pusilánime de Lobo Sosa o no puede o no quiere controlar.
Y a pesar de toda esta monstruosa miseria moral, el pueblo siguió luchando, organizándose, haciéndose más fuerte, capaz de ser protagonista en su propia historia. El Frente Nacional de Resistencia Popular, al que he criticado muchas veces, es hoy vanguardia firme y revolucionaria de un pueblo en revolución, y hacemos la redundancia porque es necesaria; la oligarquía ve hoy confundida como sus actos ambiciosos la llevaron a abrir la “caja de pandora” política en Honduras. Su golpe de Estado decretó, más allá de todo el festín de sangre y dólares que se están dando, el principio del fin de su dominación.
El pueblo hondureño ve hoy una esperanza, pero no aquella que se le ofrece desde la vanidad de los corruptos; ve una esperanza en la que puede militar y ofrendar lo mejor de sí en pro de la libertad de todos; esa opción que solo puede representar la voluntad popular expresada en el FNRP. Los hondureños y las hondureñas, excluidos por siglos, sometidos a la ignominia de ser “felices” porque somos un “país de tercera”, decidimos caminar sin detenernos hasta la fundación de una patria nueva, cuyos fundamentos morales y jurídicos están mucho más allá de la comprensión de los que saben cómo quitarle a la gente su patrimonio, pero jamás se les ha ocurrido una sola idea de cómo este se construye.
El pueblo ya no puede olvidar, le quedó impregnada en el cerebro, la frase “liberalismo pro socialista” que el presidente Zelaya Rosales, quizá haciendo malabares para no embravecer a los “rottweiller” yanquis lanzó como una alternativa al neoliberalismo criminal, enemigo de la humanidad. El presidente sabía que este tipo de expresiones podían costarle caro al pueblo hondureño, pero eran esencialmente necesarias para escribir su historia futura. Los siglos de enajenación en que nos enseñaron que defender lo nuestro era ilegal, inmoral e incluso contra la voluntad de dios, estaban llegando a su fin.
Cuando Zelaya manifiesta que deben “mantenerse las identidades de los partidos en resistencia”, pero que “todo debe ser dentro del frente”, muestra la habilidad de un político que pocos atinamos a ver en él. Sabe que la unidad entre los sectores populares y los partidos políticos tradicionales es frágil en razón de diferencias profundas en la concepción del mundo de unos y otros; sabe que los políticos de oficio toman más tiempo para entender su entorno y cambiar sus posiciones. Entiende el presidente la naturaleza de clase de unas y otras organizaciones.
Pero también sabe que el proceso es irreversible, y que los que decidan buscar “refugio” de nuevo en sus partidos serán sometidos al ostracismo por sus ex correligionarios, que no son otra cosa que los partidarios, cómplices, por acción u omisión, del golpe de Estado. Sabe muy bien, que aquellos que tengan acogida fraterna en el seno de los lobos, esos, sin duda, son los traidores que hoy hacen labores de quinta columna dentro del Frente.
Ya suenan muchos “académicos”, contrarrevolucionarios de aquí y de allá, a hacer sus valoraciones de lo que sucedió en Honduras. Es fácil ponerse a discutir en los salones de un hotel, o en las aulas universitarias hechos que no se vivieron, palizas que no se recibieron, vejámenes que no se sufrieron. Hubo un gran simbolismo en las marchas incansables de los hondureños en resistencia por más de 100 días; todavía más significativo es el hecho de que a un año, no solo sigamos existiendo como Frente Nacional de Resistencia Popular, sino que seamos más fuertes, coherentes, claros y firmes en nuestros propósitos. Honduras no es la misma, el pueblo hondureño no es el mismo y una revolución está en marcha; esto seguramente no será tan fácil de descubrir para los académicos, que dicen ser patriotas, pero le hacen el juego a los que se creen dueños de nuestra tierra.
La labor invisible de todo un aparato de lucha, basado en principios revolucionarios y en el más profundo amor por los demás, socava día a día los cimientos de una sociedad que no ya no puede seguir por la senda de la injustica y la inequidad; todas las comisiones formadas por hondureños y hondureñas de todas las edades, producen con su esfuerzo la Honduras del mañana. Nunca antes en nuestra historia se impulsaron tanto la cultura y el arte como forma de expresión revolucionaria; y es que en Honduras el arte es expresión del pueblo; la oligarquía, deformada por el mercado, pretende entender a Picasso, a Dalí, a Garcia Lorca y a Neruda aunque su nivel no les podrá dejar nunca ver el espíritu de la obra que existe detrás del espíritu humano, porque el mismo solo existe dentro de la colectividad.
Honduras ha cambiado, si y mucho; el camino a seguir está marcado por la sangre de los mártires, de los que cayeron y caerán viendo al futuro, murieron con la certeza de que, pase lo que pase, esta lucha es nuestra y también lo es la victoria. Sabemos que en su afán por contener lo incontenible, el régimen, patrocinado por la oligarquía y el imperio seguirán tratando de mutilar nuestro espíritu; sabemos que nunca entenderán que la sangre que derraman es el fertilizante de las convicciones revolucionarias; nunca entenderán que mientras más caemos menos indiferentes hay, y el futuro de esta monstruosidad de sistema que nos han impuesto se hace cada vez más corto.
No deberían creer que nos mantendremos callados, soportando la vileza de sus ejércitos, públicos y privados, o la impunidad de sus asesinos y sicarios, indefinidamente. Cada vez que nos asestan golpes mortales nacen muchos nuevos revolucionarios, no olviden: nosotros somos muchos más y la razón nos asiste.
Hoy después de haber vivido muchos años, doy gracias a la vida (viene muy bien doña Violeta Parra) por haber llegado a este momento; por tener la oportunidad de escribir, por haber sido honrado en conocer a miles y miles de compatriotas que siempre lo han dado todo por el pueblo; por haber vivido el momento histórico en el que seguimos al presidente Zelaya, por tener la oportunidad de pertenecer al Frente Nacional de Resistencia Popular y por tener la honra de convivir con sus conductores, hombres que lucharon toda la vida y por eso, hoy, son los imprescindibles.
Hasta la victoria siempre
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