El sueño y la memoria, obsesión permanente del cine y la literatura. “Esos dos tesoros ocultos”, nos dice J. L. Borges, para referirse a la memoria y al olvido, extraña dialéctica del tiempo que se teje haciendo el mundo de los imaginarios colectivos, alejándonos del horror de lo vivido. Por ejemplo, Hiroshima. Esa anomalía salvaje que fuera Spinoza, reflexionaba en su Tratado de La Reforma del Entendimiento, asegurando que “la memoria se robustece con la ayuda del entendimiento”.
Sin embargo, hay muchos otros fantasmas obsesivos y recurrentes en la fuerza de la memoria, espectros que nos miran a pesar de todo esfuerzo por sepultarlos en el olvido. Son suerte de tatuajes mutantes que de cuando en cuando arden como un cicatriz viva. Marcas que cruzan los registros de todos los archivos individuales y colectivos. Contra ellos no hay antídotos, se impone siempre la conciencia infeliz. Nadie ha podido apelar a prestidigitadores mágicos. Ni siquiera sirve la toda poderosa sobreinformación o saturación mediática. Son espectros contra los cuales no hay exorcismo que valga. A menos que se trate del auto inducido olvido ideológico del que padecen algunas tristes y deslucidas figuras de las élites del hoy sepulto Punto Fijo y sus dinosaurios jóvenes remozados.
A estos últimos quiero referirme. Se les ve desfilar por intervalos regulares de medio en medio, echando un cuento que es de suyo la abolición de la memoria. Para ellos el chavismo llegó como un chaparrón contaminando todo de resentimiento y “dividiendo al país”, aboliendo “el mundo feliz en que vivíamos”. Olvidan, de modo voluntario e interesado, acaso la ocurrencia de la gente en la calle, el estallido popular del 27 y 28-F del 89, irrumpiendo contra todo lo que ellos representan. No importa los acomodos discursivos que emprendan, allí está la fecha como una mueca, como el Guernica de Picasso, señalando. De nada valen los malabarismos y las piruetas con que intentan enderezar el pasado para que calce al mito de la comunidad reconciliada e idéntica a sí misma del ideal metafísico del liberalismo burgués.
Apenas bastó un puñado de horas en las que la gente común adquirió rostro y saltó del mundo opaco y frío de los sondeos y mediciones estadísticas que suelen leer al pueblo como magnitud o como hipótesis, para que se derrumbara el andamiaje del arbitraje social y del “consenso” impuesto por los medios. Un solo instante-acontecimiento para que El Emperador mostrara su traje, se rasgó el velo trágico. Ese día el pueblo ocurrió temprano arrasando con cualquier mitomanía consoladora, y de paso mostrando al Otro lacaniano de la democracia representativa, obligado a asomar su reverso e ir a la fórmula contingente: violencia, intolerancia y muerte en estado puro.
El 27-F es, en términos políticos, un largo día que sigue actuando como dispositivo articulador de lo real en los tiempos que corren. Lamentablemente, algunos aún evitan hablar en voz alta ante el psiquiatra de sus oscuras pesadillas. A finales del siglo XIX, el fisiólogo francés, Pierre Flourens, alertó a La Academia sobre los efectos colaterales de usar el cloroformo anestésico. El sabio argumentaba que este compuesto actúa sobre el sistema nervioso oscureciendo la memoria permanente. Flourens pensaba además que un componente misterioso presente en el olor de la sangre causaba en los verdugos un efecto similar al atribuido al cloroformo. Esta podría ser la metáfora trágica del destino de la memoria de algunos medios y de su corolario, los así llamados dirigentes que los frecuentan para explicar cómo fue posible que apareciera un nuevo sujeto vaciándolos de toda legitimidad. ¿Qué experimentan en la carne cuando lo visita el espectro de esa fecha, dibujando con su dedo sobre el vapor del espejo del baño un 27-F?
Juan Barreto Cipriani
juanbarretoc@gmail.com