Hoy alzo mi voz porque considero que mi responsabilidad sobrepasa el hecho de ser humana, mujer y madre de una joven; porque un día decidí hacer uso de los medios de mi país, según mi profesión me lo permitiera, con la plena conciencia de que ser un Comunicador Social, exige el inmenso compromiso de educar a quienes puedan leerme, verme y/o escucharme, y de sembrar valores en ellos. Porque también tuve la dicha de ser hija de educadores, que más allá de lo poco modesta que pueda yo parecer al recalcarlo, ejercieron con ética su carrera, que valga la acotación, requiere de una innata vocación que desemboque en el amor a la enseñanza y a la formación de ciudadanos de bien, conscientes de lo que sucede en la sociedad y de cómo su comportamiento impacta en la misma; pero especialmente porque parte de mi testimonio de vida, me permite relatar con valentía y sin complejos la cruenta realidad de haber sido afrontada hace algunos años por la crudeza de un maltrato verbal, psicológico y físico, producto de una sociedad donde prevalece una cultura machista, en la cual el victimario muchas veces también fue víctima de padres violentos, y en la que la defensa propia de las féminas, ha quedado, por miedo, reducida y aislada a solo un 10% de denuncias de mujeres maltratadas según las estadísticas.
No puede éste ser un tema que se imponga como una tendencia en las redes sociales, y que luego sea ignorado o visto con indolencia como parte de una realidad, solo porque lo que hay para el consumo en los pobres contenidos de algunos medios, es la errónea y absurda idea de que estamos obligados a creer que la mujer debe permanecer subordinada y subestimada, o que debe ser vista desde una perspectiva sexista; que no importa si crecemos en una familia disfuncional, donde la madre es la heroína sacrificada; que es normal que papá abandone sus deberes, y que además digamos a los hijos que "así son los hombres", o que humille a mamá porque es él la cabeza de familia y el que provee; que el matrimonio es solo un contrato y el divorcio una excelente solución si éste no resultara, y que delinquir parece ser parte de un atractivo estilo de vida, cuando la juventud termina admirando al personaje central de las narco o prosti novelas.
No soy feminista ni defiendo el feminismo; eso sería contradecir mis firmes convicciones, porque más allá de que pueda respetarla como la opción de algunas (os), no creo en la familia homoparental, y tampoco apoyo la paradójica consigna de "libertad e igualdad"; la verdad, desde mi hasta ahora sano juicio, es que a mayor libertad, menos igualdad.
Dijo una Filósofa que para ser feminista había que rivalizar con los hombres, y pienso que considerar a otro como rival, es de algún modo creerlo superior. En una sociedad cada uno tiene el valor que se da, así otro se lo niegue aún mereciéndolo, y el hecho de defender los derechos de una vida libre de violencia, donde prevalezca el buen trato y el respeto a la mujer, me libra de ser estigmatizada como feminista. Como bien lo dijo aquella brillante científica, Marie Curie, que una mujer que defienda el feminismo, no debe pretender tratos especiales porque no es inferior a ningún hombre. Se nace mujer, y eso debe bastar para sabernos dignas sin necesidad de acudir a una ideología o movimiento que lo respalde.
Hemos vivido tan confundidos al pensar que vinimos al mundo con un manual de uso de vida, por el que se nos señala innumerables veces si no lo seguimos. Y la primera víctima suele ser la mujer, que sea por su misma cultura, por ignorancia, complejos o prejuicios sociales y hasta familiares, se convence de su "bajo valor" si decide o le toca ser madre soltera, si se divorcia y se casa dos, tres o las veces que desee, si opta por no casarse, o si lo hace en edad temprana o avanzada, y no en la que el resto cree conveniente; si tiene muchos hijos o no quiere ser madre, o si prefiere dedicarse a sus aspiraciones y objetivos de vida, cualesquiera que éstos fueren.
Y aunque mi queja parezca contradictoria ante mi alegato de creer en la familia nuclear y funcional, debo aclarar que si de defender derechos hablo, muy por encima de mi precepto o posición, existe el derecho a decidir.
Lamentarnos, no de vivir en el continente poseedor de cifras alarmantes de violencia de género y misoginia, ni del hecho de que 14 naciones de Latinoamérica estén entre los 25 países del mundo con la mayor tasa de feminicidio, sino de nuestra cada día más resquebrajada cultura, tal vez solo genere un ruido en las calles o el concienciar temporalmente, pero prepararnos para ser factores verdaderos de cambio, desde el hogar y la educación, segura estoy de que dejará a nuestras hijas un sendero prometedor, libre de torturas.
Mujer, NO consideres normal el hecho de que invadan tu espacio y privacidad, de que te controlen, sigan, investiguen, celen con hostigamiento, quieran alejarte de tu círculo social y familiar, te levanten la voz, abusen de tu buena voluntad, te digan que no puedes ejercer cargos importantes o prepararte profesionalmente, te comparen, te critiquen, te presionen, te exijan, te hagan sentir culpable, te obliguen a realizar actos que te corrompen, te engañen, te usen, te traicionen, te condicionen, te juzguen o te consideren de su propiedad como si fueses un objeto.
El reto de que propiciar un cambio está en nosotras.
Educa a tus hijas y a tus hijos lo más alejados posible de la basura que le ofrece este sistema exiguo de principios, y haz lo que deseas que ellos hagan, pues son nuestro eco en la vida.
Colegas comunicadores, al alcance de medios eminentes, preocupémonos por ser más útiles y menos famosos o importantes.
Educadores, recuerden que en tan solo un año escolar, pueden influir con su ejemplo durante toda la vida de ese menor.
Este artículo va por mí, por Lucía, y por cada una de las mujeres que han sido y están siendo sometidas a diversos abusos y maltratos, que en muchos de los casos han terminado en femicidios y feminicidios.
NiUnaMenos.
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