El ofrecimiento de ayuda para impulsar un acuerdo humanitario, que permita la liberación de secuestrados de las FARC a cambio de la excarcelación de guerrilleros, por parte del Mandatario Venezolano Hugo Chávez Frías, causó diversas reacciones en varios sectores de la opinión colombiana: Desde la alegría y esperanza de los familiares de los retenidos por las FARC, que ven en Hugo Chávez una puerta abierta para volver a ver a sus seres queridos; hasta las reacciones radicales de oposición al hecho, de una sociedad derechizada por los medios que ve en el presidente Venezolano a una amenaza que llega a Colombia cargada de comunismo, populismo y apoyo a las guerrillas.
La voz de condena y señalamiento que Washington y sus canales informativos han desplegado sobre el carismático líder Venezolano, y que en Colombia han repetido a la perfección RCN y CARACOL, la ausencia, por una soterrada censura, de Telesur, sumada al desconocimiento general del proceso Venezolano y Latinoamericano de construcción de una nueva izquierda, han hecho que gran parte de la opinión pública en Colombia no pueda ver sin profundos sesgos de prevención a Chávez, al punto de sufrir Chavezfobia: miedo excesivo e irracional hacia alguien de boina roja, que realmente no conocen, ni quieren conocer.
Por eso, esta nueva etapa de búsqueda de caminos hacia la paz por medio de la mediación de Venezuela, y posiblemente de un bloque Latinoamericano, debe ser aprehendida bajo tres grandes contextos para permitirnos hacer un análisis sereno de la situación en la que queremos avanzar.
Primero, hay que objetivizar la percepción que del presidente Chávez, del proceso venezolano y de la nueva izquierda latinoamericana misma tenemos en Colombia. Para empezar, Chávez es el presidente de Venezuela, lugar al que llegó por la vía democrática del voto popular y en la que se ha mantenido gracias al triunfo en nueve elecciones consecutivas; Chávez representa por esto la institucionalidad democrática en ese país, contrario a la oposición golpista, que muchos sectores de Colombia no dudaron en apoyar; por eso Chávez tiene que mantener relaciones armónicas con la institucionalidad democrática colombiana y no con la insurgencia armada, más siendo Colombia el tercer socio comercial de Venezuela y un país estratégico en la composición geopolítica de Suramérica.
Además, Chávez se ha convertido en el líder (polémico, pero líder) del proceso de giro histórico de América latina hacia la nueva izquierda democrática; al punto que está sentando las bases de un proyecto político regional que encuentra su intersección en el desmonte del neoliberalismo, en el deslinde con la intervención estadounidense y en una nueva cooperación regional bajo innovadoras modalidades (el ALBA, el ALMA y la Carta Social de las Américas) cuyo objetivo, además de "independizar" a la región de EEUU y los organismos internacionales, es la superación de la pobreza y la inequidad en América Latina. Proceso por el cual se han posesionado presidentes como Evo Morales de Bolivia o Rafael Correa de Ecuador; proceso al cual responden en menor o mayor medida países como Brasil, Argentina, Chile o Uruguay; y proceso que le ha dado un respiro político y económico a países como Cuba o Haití. Colombia, aparentemente ajena al proceso, esta incluida con la venia del presidente Uribe, en un proyecto de red suramericana de abastecimiento de gas natural cuyo objetivo político es ganar autonomía energética frente al "Imperio".
En segundo lugar, hay que tener en cuenta el papel, que en la actual coyuntura, tanto Venezuela como América Latina pueden jugar, no sólo en el acuerdo humanitario previsto, sino, en el futuro de un proceso de negociación política del conflicto colombiano. Para empezar, la cooperación en Colombia ha sido la otorgada histórica y predominantemente por los Estados Unidos, cooperación dirigida desde las épocas de la guerra fría ha profundizar la estrategia político-militar en nuestro País y la Región. Estrategia que ha llegado a un punto de desgaste con la cruzada antiterrorista propuesta por el presidente Bush, que en Colombia se materializó con el Plan Patriota, el Plan Colombia y las malogradas fumigaciones; que en los últimos cinco años no ha logrado desvertebrar a las FARC, ni mermar el tránsito de drogas hacia el Norte y que, dadas las actuales condiciones políticas y el cuestionamiento de una estrategia que le cuesta a los norteamericanos millones de dólares, será muy posiblemente "el caballito de batalla" de los demócratas para llegar a la presidencia el próximo año una vez le terminen de pasar la cuanta de cobro a los Republicanos por lo de Irak.
La paramilitarización del Estado colombiano y la feria de recursos malgastados en nuestro País serán el nuevo discurso que levantarán contra George Bush los demócratas y la opinión pública norteamericana. En otro contexto, a pesar de la valiosa ayuda, especialmente social que han brindado países europeos para la solución del conflicto como los laboratorios de paz o la ayuda a las víctimas, o su ofrecimiento de facilitadores de diálogos o acercamientos de paz, políticamente ha sido muy débil su ingerencia en los actores del conflicto; y es precisamente en el plano político donde más espacio tiene América Latina para influir positivamente en la desarticulación de la guerra en Colombia.
Hoy, no existe mayor fuente para deslegitimar la violencia política en Colombia que la llegada al poder de movimientos de izquierda por la vía democrática, movimientos con diferentes historias, perfiles y programas pero que se identifican en lo fundamental: superar la inequidad y la miseria de los pueblos latinoamericanos a través de cambios políticos y no de las armas. Es por esto, que los gobiernos de izquierda latinoamericanos están llamados a cumplir un papel más decidido frente al caso colombiano, ya que, por un lado, representan la esperanza de un nuevo orden mundial más justo, equitativo y sin espacio para la violencia; y por el otro, poseen un importante acumulado histórico en su reciente tránsito hacia la democracia.
En este sentido, que mejor referente de reconciliación para Colombia, que la presidenta Chilena, Michel Bachelet, víctima de la tortura y el exilio de la dictadura e hija de un general fusilado por el ejército, quien hoy lidera un gobierno de concertación socialista, sin ningún ánimo de revanchismo o venganza soterrada; o que mejor imagen de una propuesta democrática de inclusión y de dignidad nacional, que la representada por Evo Morales, el Presidente indígena de Bolivia, la nación históricamente más explotada de nuestra América; o en el caso de Chávez, que mejor expresión de que la democracia puede ser un camino mucho más eficaz para llegar a cambios revolucionarios, para poder dar un vuelco total a la política económica y social en favor de las clases menos favorecidas, gracias al poder que le han concedido las urnas para representar los intereses de las clases populares. Sin ánimo de menospreciar la valiosa ayuda Europea, creo que más tiene que decirle sobre soluciones políticas ante la guerra a Colombia Chile, Brasil, Argentina, Ecuador o Venezuela que Suiza, España o Alemania.
Y por último, dadas las actuales circunstancias de desgaste político que sufre el proyecto bélico en Colombia, el presidente Venezolano puede llegar a oxigenar en su incursión humanitaria, no solo el perdido proceso de paz con las guerrillas sino la misma viabilidad del Gobierno de Uribe, que dependía únicamente del apoyo de un gobierno norteamericano, hoy desprestigiado y en profunda crisis interna e internacional, por esto, el presidente colombiano no ha dudado en aceptar la mano que se le extiende e incluso llegar a nombrar a la senadora Piedad Córdoba, acérrima opositora suya, como garante de este nuevo intento de paz, autorizada inclusive para reunirse con las FARC con la venia del Gobierno.
El Presidente Chávez, pero principalmente la diplomacia latinoamericana, tienen todo un camino por recorrer en la búsqueda de desenmarañar la solución política al conflicto colombiano, un primer paso es avanzar en el reto de lograr consolidar un acuerdo humanitario, lo que sin lugar a dudas abriría una puerta muy grande en la esperanza de tener una nación en paz, que puede entender que la manera de cicatrizar sus heridas es por la vía de la reconciliación y de la mano de la política.
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