Pocas veces se presencia la historia en directo. El 31 de diciembre la protagonizaron dos presidentes antagónicos.
Siempre me sorprende la llaneza con que mis amigos colombianos narran sus atroces realidades. La oligarquía colombiana, desde por lo menos la muerte de Gaitán, ha impuesto las condiciones del horror: secuestros, motosierras, campesinos desplazados, guerrillas, pacificaciones asesinas, gamines, coches-bomba, sicariato, paramilitares, futbolistas asesinados, narcotráfico, qué pena, hermano, lo voy a tener que matar. Sus modales afinados recatan los procedimientos más repulsivos concebidos por el ser humano. Hasta ahora ese horror fue solo vida interior; desde el 31 es vivido por el Continente solidario.
Uribe vertió sobre una América atónita, y comparativamente ingenua, el albañal moral de la oligarquía más mugrienta del Continente, inventando una telenovela morbosa, jugueteando con la vida y la dignidad de dos niños sufrientes. Implicó dos infamias: amenaza de muerte bastante clara a los comisionados internacionales —y en Colombia hay que tomarse en serio esas amenazas. Y que ahora más que nunca no le conviene permitir la aparición de la madre con el niño, pues si ella aclara las cosas, Uribe quedaría ante el mundo como un chigüire. Alguien dejó caer de paso que habló con Bush, que obviamente le autorizó todo, amenaza obvia al pitiyanqui Sarkozy de que deje la vaina así porque Bush se puede molestar. Ya ves que Sarko no ha dicho nada.
Cuando aún la historia no había volteado la página, el presidente Chávez anunció una amnistía. La oposición cínica y mercenaria (me refiero a la dirigencia y no a los bobos que la siguen) descalificará el gesto, pues todo lo degrada y está guiada por dos mil años de fariseísmo de la curia. No corresponderá con un indulto en sus urbanizaciones chic, en donde los vecinos bolivarianos son acosados y amenazados de linchamiento. No puede nadie mostrar en la empresa privada su simpatía bolivariana sin ser echado al desempleo. La oposición no nos indultará. Esta amnistía está destinada solo a incomodar el discursito del totalitarismo.
La oposición hará, como siempre, el ridículo. Menos mal que no hay una ley contra el ridículo porque ya unos cuantos estaríamos presos. O indultados.
roberto@analitica.com