Cuesta mucho trabajo conciliar con esta derecha política que el destino le ha deparado a Hugo Chávez y sus propuestas de transformación y recuperación del país. La razón es simple: no tiene humildad, que dista mucho de una circunstancia de humillación, como ella está segura que lo es.
Es, pues, a sola vista, soberbia, inclusive en medio de la más difícil situación de impopularidad, descrédito y descomposición política que haya vivido. Y como la soberbia enceguece, no es de extrañar su miope comportamiento de siempre. Probablemente de boca de sus doctos y universitarios voceros, a quienes también se los lleva la corriente de la intemperancia, se proponga interpretar como dignidad lo que en realidad son balbuceos de un náufrago, aludiendo a las peores situaciones existenciales de la oposición política venezolana durante estos nueve años, de casi total desarticulación partidista. Todos sabemos que es soberbia, de arraigado abolengo en medio de una sociedad a la que sojuzgaron y exprimieron hasta hacer que el rojo de la humana sangre se tornase en negro petróleo con destino de exportación incierto.
La mejor documentación de la redomada estupidez de la oposición política venezolana fue cuestionar el sentido socializante y popular de la gestión del presidente Hugo Chávez, cuando el lógico y fácil camino para su supervivencia política era plegarse a la propuesta de trabajar con la gente en el nivel de su realidad inmediata, con los abastos solidarios, la atención médica a la mano, el apoyo al cooperativismo y la inducción organizativa de las barriadas y urbanizaciones en consejos comunales. Pero no, en medio de su digna miopía, decidieron tirar la llave al río y proponer lo mismo con otros nombres, como los mercados y planes de vivienda de Manuel Rosales en el Zulia y las Redes Populares de Leopoldo López en Chacao, con dinero extranjero, que es lo peor. ¿Quién carajos se gana al pueblo adversándolo, cacareando las propuestas oficiales en su beneficio, aunque paralelamente se propongan otras? Simple estupidez y egoísmo, más allá de dignificantes miopías y psudos principios de amor al pueblo.
Todos sabemos que nuestra oposición (sí, vale, es nuestro problema) se habría ahorrado cientos de horas amargas de haberse plegado a la propuesta de trabajo con la gente en sus bases, más allá de andar juntándose con el gobierno, sin perder el sentido ese de ser diferente ideológicamente, sin perder el rasgo opositor, enriqueciendo, por el contrario, y legitimando más, las propuestas de conjurar la miseria social y económica del país, virtualizando como cometido político común, gubernamental y opositor, la ética de sacar a Venezuela de abajo y hacerla prosperar. Pero, como dije, ya sabemos lo que nuestra oposición hizo: proponerle otro sabor al limón, o, lo que es lo mismo, proponer el mismo limón con otro gusto.
No estaría ausente de la Asamblea Nacional, no cojearía de tener una pata podrida en cuanto a partidos políticos y hasta, desde viejo tiempo, compartiría la gloria política de disfrutar de un apoyo popular genuino, y no de esas huestes de cerebros lavados televisivos y capitalistas comprometidos que en la actualidad la celebran, aseveración que hacemos con todo y la conciencia de saberla favorecida en la última consulta electoral que en el país se realizara. Además, bajo la conciencia de la diferencia doctrinaria, gozarían de la percepción popular de que aman a su país.
Son cantos de ballena (y no de sirenas), como acuñara uno de sus líderes, Manuel Rosales. Cuando se obtiene un triunfo no por virtudes propias sino por defecto ajeno, desde el punto de vista de la dignidad (que tanto palabrea) y de la realidad concreta de un no crecido apoyo popular, no se puede hablar con gran autoridad ni sentirse con licencias para manipular el universo, como fue la ola emocional que la invadiera (a la oposición) después del 2 de diciembre de 2.007, cuando, locamente, casi ordenara al gobierno: restitución de la señal de RCTV, regreso de los saboteadores a PDVSA, reintegro de los militares golpistas a los puestos de mando. Todo ese apurado camión de optimismo se cae cuando, más serenamente, se extrae la certeza de que quienes dejaron de votar por el gobierno tampoco lo hicieron por ella, la oposición política venezolana.
De modo que una cosa es saberse con la autoestima alta por el efecto placebo de los recientes resultados favorables del 2 de diciembre y otra distinta es saber a ciencia cierta, y estar fortalecido por ello, que se creció política y significativamente dentro del corazón de los venezolanos, incluso procediendo históricamente de una pasada profesión de asoladora de pueblos, suerte de Aníbal transculturado, que donde pisaba no es que no creciera la hierba, sino que dejaba de pertenecer al pueblo venezolano.
El asunto de la presente Ley de Amnistía, que la favorece inmerecidamente, es una demostración de que el ánimo humildemente constructivo de la oposición derechista venezolana es un sentimiento imposible y hasta desconocido dentro de sus filas. No bien queda un representante de ella absuelto, inmediatamente busca un canal de noticias conspirador para integrarse al trabajo de desestabilizar, no obstante cernirse contra y sobre ellos mismos la propia propuesta de reconciliar al país que hicieran después de referendo. ¿Quién nos puede explicar esta vaina? ¿Cómo es posible que alguien seguro de ganar de lance a perder, y confunda humildad con humillación, y, así mismo, no agregue el tan necesitado grano de arena que requiere la paz de la susodicha conciliación? Quien lo quiera explicar que escriba al correo, por favor. Así como de la boca opositora venezolana no ha salido hasta el sol de hoy una letra de reconocimiento oficial de los resultados electorales aprobadores de la actual constitución del país (desde 1999), así tampoco nadie opositor ha aprovechado la medida de perdón oficial para cimentar un sentido de reconciliación, de reconocimiento al contrario. Ocurre al revés, como dije: una vez absueltos, corren en tropel a reintegrarse a la conspiración, a denostar, a criticar malsanamente, hasta a quejarse por los barrotes oxidados de las celdas que los retenían, lo cual, en su criterio es algo absurdo, como si celda para ellos no fuera para retener sino para liberar.
Dado, pues, semejante destino secularizado y secularizante de soberbia política, que certifica como blanco lo negro y viceversa, que asume lo perdedor como ganador y viceversa, habría que pronosticar que la oposición política venezolana, cuando reciba en las próximas elecciones que se avecinan la terrible golpiza política de la refundación y recapacitación chavistas, se encontrará, como siempre, en una parcela más elevada del cielo, es decir -traduciendo- en el más profundo abismo de su existencia política, con todo y el buen augurio de su reciente triunfo del 2 de diciembre, lo cual mataría con más saña.
Singularmente, es una enfermedad sin remedio, como las contadas que hay para la ciencia moderna. Por ello, retornando a la primera palabra del artículo, es difícil coronar reconciliación alguna con semejante boca y espíritu babélicos. No se puede, con semejantes lentes de contactos de aparente expedición en sanatorios mentales. No se puede con semejante hipocresía trapacera.
El asunto actual de los trabajadores informales -un ejemplo para finalizar- es otra circunstancia que ellos aprovechan para ejercitar su insana percepción dialéctico-polarizante. Durante el completo año 2.007 de trabajo libre buhoneril se lo pasó la prensa derechista haciendo fiestas de crítica socio-criminal con el marasmo que tal actividad le acarreaba a la ciudad, tildando al gobierno de cómplice, de paria, de sucio, de inoperante, de "tierrúo", como les gusta a los periodistas opinadores insinuar, no obstante ellos mismos despreciar al pueblo olímpicamente. (Lo dicho es sin adjetivar a los trabajadores informales, pero es un hecho que detrás del embrollo de su actividad se parapeta mucho acto delictual que se aprovecha de la imposibilidad de control). Hoy, años 2.008, que la ciudad de Caracas, en su casco central, amanece amparada por un decreto que regula y prohíbe grados de ejercicio de tal actividad económica, la oposición venezolana, específicamente la prensa, trabaja incansablemente para subvertir la emocionalidad de tales trabajadores, como pescador en río revuelto, intentando formarle una trifulca a la autoridad municipal y, más allá aun, intentando contar con fichas desestabilizadoras para sus planificadas acciones políticas de defenestración presidencial en corto plazo. Es un modo de ser de víbora, con el más redomado acento criollo, y criollo con el más preciso acento extranjerizante.
Del día del decreto para acá, las páginas de los periódicos se han volcado a escarbar en el corazón de los cerros de Caracas, ubicando la humilde vivienda de los eventuales trabajadores, a quienes le realizan una ficha desconsolada de miseria humana que este gobierno, de duro corazón y el peor del sistema solar desde el momento de la creación o Big Bang, no toma en consideración en medio de su insensibilidad social. Fotografías, historias, plagan las piadosas páginas de la prensa política venezolana, en las que el trabajador informal, de victimario destructor de ciudades del año 2.007, es transformado en asépticos ángeles demonizados por Hugo Chávez y las autoridades municipales y metropolitanas en el 2.008.
¿Se puede hablar de reconciliación cuando conjuntamente no se le buscan soluciones a los problemas, y lo que se hace es ejercitar un discurso trapacero con el prostibulario propósito de servirlo en circunstanciales ocasiones de explotación del rédito político?
Un tanto igual ocurre con la hipocresía sobre el canje humanitario, de feliz término para el haber político de Hugo Chávez. Pero así como con el tema de los trabajadores informales se requiere más profundización en su etiología fenomenológica, así también hay argumentos para no rememorar lo que ha dicho y lo que ha dejado de decir la oposición política venezolana sobre el logro de la liberación de los rehenes: la pena ajena.
Sin embargo, por el otro lado de la boca, como en esas figuras cubistas de Picasso, de dos caras, siguen afincándose en el discursito cazabobos de la reconciliación nacional, cuando no pueden ni reconocerse ellos mismos en su espejo más íntimo. Demás está decir que reconciliación para por eso, por reconocerse uno mismo y reconocer al otro. Pero hasta ahora lo que se ha visto en el espejo es una sarta de patanes que no se puede ocultar en virtud del prurito ese de moda “¡Cállate, no digas eso; reconcíliate!” A otro santo con esos rezos, caballero.
Aprovechando la mención de los buhoneros y la ciudad, muestro imágenes actuales de cómo se encuentra el centro de la ciudad de Caracas, hoy, primeros dias de enero de 2.007, al igual que otras del regulado Boulevard de Sabana Grande. Disminución del delito en 40% y aumento del comercio en 50%, cifras apuradas oídas a vuelo de pájaro del Alcalde Freddy Bernal. Mas allá de su real necesidad económica, reconociéndola, nuestros amigos buhoneros habrán de comprender que su derecho finaliza donde empieza el de sus conciudadanos a vivir de un modo despejado y pulcro en el corazón del ciudad, ello sin mencionar el derecho al libre tránsito de todos.
Vea las fotos en el post De la soberbia
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