Luego del primer impacto de la alegría experimentada en el mundo ante el sorpresivo rescate de Ingrid Betancourt y de otros 14 secuestrados por las FARC, comenzamos a racionalizar en detalle las escenas presenciadas a través de la televisión y los discursos pronunciados por sus protagonistas.
Muchas de las cosas vistas y escuchadas eran predecibles, particularmente para los que ya estamos hartos del estilo sensiblero de lo que en Colombia consideran periodismo. Los preguntadores se afincaban en el toque emotivo, en la cursilería de telenovela, lejos de cuestionar numerosos aspectos de un operativo que presenta más interrogantes que respuestas satisfactorias.
Con el correr del tiempo, o de El Tiempo (que es lo mismo), hemos aprendido que la diafanidad no es una característica de ciertos políticos o gobernantes colombianos pues, por lo general, hay algo solapado o farisaico en sus manifestaciones, que casi nunca son explícitas o candorosas.
A diferencia de las otras secuestradas recién liberadas en sus primeros contactos con la prensa, Ingrid Betancourt articuló un discurso teñido por la política y con la apariencia de haber sido cuidadosamente preparado. La diferencia en este caso consistió en que la Dra. Betancourt fue trasladada a una base militar donde, aparte de exprimirle informaciones estratégicas y comunicarla con el presidente colombiano, de seguro le hicieron sugerencias sobre las declaraciones políticamente más convenientes.
Aún así resultó sorpresiva la apología frontal a la reelección de Álvaro Uribe, la cual, según ella, ocasionó la presunta desmoralización de las FARC, como resultado de su política de exterminio democrático.
Así pues la oligarquía en Colombia ahora es reeleccionista a ultranza, en vez de alternar padres, hijos y nietos en la presidencia, como era tradicional. En cambio la derecha de aquí y de allá se opone a un nuevo mandato de Chávez, acusándolo de pretender una presidencia vitalicia.
Por lo demás era lógico que la Betancourt minimizara su agradecimiento hacia el presidente venezolano, lo cual, más que un gesto de ingratitud, en su caso debe ser visto como una ingrititud.
augusther@cantv.net