Hace poco vi una película sobre una de las masacres que formaron
parte del genocidio en Uganda. Se refería a un campo de refugiados
custodiado por tropas de las Naciones Unidas que reciben órdenes de
retirarse llevándose a los refugiados europeos y dejando a su suerte,
que inevitablemente sería el exterminio a machetazos, a una población
civil compuesta por 2.500 seres humanos donde predominaban niños,
mujeres y ancianos. Desde luego el tema del film es como para
estrujarle el alma a cualquier persona sensata.
Fue en Ruanda, otro país devastado por la guerra civil, donde se
consumó una masacre similar que fue alentada de manera constante, y
mediante una prédica de odio feroz, por cierta emisora llamada Radio
Libre Mil Colinas, lo que a la postre causó conmoción entre los
juristas cuando una corte internacional condenó a sus directivos como
corresponsables de genocidio.
En estos días he estado, como millones de venezolanos, viendo y
oyendo las apreciaciones de diversos canales de televisión y emisoras
de radio sobre el juicio que se le siguió a tres comisarios y un grupo
de policías que fueron condenados por la masacre del 11 de abril,
durante el golpe de Estado en Caracas.
Los eventos de aquella fecha, de los que en breve se cumplirán siete
años, todavía obnubilan a la población venezolana. Son heridas que no
cicatrizarán con facilidad y continuarán dividiendo a nuestros
compatriotas en bandos que difícilmente podrán reconciliarse a corto
plazo.
Eso hasta cierto punto es comprensible y no constituye un hecho
inusitado. El golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 ocurrió hace
64 años y todavía provoca la indignación de muchos venezolanos, entre
ellos quien esto escribe.
Lo que pudo ocurrir durante y después del golpe de Estado, alentado
por otro país y ejecutado por Fedecámaras y la CTV, entre otras
organizaciones, solo puede ser apreciado por quienes tienen
conocimiento de los acontecimientos dantescos que ocurren en Africa,
continente sumido en la pobreza y el abandono, ante la indiferencia de
potencias industrializadas que antes actuaron como imperios
colonizadores en ese continente.
En estos días algunos medios de comunicación radioeléctricos se han
dado a la tarea de continuar la prédica de odio y descalificaciones
contra la jueza y los fiscales actuantes en dicho caso. Eso en
cualquier otro país estaría prohibido por la ley, pues las sentencias
judiciales no pueden ser discutidas por la prensa. Globovisión y otros
de su misma calaña me hacen recordar el caso de Radio Libre Mil
Colinas en Ruanda.
Dichos medios olvidaron la buena suerte que tuvieron cuando Chávez
retornó a Miraflores y le pidió a sus partidarios que se fueran a sus
casas, en vez de pegarle candela a los canales y radios golpistas, que
era lo que merecían.
Si bien no comparto el estilo de algunos comunicadores que pretenden
defender al gobierno desde las emisoras oficiales, creo que Cisneros,
Granier, Ravell y otros magnates de la televisión junto a Carmona
Estanga, Carlos Ortega y los demás que ordenaron la marcha contra
Miraflores son tan culpables como los policías sentenciados.
Hasta ahora han tenido suerte, pero sería aconsejable que no abusen
de la paciencia de aquellos que consideramos que el Presidente Chávez
fue demasiado indulgente.
augusther@cantv.net