El increíble golpe de Estado en Honduras pone una vez más sobre el tapete la discusión acerca de las soberanías nacionales, sus normas y fuentes de legitimidad. De acuerdo a Stephen Krasner (Soberanía: Hipocresía organizada, PAIDÓS, 2001), tanto la práctica política como jurídica en las relaciones internacionales o entre Estados se basan en el concepto y las normas de la soberanía legal internacional. La norma básica de la soberanía legal internacional consiste en el RECONOCIMIENTO que se extiende a entidades o Estados con territorio y autonomía jurídica formal. Esta ha sido la práctica común, aunque no la única. Hay también criterios adicionales. Estas reglas adicionales, que han variado a lo largo del tiempo, han incluido la capacidad para defender y proteger un territorio definido, la existencia de un gobierno legalmente establecido y la presencia de una población.
Las normas del sistema internacional, sigue explicando Krasner, incluyendo las vinculadas a la soberanía legal internacional y a la soberanía westfaliana (la soberanía legal internacional se relaciona con el establecimiento del carácter o naturaleza de entidad política en el sistema internacional, y la soberanía westfaliana trata de aquellas organizaciones políticas basadas en la exclusión de protagonistas externos en las estructuras de autoridad interna de un territorio) se han caracterizado siempre por la hipocresía organizada. Según este autor, en las relaciones internacionales existe un divorcio entre normas y acciones. La lógica de las consecuencias ha triunfado sobre la lógica de la pertinencia. El reconocimiento a entidades territoriales jurídicamente autónomas, principio básico de la soberanía legal internacional, generalmente ha sido respetado, pero también ha sido violado.
Ello se explicaría básicamente en que el sistema internacional se caracteriza por la existencia de asimetrías de poder. Esto hace posible que los protagonistas más fuertes conquisten a los más débiles, acaben o impongan, según el caso, la existencia de un determinado Estado, desconozcan o amparen a un gobierno nacional, impongan o saboteen entidades e intereses particulares. Las desviaciones de las normas y reglas de las soberanías pueden ocurrir siguiendo varias estrategias o vías de acción: convenios, contratos, coerción e imposición. Los gobernantes pueden aceptar “convenios” internacionales en los que se muestren de acuerdo en observar ciertas reglas, al margen de los que otros hagan; pueden aceptar “contratos” en los que se muestren de acuerdo con determinadas políticas a cambio de obtener beneficios explícitos; también pueden verse sometidos a “coerción”, lo que les deja en peor situación, aunque posean algún margen o instrumento de regateo; finalmente, los gobernantes, o quienes desean convertirse en tales, pueden sufrir “imposición”, situación que sucede cuando el dirigente que padece la acción no puede ofrecer verdadera resistencia a ella debido a que se enfrenta a la amenaza de sanciones o incluso el uso de la fuerza.
La anterior explicación de Krasner, aunque acertada, puede parecernos demasiado académica. Más sencilla y gráfica sería la descripción de las vías equivalentes que dan los estrategas militares del Pentágono y funcionarios el Departamento de Estado estadounidense, como distintas formas de imponerle al mundo los intereses del Poder imperial. Esas estrategias suelen seguir una pauta preestablecida que se expresa en una “escalada” hacia diferentes niveles de acción. En el primer nivel se encuentra la obtención de convenios o contratos por medio de lo que ellos denominan “juegos de pulseo” (o hand wrestle), que son las presiones y chantajes que se ejercen sobre los estados más débiles para obligarlos a firmar acuerdos y declaraciones contrarios a sus intereses nacionales. En el segundo nivel se encuentra la coerción o la imposición de determinadas políticas imperiales a través de lo que ellos llaman una “exhibición de músculos” (o muscle show), consistente en las amenazas por parte de los Estados más fuertes de avanzar o invadir sus objetivos por la fuerza, mediante la aproximación o el cerco de los mismos por parte de poderosos elementos militares. Y luego se muestra una tercera estrategia, proclamada como “una demostración de voluntad” (a demostration of balls), que es la acción de fuerza efectiva ejecutada mediante golpes de Estado, invasiones militares o la guerra contra los países objeto de la imposición imperial. Esta última vía es la que realmente sustenta todas las acciones, tanto las precedentes como las subsecuentes, que generalmente se realizan violando cualquier Acuerdo Internacional.
Ahora bien, si esas son las estrategias del Poder Imperial, ¿cuáles son las estrategias del Nuevo Bloque de Poder Suramericano (en construcción), frente a las acciones del imperialismo y sus golpes de estado, invasiones y guerras, en este Siglo XXI. UNASUR supo conjurar felizmente el intento de golpe de estado y secesión en Bolivia, pero eso fue apenas un globo de ensayo lanzado por la derecha continental. Hoy, frente al antihistórico y consumado golpe de estado en Honduras tanto los gobiernos complacientes de Colombia, Panamá, Perú, o los autoproclamados gobiernos progresistas o de centroizquierda de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile, parecen inclinarse una vez más sólo por las negociaciones y declaraciones que bastaron para el ya mencionado caso boliviano. Por otro lado, ¿secundarán hoy, en el caso hondureño, esa ambigua posición los países integrantes del ALBA?
Pareciera evidente que esta vez no bastan los “juegos de pulseo” en el seno de la OEA, o alguna otra organización internacional, haciéndose necesario algo más contundente que las simples declaraciones oficiales, como sería cierta “exhibición de músculos” por parte de las naciones latinoamericanas, tal vez mediante un apresto y movilización por reasignación de tareas de los “cascos azules” brasileños y argentinos destacados en Haití, también podría hacerse una visita amistosa de los aviones “shukoi” venezolanos a Nicaragua, entre otras acciones. Seguramente estos movimientos de aproximación forzarían una mayor definición por parte del gobierno estadounidense como de las fuerzas militar-policiales internas hondureñas frente a un gobierno espurio, que no lo reconoce nadie en este mundo. Desde luego, todas estas posibles acciones deben estar sustentadas por una firme y clara determinación de voluntad multilateral suramericana de asistir al hermano pueblo de Honduras, que tiene ya tantos días siendo alevosamente reprimido por su determinación de luchar pacíficamente contra el golpe de estado y restituir la democracia y su Presidente. Sería, además, una clara muestra de determinación de que Suramérica NO SE CALARÁ MAS NUNCA UN GOLPE DE ESTADO A NUESTRA DEMOCRACIA.
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